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Fin del año electivo

 Por Mario Wainfeld

La Argentina fue desde 2003 (también en el año que termina) un país gobernable. No lo es por esencia, casi nunca lo fue en períodos comparables: lograrlo fue mérito de su sociedad civil y de su gobierno. A grandes trazos, lo ocurrido en 2011 en materia política y económica fue previsible. El PBI, los sueldos y las jubilaciones crecieron (casas más, casas menos) lo que estimaban el oficialismo y los consultores de otros palos no mendaces ni ignorantes, que son los menos. La cotización del dólar, la inflación, las reservas del Banco Central se enmarcaron dentro de los parámetros imaginables, fuera del universo apocalíptico opositor. El triunfo del oficialismo en las elecciones nacionales y de casi todos los gobiernos provinciales era lo más factible.

Si la historia la escriben los que editan (grandes medios) eso quiere decir que habrá tremendismos y distorsiones. Si la construye un gobierno con los pies en la tierra y la convalidan las mayorías populares, las predicciones pueden ser más afines a los hechos.

La magnitud de la ventaja electoral que logró el Frente para la Victoria (FpV) trascendió las expectativas, eso sí. Pero no dejó de ser lógica, dados los desempeños de todos los competidores.

El futuro siempre es incierto, entre otras causas porque depende de factores exógenos a la Argentina. Pero una hipótesis probable es que las coordenadas que ayudan a entender el (para nada inextricable) pasado reciente sigan demarcando lo que vaya a suceder.

Tal el resumen ejecutivo de esta nota, que se pasa a desarrollar.

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Dos décadas, ocho años y medio: Diez años duró el frenesí neoconservador en la Argentina. El color local empeoró un disparate extendido en todo el globo agregándole el aditamento de la convertibilidad. Prolongó esa praxis, digamos, ocho años más de lo aconsejable. El mix tenía congruencia con la ideología dominante en la etapa aunque pocos países llevaron la insensatez a tamaños extremos. La salida de la convertibilidad fue catastrófica, con secuelas socioeconómicas que se siguen pagando. La entrega del patrimonio nacional, las privatizaciones salvajes sin salvaguardas y el desbaratamiento de los restos del Estado benefactor vinieron en combo. Se cumplieron recién diez años del estallido, un buen término de referencia para cotejar la realidad actual.

También es adecuado, piensa el cronista, valerse del método comparativo respecto de coyunturas que atraviesan hoy día en otras latitudes. En los países árabes los pueblos reaccionan contra años de gobiernos despóticos, las rebeliones o revoluciones son apasionantes, su final abierto. En el centro del mundo, en Europa especialmente, una camada de dirigentes desangelados acompaña y agrava una crisis económico-financiera machaza. Un solo recetario cunde, fue un fracaso en este Sur. Los gobiernos entregan el poder a líderes de emergencia, sin apoyos populares visibles o pierden las elecciones. Silvio Berlusconi, José Luis Rodríguez Zapatero, Giorgos Papandreu caen como muñecos. Quienes los reemplazan optan por acentuar la cartilla insolidaria que defenestró a sus antecesores. Suena incoherente, aún suicida, seguramente lo es. La recesión, la protesta de los indignados, el paro creciente, la caída de legitimidad de los líderes, los recortes, la flexibilización laboral son moneda corriente en la Unión Europea (UE).

En América del Sur la relación entre los gobernantes y sus pueblos es más fértil. Los indicadores mejoran, Argentina forma parte de esa tendencia. El aire político económico de aquí, del vecindario, se respira mejor.

La Argentina de 2011 es muy otra cosa que la de una década atrás, se la mire por donde se la mire. De esos diez años, ocho y medio correspondieron a gobiernos kirchneristas. Fueron –en términos comparativos, que es una buena forma de medir, acaso la mejor– los más rescatables de la transición democrática. Se conjugaron el crecimiento económico, el repunte en las condiciones sociales y laborales, la estabilidad política y sustentabilidad económica. Aunque haya gentes que no lo crean, aunque se lo cuenten de otro modo.

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Los protagonistas no famosos: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner estaba en pole position para las elecciones a principios de año. Sus adversarios, un pelotón sin supremacías sensibles, apostaban sus chances a los errores del Gobierno, a un parate de la economía, al desborde inflacionario. En último caso, a una eventual segunda vuelta colonizada por el rechazo al FpV. Eran varias carambolas, libradas al azar o a decisiones ciudadanas que debían encauzar. Los challengers minimizaron sus posibilidades, la Presidenta optimizó sus recursos. El resultado fue el más esperable, los guarismos superaron cualquier expectativa. La cosecha de votos batió varios records, acaso los más definitorios sean la diferencia con el segundo (cuyo porcentual corresponde al de cualquier tercero en comicios previos) y la marca del largo 54 por ciento, por su resultante en el Congreso y por consagrar una mayoría absoluta.

La ciudadanía votó masivamente en las compulsas provinciales y en las nacionales. Fue rotunda y sutil a la vez: se expidió de maneras distintas en intendencias o gobernaciones. El sufragio universal y obligatorio (inigualable legado republicano de los partidos nacionales y populares) se conjuró con una serena ansia de participación. Se especulaba (se anhelaba) que “la gente” se aburriría de ir al cuarto oscuro dos, tres o cuatro veces según los distritos. “La gente” honró su derecho-deber con encomiable prolijidad. En una sola provincia, Chubut, gobernada por el peronismo federal, hubo un escrutinio sospechado y turbio.

Uno de los más serios errores de la oposición en general y de su vanguardia mediática, muy en particular, fue leer mal el ánimo colectivo. “Proyectaron” en el pueblo sus propias broncas, su insatisfacción, sus odios, su apatía democrática. También trataron de motivar esas percepciones y conductas, de atizar rencores, de polarizar contra un gobierno que llevaba mucho tiempo de gestión. La opinión pública respondía de otro modo. En las encuestas que los sabios de la tribu no leían o ninguneaban, en las fiestas colectivas (como el Bicentenario el año pasado o Tecnópolis), en el funeral del ex presidente Néstor Kirchner. La sensibilidad mayoritaria se dejaba palpar, claro que había que hacer el esfuerzo de escrutarla.

Si los augures del Apocalipsis hubieran mirado más lejos, tal vez hubieran tenido otras pistas. Miles de argentinos salieron a la calle en diciembre de 2001, mal preparados para las movilizaciones, sin organizaciones que los condujeran. Pidieron, es conspicuo, “que se vayan todos”. Se enfrentaron a policías criminales, hicieron percusión con cacerolas o bombos, se congregaron en asambleas. También fueron alquimistas de la crisis en comedores comunitarios o escolares, clubes del trueque, empresas recuperadas, cooperativas armadas sin guita y con ansia de sobrevivir. En 2003, ante una poco fascinante oferta electoral, viraron al optimismo de la voluntad: votaron masivamente haciendo su parte para construir una nueva legitimidad, de las cenizas. Sin saberlo, pero habiendo hecho lo mejor posible, habían parido al kirchnerismo, desde las calles hasta las urnas. En los dos últimos años “ganaron” las calles y las plazas, reventaron las urnas.

Hay constantes en el comportamiento ciudadano, en su adaptabilidad a contingencias absurdas y opresivas, en su sentido común. Puede discreparse acerca de si sus conductas son sabias o sensatas, todo es opinable. El cronista cree que mayormente hay que ensalzar y agradecer su adaptabilidad, su templanza, su pacifismo esencial, su apego a la cultura del trabajo, su obstinación en mandar los chicos a la escuela. Aun sin acordar con ese entusiasmo, es necio negarse a ver lo recurrente, a releer el pasado cercano, sin cegarse por el deseo ni embalurdarse en el propio verso.

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Ella y el negacionismo: Es válida cualquier posición frente a un gobierno tan prolongado, tan activo y tan productivo en medidas. Lo que es chocante (hasta complicante para refutar desde el punto de vista intelectual) es que, en sustancia, no se lo discuta por sus realizaciones (o sus omisiones) sino por una suerte de falsía integral. El relato hegemónico hinca los dientes en la impostura del kirchnerismo, en una suerte de desenmascaramiento permanente en el que nada es lo que parece. Ni las políticas laborales, ni la de derechos humanos, ni el “modelo”, ni el sistema jubilatorio, ni las relaciones con los países hermanos. El cronista supone que la gente de a pie discurre distinto, máxime cuando vota o cuando transita su cotidianidad. Compara. Presente con pasado, sin ir más lejos. Su trayectoria desde 2001 o desde 2003. También compara la oferta oficialista (que supone continuidad de lo logrado) con las alternativas disponibles. Con ese bagaje a cuestas, el pronunciamiento de octubre (convalidado en 23 de 24 provincias y en casi todo el abanico social salvo los estratos más altos) fue pura racionalidad instrumental. No los indujo el luto ni una propaganda machacona, sí la visión propia de cómo defender sus intereses.

La Presidenta construyó su victoria remontando los traspiés sufridos en el conflicto con las patronales agropecuarias y en las elecciones de 2009. Desde entonces, tabuló su debilidad o su fortaleza, según los casos. Extrovertir autocríticas contradice el estilo K, pero las hubo en los momentos de bajamar. Tanto, que se tomaron medidas esenciales, tal vez las más notables de todo el mandato, que no estaban en el imaginario oficial. La estatización del sistema jubilatorio, la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo (AUH), el matrimonio igualitario son el poker de ases del cuatrienio de Cristina, todas fueron adopciones a partir de una afligente correlación de fuerzas. Pragmatismo, más vale, pero enderezado hacia un rumbo progresivo, poco habitual entre quienes quedaron a la defensiva que giran a derecha o se empacan en sus premisas. Comparemos de nuevo, usted perdone. El fracaso del blindaje incitó al ex presidente Fernando de la Rúa a apelar al megacanje (o viceversa, tanto da). Las derivaciones aciagas de la confiscación de las jubilaciones lo inspiraron para confiscar los ahorros. ¿Quiere ir más lejos en la distancia y cerca en el tiempo? Ante cada tropiezo con las medidas de ajuste, los líderes europeos redoblan la apuesta, sin reparar en propuestas diferentes.

Percatarse de su debilidad, valerse de movidas novedosas y audaces mejoró la posición del Gobierno en los sectores populares más humildes, en núcleos de artistas y trabajadores de la cultura, en sectores medios, en jóvenes. La derrota mediática ante el campo y los multimedios aleccionó para dar “la batalla cultural” discutiendo, sumando voces, promoviendo debates. El kirchnerismo se animó a movilizar en interacción dialéctica con viejos y nuevos militantes que “salieron a la calle” porque valoraron sus logros y –antes que nada– les vieron la cara a sus antagonistas. Cuál fue el huevo y cuál la gallina (las adhesiones o la decisión de la cúpula) es una discusión atractiva, que excede las competencias del cronista.

Ya a fines de 2010, antes de la desaparición de Kirchner, el Gobierno se sabía fortalecido y favorito para la reelección. Cristina construyó su táctica electoral con esa certidumbre, mucho más segura que casi todo “el resto del mundo”. Era fuerte en la prospectiva electoral pero su legitimidad fue negada día a día por sus adversarios y por las corporaciones. Se la pintó como incompetente, se dio por finiquitado su ciclo cuando falleció Kirchner. Un año atrás, apenas, el cónclave de la Unión Industrial (UIA) se embelesaba escuchando a formadores de opinión que auspiciaban al senador Ernesto Sanz como presidenciable y virtual ganador. Al dirigente radical no le dio el cuero para disputar la interna de su partido. Ni hablar de ganarla. Fue apenas ayer, aunque ahora parezca fábula.

Muchos proyectos del oficialismo debieron hibernar hasta fin de diciembre, con la nueva mayoría parlamentaria. El 2011 fue en sustancia un año de administración de lo dado, en parte por táctica, en parte porque más no se podía intentar.

La Presidenta, convencida de contar con el aval popular, armó las listas privilegiando las lealtades y anticipando de quién eran los votos. Dicho como digresión: algo similar hizo el ex gobernador Hermes Binner quien se jugó por Antonio Bonfatti, un hombre de su confianza, antes que por el favorito de su partido. Y rehusó el canto de sirena de una coalición con los radicales, que lo relegaba a un lugar secundario.

Binner y el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, son los referentes opositores que sobrevivieron al tsunami de octubre. Macri mantuvo su distrito, con cifras espectaculares. Fue avaro en lo nacional, de cualquier modo es la alternativa más nítida al oficialismo, básicamente porque propone un paradigma ideológico diferente. Con todos sus bemoles y aun con contradicciones, la izquierda real con potencial de gobierno es el kirchnerismo.

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Economía política: Hacer política económica dentro de un sistema democrático es un incordio. Muchos factores ajenos a la competencia o a la voluntad de los gobernantes son determinantes. Los ciclos económicos no se amoldan a los de los mandatos. Los poderes fácticos no se dividen, no se someten al escrutinio popular, a menudo no se dejan ver.

El capital político es variable y volátil. La voluntad es condición necesaria pero no suficiente para construirlo, acrecentarlo o conservarlo. La aprobación ciudadana es un insumo básico de ese capital, sujeto a cien vicisitudes. Los mandatarios están en campaña permanente, su legitimidad fluctúa aun cuando no se mida en las elecciones. El kirchnerismo reforzó el Estado y construyó poder porque sintonizó con necesidades mayoritarias. Sin consensos masivos no hay voluntad política que valga o aguante.

Un círculo virtuoso difícil de cerrar es el que enlaza la satisfacción de necesidades con la formación de mayorías, con la acumulación de poder político, con la posibilidad de pulsear mejor contra “los mercados”. Tres mandatos consecutivos son una proeza democrática, gratificante, porque aluden a la empatía entre gobernantes y mayoría de los gobernados. Y son un aporte republicano porque se ha construido ciudadanía por vía de la ampliación de derechos. Sin pueblo no hay democracia ni república aunque la Vulgata se entusiasme con utopías elitistas.

Claro que, tras largos años en la Casa Rosada, el kirchnerismo es también responsable de las carencias, contradicciones o malformaciones del “modelo”. El pueblo soberano inviste al que gana, le otorga poder, genera responsabilidades y expresa una multiplicidad de demandas, siempre crecientes.

Se creció, se generaron millones de puestos de trabajo, el valor adquisitivo del salario es mayor, millones de argentinos tienen acceso a bienes materiales y se vuelcan a los lugares de veraneo. He ahí un activo formidable. En paralelo, la desigualdad sigue siendo marcada. La Carta Abierta número 11 da en la tecla al señalar ese eje sustancial. Hay trabajadores que reclaman se eleve el mínimo no imponible de ganancias. Acceden a sueldos dignos, que equivalen a la entrada de la mayoría de los grupos familiares de otros trabajadores. Las desigualdades entre laburantes formalizados e informales siguen siendo notorias, se proyectan a sus hijos.

Las prestaciones de servicios públicos siguen siendo deficitarias. Y claman por correcciones sustantivas, aún cambios de sistema, en materia de salud y transporte. La infraestructura escolar y el salario docente repuntaron a niveles impensables, pero faltan muchos pasos para la buena escuela, la educación igualitaria y dinamizadora de la movilidad social.

Las carencias habitacionales son enormes. Millones de argentinos siguen sin acceso a cloacas o agua corriente. Una ley que regule el acceso a las tierras urbanas es un instrumento que debería ponerse en práctica, acompañado de líneas de créditos para la autoconstrucción.

Para mejorar la condición de los más humildes hacen falta recursos, la presión fiscal debe ser mayor y más equitativa, aunque la AFIP parezca la NASA comparada con lo que era hasta hace pocos años. La estructura impositiva es menos regresiva que antaño pero exige reformas más profundas.

Las mayorías parlamentarias agregan una responsabilidad al oficialismo, que es legislar para todos los argentinos con sensibilidad social acorde a su discurso.

La Presidenta dispone de un caudal de poder tal vez superior al que jamás ejerció en su período anterior. La inminencia de una recaída (tan segura cuan indeterminada en su magnitud) de la economía global no pasará de largo en la Argentina. Pero la encuentra mejor provista que otras veces. Por ejemplo que en 2001, cuando éramos el peor lugar del mundo. La reducción de la deuda externa a niveles tolerables (siempre con el esfuerzo de toda la sociedad, sobrecargado en los más pobres) alivia riesgos. Esa fue una decisión racional asumida por el presidente Kirchner y emprendida con muñeca firme. No contraer nuevos endeudamientos tiene ventajas y costos. En una crisis donde los bancos y la deuda son los factores más preocupantes, la Argentina está bastante a resguardo. Habrá quien pontifique que eligió una táctica incorrecta y tuvo suerte. Sería más preciso decir que optó por medidas con costos y beneficios virtuales a futuro y que en esta coyuntura los beneficios son mucho más notorios.

El porvenir es incierto, como casi siempre. Pero hoy pinta mejor acá que en el techo del mundo, en términos relativos.

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El año electivo:Si la historia la escriben los cronistas, eso quiere decir que estará pletórica de vicisitudes y sucedidos. En la apretada reseña del año, este cronista privilegia lo mejor que pasó en la propia aldea. La continuidad democrática, que suma 28 años, una marca jamás alcanzada en este país. Eso impacta en las costumbres, en la desacralización de los poderes, las costumbres cotidianas o los uniformes, en la lucha contra la discriminación o el autoritarismo.

La democracia tiene un pilar en la tenaz presencia del pueblo para reivindicar sus derechos y para expresarse, de modo inequívoco, en el cuarto oscuro. Le suma la existencia de un gobierno legitimado y representativo que sabe (porque está en su ADN) que no sobrevivirá si pierde el favor de las mayorías. Esas que signaron la derrota de las corporaciones que bregaron por otro desenlace y describieron un país irreal.

El cronista tiene el privilegio y el desafío de seguir la realidad desde este diario, que expresa su visión del mundo y le permite desplegar su propio pensamiento. Hoy, levanta su copa imaginaria: gran pueblo argentino, salud. Y a sus lectores, que forman parte de él, un brindis especial y los mejores deseos para el 2012.

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Imagen: Dafne Gentinetta
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