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Hay que achicar la mesa, mamá

Dos presidenciables menos, un record que casi no es noticia. Las primeras posiciones. El revival radical. Las perspectivas para el Congreso. Santa Fe y Córdoba, dos provincias para mirar. El vértigo de los cambios, lo que revela y lo que queda pendiente.

 Por Mario Wainfeld

Como se ha hecho rutina desde las lejanas elecciones en Catamarca (hace menos de dos meses), en esta semana hubo presidenciables que depusieron su candidatura. Fueron dos, que son muchos pero parecieron menos porque eran retiros preanunciados. El panorama de las listas que efectivamente se presentarán sigue indefinido, porque la movilidad táctica de las oposiciones es notable. Pero se va configurando favorable a los dos únicos partidos con implantación nacional. El Frente para la Victoria (FpV) y el radicalismo bregan por el primer y segundo puesto, por ahora en ese orden y a distancia considerable. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner domina el escenario, el diputado Ricardo Alfonsín cosecha su siembra, soñando con polarizar en una primera vuelta que parezca una segunda.

En la competencia principal se sostiene la primacía oficialista. Si se mira al Congreso, el radicalismo tiene buenas perspectivas de acrecentar sus bancadas pues compite contra sus discretas performances de 2007 en Diputados y 2005 en Senadores. Para el kirchnerismo, que arrasó en esos años, conservar lo que tiene sería un buen desempeño.

Las otras ofertas opositoras naufragan en castigo a su inoperancia. El jefe de Gobierno Mauricio Macri y el diputado Fernando Solanas tienen posibilidades en la Ciudad Autónoma. Para cualquiera de ellos (en especial para el líder de PRO, que arriesga más porque pone en juego su único distrito) morder el polvo sería (por la parte baja) un retroceso formidable. Ambos desguarnecieron su armado nacional.

Macri se comprometió ayer a llevar una fórmula para octubre. Nada puede aseverarse definitivamente pero cabe arriesgar que, hoy por hoy, es poco más que una bravata. Carece de candidatos que puedan imantar votantes. Su salida (en esto similar a la de Solanas) no tendrá efecto neutro sobre los potenciales votantes. Costará motivarlos para que se jueguen por un muletto. Bajar los brazos y clamar “síganme” es una incongruencia...

El resto de los integrantes del Grupo A continúa disperso y sin liderazgos, muy mala nueva a poco más de cinco meses del desenlace.

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Duhalde y Carrió: El ex presidente Eduardo Duhalde se lanzó en el Luna Park, entornado por un tren fantasma de dirigentes, casi ninguno ajeno a la provincia de Buenos Aires. Su discurso, en el que asombrosa y falazmente se describió como un perseguido de la derecha peronista de los ’70, ostentó su optimismo de la voluntad. O acaso su tenaz afán de servir de ambulancia a la dirigencia peronista no kirchnerista, una especie que propende a la consunción si no a la extinción. Para colmo de males, el gobernador Alberto Rodríguez Saá está de punta contra él y sostiene su candidatura. Incluso continúa la excepcional interna abierta donde participa uno solo. De cualquier manera, el puntano muestra dos ventajas respecto de Duhalde: su reputación de buen gobernante y haber realizado una discreta elección en 2007, que nadie evoca ya.

La diputada Elisa Carrió conserva su intransigencia crítica y su candidatura. Siempre es hábil en campaña, suele superar los pronósticos del inicio. En este momento, empero, las encuestas le dan fatal, un dato que aspira a remontar pero que la coloca en el piso más bajo que conoce desde 2003. La radicalidad de su mensaje opositor y sus dotes de candidata son su caudal; la perspectiva de que el voto útil de los opositores se canalice hacia la UCR, uno de los riesgos que afronta.

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Juguemos al TEG: Las defecciones sucesivas alientan fantasías en el radicalismo y en los grandes medios. Para los boinas blancas es una hipótesis de trabajo que estimula febriles intentos de articulaciones electorales. La más vistosa (y chocante, desde el purismo ideológico) es la entente en la provincia de Buenos Aires con el diputado Francisco de Narváez. Esas ingenierías están en cocción, ninguna puede desecharse de antemano. Pero albergan dificultades arduas, que sólo el trazado en una mesa de arena puede ocultar. Ya es complicado conseguir que los ciudadanos acompañen a cualquier fuerza porque los votantes cautivos o con identidades partidarias inmutables son minoría. Mucho más peliagudo es “derivar” votos a granel hacia figuras de otros linajes o pensamientos. Amén de ese detalle, existen los intereses de la dirigencia propia, que debería ceder espacios para formalizar coaliciones. El ejemplo de los tironeos en el FpV bonaerense por la colectora del diputado Martín Sabbatella no es una exclusividad kirchnerista: muchos correligionarios de la provincia hacen cuentas acerca de lo que les costaría, en su distrito, un pacto con el “Colorado” De Narváez. El armado nacional puede restar en las provincias y nada garantiza que sea igual a la sumatoria de los apoyos previos de cada aliado.

De momento, como comenta jocoso uno de los pocos consultores electorales que conoce al dedillo al peronismo, “por cada muñequito que se baja, van bastantes votos a Cristina”.

Ninguna ecuación es lineal, he ahí uno de los intríngulis de la política. Entre tanto, es cabal que Ricardo Alfonsín (en premio a caminar el país, sepultar a sus adversarios en la interna y contar con un partido medianamente afiatado) es el único opositor que creció. El conglomerado A atraviesa un erial que sucedió a dos éxitos sobrevalorados y mal aprovechados: el conflicto de las retenciones móviles y los comicios de hace dos años.

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Provincias para mirar: El bipartidismo resurge, aunque queda mucho por recorrer para calibrar en qué proporción. Los efectos del alza radical pueden derivar en efectos paradójicos para otros dirigentes el Grupo A. En Córdoba, por ejemplo, un repunte módico ha emparejado las chances entre el peronista José Manuel de la Sota y el senador Luis Juez, que un par de meses atrás punteaba con alguna luz.

Las primarias en Santa Fe, a realizarse el 22 de este mes, podrían ser determinantes en el vertiginoso cuadro de alzas y bajas. La interna socialista cobra un valor inusual porque el gobernador Hermes Binner apostó todas sus fichas a un compañero muy afín, pero de bajo conocimiento público, el ministro Antonio Bonfatti. La explicación es su antagonismo con el senador Rubén Giustiniani, el otro socialista que se presenta en una interna en la que también corren los radicales, aliados en la provincia. En el FpV, las encuestas le sonríen al diputado Agustín Rossi, pero como en cualquier elección habrá que esperar al escrutinio porque nadie gana en los sondeos previos.

Si Bonfatti fuera el candidato ungido de la coalición radical socialista, Binner debería decidir si se lanza a una empresa nacional, antes de conocer el resultado de la elección a gobernador. Los plazos de las primarias obligatorias simultáneas no le dan margen para esperar el desenlace. El gobernador vive muy pendiente de lo que ocurra en su bastión, lo que equivale a decir de conservar el apoyo de los radicales en la provincia. Sería muy audaz que Binner se lanzara a la candidatura nacional que le piden, retraídos en sus distritos, Juez y Pino Solanas. Nada es imposible pero será una baza muy jugada, a todo o nada. El crecimiento relativo de Alfonsín y la retirada de Macri y el Peronismo Federal unido conspiran contra esa movida, con la que el gobernador santafesino coqueteó un tiempo atrás.

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Todo es complejo: Profetizar a cinco meses vista es un albur, que se magnifica en un cuadro magmático sin precedentes. Es aventurado traducir mecánicamente que el sucesivo derrumbe de postulantes A beneficia al único que sobrevive. Puede que así sea, puede que la imagen de derrota que transmiten los cuadros opositores se contagie al electorado flotante.

La campaña permanente, que se desenvuelve desde la crisis del campo, no decanta en la campaña presidencial propiamente dicha, que se configurará el mes que viene, cuando deban definirse las candidaturas de una buena vez.

Entre tanto, el tacticismo extremo revela la endeblez de protagonistas de escasa enjundia, que cayeron ante el primer soplo adverso. Y los límites de los microemprendimientos políticos erigidos en torno de un referente.

En sus respectivos actos pequeños, Duhalde prometió una victoria de la Unión Popular, y Macri ser garante de la unidad nacional. Son palabras ambiciosas, en poco tiempo se medirá su tangencia con la realidad.

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