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Patria, socialismo o muerte

 Por Saúl Blejman *

Después de diez años de gobierno en el que se enfrentó con el poder imperial de los Estados Unidos (que hasta apañó un golpe de Estado), el presidente de Venezuela Hugo Chávez ha concluido que sólo el socialismo puede traer justicia social. El pergeñó la consigna “socialismo del siglo XXI”. La fuente histórico-ideológica nativa de esta concepción es lo que los chavistas llaman el árbol de las tres raíces: la raíz bolivariana con su planteamiento de igualdad, libertad y su visión geopolítica de integración de América latina. La raíz zamorana por Ezequiel Zamora, el general del pueblo soberano y de la unidad cívico militar y la raíz robinsoniana por Simón Rodríguez, el maestro y consejero de Bolívar, el sabio de la educación popular, la libertad y la igualdad.

Como se verá, la base del socialismo venezolano se nutre de las ideas del núcleo dirigente de la lucha por la independencia de Venezuela y la organización del país como Estado independiente. Para definir el socialismo del siglo XXI se acude a la moral, a recuperar el sentido ético, al cooperativismo y asociativismo, y a una democracia participativa y revolucionaria que se ha convertido en un impresionante experimento de poder popular en el que participan millones de personas. Chávez inició en 2007 su agenda para implantar una economía socialista con la toma de control de proyectos en la industria petrolera, empresas del sector eléctrico y el mayor grupo de telecomunicaciones del país. Ordenó nacionalizar las principales empresas cementeras y la mayor siderurgia de la nación.

Un carácter distinto asumen las nacionalizaciones en Bolivia. El presidente de ese país, Evo Morales, proclamó a principios de 2009 el nacimiento de la República del Socialismo Comunitario y Antiimperialista, al consagrar la flamante Constitución bajo el signo de la igualdad, la multiculturalidad y la solidaridad. La proclama se hizo frente a 200 mil personas. Morales encabezó las celebraciones con los treinta y seis pueblos originarios que apoyaron una Constitución que consagra la igualdad de los derechos: el respeto por la lengua y las autonomías indígenas y un enérgico rechazo a toda forma de colonialismo.

En Ecuador se anunciaron planes para iniciar una revolución radical y socialista. Rafael Correa asumió el poder el 15 de enero de 2007, en una ceremonia en la que anunció planes para iniciar una “revolución radical” y se declaró partidario del “nuevo socialismo”, el cual, según aseveró, ya se extendía por toda la región. Ha amenazado con limitar los pagos incurridos por la aplastante deuda exterior del Ecuador y renegociar los contratos extranjeros relacionados con el petróleo.

Pero esto que Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa definen como el camino hacia el socialismo ha sido puesto en práctica en distintos momentos históricos por otros países de América latina a partir de la Segunda Guerra Mundial. Recuérdense las nacionalizaciones de la época de los primeros gobiernos peronistas en la República Argentina, en las que además del petróleo y las empresas de servicios públicos se crearon las industrias estatales de Fabricaciones Militares, que abastecían también diversos rubros de la actividad civil. Se instalaron fábricas de aviones, automóviles y motocicletas. Tuvo gran importancia la nacionalización de los ferrocarriles ingleses, también en Argentina; y si hablamos de América latina hay que mencionar la nacionalización del complejo del cobre en Chile por el gobierno de la Unidad Popular.

Las nacionalizaciones y el reconocimiento de los derechos de las minorías indígenas son consideradas también en Bolivia, así como en Venezuela, como medidas de carácter socialista. No importa demasiado la adjudicación exacta de los términos y las estrategias, pensadas hace ciento cincuenta o doscientos años. No importa si son comparables históricamente. Lo que importa es el sentido que conserva para los pueblos oprimidos y sus dirigentes el término socialismo. Es indudable que esa palabra representa el clamor de las masas oprimidas y en ella avizoran la vía para su liberación definitiva.

Sin embargo, desde hace un tiempo se ha comenzado a utilizar en Venezuela un eslogan, en línea con la formación del Partido Unificado Socialista de Venezuela, que es inadecuado y nocivo. Este eslogan es “Patria, socialismo o muerte”. Chávez hace derivar esta consigna del proceso de las guerras de la independencia, en las que la consigna de los patriotas era “Patria o muerte”. Ahora en el siglo XXI se revive esta frase pero además se le agrega una nueva palabra. Esa nueva palabra es “socialismo”, que unida al símbolo de valentía y libertad ahora es “¡Patria, socialismo o muerte!”.

¿Por qué incluir la palabra muerte en este eslogan? La libertad de Venezuela no corre peligro y la palabra muerte no se condice con la situación que se atraviesa. A la palabra socialismo, entendida como cada país lo entienda, hay que considerarla como una cuestión de vida, no de muerte. La palabra socialismo unida a la palabra muerte hace recordar los peores momentos del socialismo real. Hace recordar, por ejemplo, a los genocidios cometidos por Stalin y Mao en nombre del socialismo o a los regímenes dictatoriales de los países del Este de Europa. Hacen recordar a todas las tropelías que se cometían en nombre del socialismo por una burocracia enquistada y corrupta.

Es la época de revoluciones nacionalistas y populares, pero para avanzar más en los terrenos sociales es indispensable la concurrencia, por lo menos, de Brasil y Argentina que no tienen planteada, están lejos de hacerlo, una finalidad socialista, pero sí una finalidad nacionalista, popular y la lucha en el orden internacional por un mundo democrático, justo e igualitario. Hoy en casi todos los países de América latina se produce el paso hacia la toma en manos de sus gobiernos de las palancas fundamentales de la economía, los medios de difusión y sus riquezas naturales. Si eso significa socialismo, en buena hora. Pero eso es la vida y no la muerte.

* Sociólogo, autor del libro Hegemonías, crisis y corrupción.

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