EL PAíS › REFLEXIONES EN TORNO DEL DEBATE SOBRE LA RECUPERACIóN DE YPF > SOBERANíA VERSUS VIEJAS CONSIGNAS

Extravíos ideológicos

 Por Mario de Casas *

No debería extrañar la insistencia con que el elenco estable de opiniones opositoras cuestiona decisiones como la recuperación de YPF en nombre de un internacionalismo que, en el mejor de los casos, revela ingenuos extravíos ideológicos. Uno de los máximos logros del nacionalismo imperial británico del siglo XIX –en alianza con la oligarquía autóctona– fue colonizar el sistema educativo, con una eficacia tal que hasta hoy desorienta el pensamiento de amplias capas medias y sectores intelectuales.

Los vínculos entre nacionalismo e internacionalismo han sido históricamente variables, como sus respectivas relaciones con el capital y el trabajo. Sin embargo, mientras el nacionalismo es uno de los fenómenos políticos modernos cuyo valor ha sido puesto en tela de juicio con mayor asiduidad, al internacionalismo se le atribuyen en general connotaciones positivas, paradoja que oculta sus distintas facetas.

Los orígenes del sentimiento nacional como fuerza secular, y de la idea de nación como construcción popular con las revoluciones norteamericana y francesa, encontraron a los ideales de patriotismo y cosmopolitismo marchando de la mano, tanto en el plano de los valores como en el de las acciones políticas; pero después llegaría la hora en la que se convertirían en conceptos antagónicos. La rebelión de las colonias norteamericanas contra Gran Bretaña y el derrocamiento del absolutismo en Francia, anteriores a la Revolución Industrial, tuvieron lugar en sociedades avanzadas para su época, aunque todavía no se dieran en ellas los fuertes conflictos entre capital y trabajo que las fábricas industriales generarían más adelante. Así, una sola categoría pudo incluir –por lo menos en teoría– tanto a los sectores dominantes como a los subordinados: se la denominaba patriotismo. Uno de los rasgos más curiosos de este patriotismo de la Ilustración fue su universalismo.

No es desconocida la influencia que estos procesos ejercieron en nuestros pagos: San Martín y Bolívar lucharon no sólo para liberar a sus provincias natales sino a todo el continente, en una contundente muestra de fraternidad regional.

Dando un salto en el tiempo, si observamos lo ocurrido inmediatamente después de concluida la primera etapa de la guerra interimperialista iniciada en 1914, vemos que se habían redefinido las formas tanto de nacionalismo –ya se lo nombraba así– como de internacionalismo. En un contexto de crisis económica sin precedentes, el capital se lanzó a profundizar el fenómeno de concentración y el nacionalismo dominante se situaba en el interior de las potencias que habían sido derrotadas, Alemania, Italia, Austrohungría y Japón. Estaba emergiendo el fascismo, que llegó a definir la nación como comunidad biológica: la raza propiamente dicha. La transformación del concepto de nación había alcanzado brutalmente su culminación en un tipo de imperialismo que desencadenó fanatismos reaccionarios sin precedentes. El fascismo cumplió una doble función: en primer lugar servía para movilizar a los sectores subordinados contra los vencedores capitalistas, en pos de una revancha de la que supuestamente saldrían victoriosos quienes habían sido derrotados; por otra parte funcionaba como mecanismo de contención de las masas en países en los que la democracia parlamentaria había caído en una grave crisis y amplios sectores de la clase obrera avanzaban hacia un socialismo revolucionario.

Mientras tanto, el internacionalismo, que bien se podía denominar “obrero” desde la conformación de la Segunda Internacional, no sólo era el concepto opuesto de aquel nacionalismo dominante sino que también se había radicalizado en la dirección contraria: el régimen que surgió de la revolución rusa de 1917 constituyó un Estado cuyos fundadores se declararon incondicionalmente internacionalistas.

Sin embargo, la victoria de Stalin cristalizó en una nueva forma de nacionalismo, característica de la autocracia que la Unión Soviética estaba construyendo a marcha forzada, y los partidos comunistas –nucleados en la Tercera Internacional– se subordinaron a los intereses del Estado soviético. El resultado fue un fenómeno no sólo llamativo sino sin precedentes, ni posterior reiteración: un internacionalismo tan intenso como deformado, que rechazaba cualquier lealtad a su propio país, pero una incondicional lealtad a otro Estado.

En estas comarcas se destacó uno de sus burócratas emblemáticos, Victorio Codovilla, quien desde la conducción del Partido Comunista Argentino fue tenaz opositor del movimiento nacional que ya protagonizaba en nuestro país el antiimperialismo, versión dominante del nacionalismo entonces emergente.

Es que a partir de 1945 se produce un cambio repentino en las relaciones de capital y trabajo con nacionalismo e internacionalismo. Hasta ese momento, las formas dominantes de nacionalismo fueron siempre expresión de los sectores acaudalados, en tanto que las formas correspondientes de internacionalismo –todas con sus vicios y límites– fueron expresión de las clases trabajadoras. Después de aquel año, el nacionalismo se convierte en una causa predominantemente popular, una reacción intercontinental contra el imperialismo y el colonialismo occidentales; el internacionalismo, en este trance, empieza a transformarse en una expresión del capital.

Trasladándonos a nuestros días, vemos una fuerte determinación de hechos y conceptos por la existencia sin precedentes de una potencia hegemónica de alcance global. Hasta ahora, al internacionalismo siempre se oponía alguna variante del nacionalismo –cualquiera fuera su concepción–; pero, para Estados Unidos, el opuesto de “internacionalismo” es –desde hace tiempo– “aislacionismo”. Esta antítesis supone que no está en juego el interés nacional sino la mejor forma de alcanzarlo, y se basa en la ideología estadounidense que considera a ese país como una república simultáneamente excepcional y universal. Es decir, algo superior a un Estado-nación, una forma de mesianismo que encierra un culto ferviente a la patria, pero también una misión redentora del mundo. En esta tradición, aislacionismo no implica cuestionar el mando soberano estadounidense sobre el hemisferio occidental, e internacionalismo significa la voluntad de extender el poder norteamericano.

Lo novedoso está en que, en ausencia de factores compensatorios, la hegemonía estadounidense ha podido imponer por primera vez esta especie de autodescripción como norma global: el internacionalismo es la reconstrucción del planeta a imagen y semejanza de EE.UU., bajo el eufemismo de “comunidad internacional” y con el rótulo publicitario de “globalización”. Se trata en realidad de la expansión capitalista en su fase actual de internacionalización productiva y reestructuración de la división internacional del trabajo.

Como decía al comienzo, no debe sorprender que algunos intelectuales argentinos se hayan convertido en sus devotos propagandistas: que quienes deberían estar en la primera línea de defensa de los intereses nacionales se ubiquen en el lugar equivocado, forma parte de las tradiciones nacionales.

* Presidente del ENRE.

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