EL PAíS › EL TESTIMONIO DE ADRIANA CHAMORRO, QUE RECONOCIó AL MéDICO BERGéS

“La situación era infernal”

En el marco de la causa Camps, Adriana Chamorro contó cómo asistió el parto de María Asunción Artigas de Moyano. El hambre, el frío y las torturas que sufrían. Recordó que Jorge Bergés estuvo presente cuando la picanearon y luego la atendió por las heridas.

 Por Alejandra Dandan

Desde Canadá, el lugar donde vive después de ser detenida-desaparecida y legalizada como presa en Devoto, Adriana Chamorro describió al médico de policía Jorge Bergés. Primero, la voz, la que escuchó durante su tortura. Luego, los ojos, cuando pasó a revisarla en una de las celdas. Y más tarde, la intervención en el parto de Victoria Moyano, un parto que Adriana siguió de cerca, cuidando a María Asunción Artigas de Moyano durante la gestación, en la misma celda, tomando el tiempo entre contracción y contracción.

Adriana declaró desde Montreal ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, a cargo del juicio por el llamado Circuito Camps. Habló de su secuestro y las torturas en la Brigada de San Justo, supervisadas por aquel médico al que logró conocer por el nombre ya en el exilio. Luego habló de su paso por el Pozo de Banfield y del parto de Victoria Moyano.

“Estábamos desesperados, en un lugar sin luz, esposados las 24 horas del día. Estábamos muertos de hambre, muertos de frío, la situación era realmente infernal”, dijo. Desde fines de marzo hasta octubre de 1978 se habían ido llevando a varios grupos de prisioneros, y dejaron sólo a María Asunción. “Me pusieron a mí en el calabozo con ella –explicó Adriana–. Tenía un embarazo de unos seis meses y como tenía crisis epilépticas vino un médico que tenía barba y bigote, le dio una pastilla y le dijo que se mentalizara de que iba a salir solamente cuando naciera su hija.” En otro momento, pasó el jefe del lugar con otra persona, para presentarle a María Asunción. “Nosotros pensamos que ésa iba a ser la persona que se iba a robar al niño”, dijo Adriana.

Finalmente nació la hija de María. “Todos participamos del parto. Empezó a tener contracciones. Yo golpeaba un lado de la pared para que Eduardo (Corro, alojado en la celda de atrás) contara las contracciones. Cuando terminaban, golpeaba de nuevo para que parara de contar y golpeaba atrás para que el de atrás empezara a contar. Estuvo así alrededor de 24 horas porque las contracciones venían de tanto en tanto, hasta que logramos calcular que se daban durante cuatro o cinco minutos. Ahí llamamos a la guardia. Se la llevaron abajo y nació Victoria, que por suerte está recuperada hoy en día.”

Después, María le contó que el médico que había estado en su parto era igual al que ella había descripto como presente en sus torturas. “Ni Mary ni yo sabíamos cómo se podía llamar –dijo Adriana–. Nosotros lo llamábamos ‘el médico de mi tortura’.”

Enseguida “se la llevan a la nena de Mary, un tipo que viene con delantal blanco. Se la dejan unas horas y ella tiene tiempo de darle el pecho porque quería que de alguna manera la nena recordara cuál era su madre. La trajeron a Mary después, tenía mucha fiebre, tuvo muchos problemas con la leche, me tuve que arreglar yo con eso, sufrió muchísimo, por supuesto tenía una depresión enorme porque le habían quitado la hija”.

El secuestro

A Adriana la secuestraron el 23 de febrero de 1978. Se la llevaron tabicada en el baúl de un auto a la Brigada de San Justo, y en otro auto llevaron a Eduardo Corro, que entonces era su compañero. Alguien a quien llamaban Coronel le dijo amablemente que en ese lugar no debía tener miedo, que no iban a violarla ni a tocarla y si algo de eso sucedía debía decírselo a él.

“En la sala de torturas, primero me golpean las orejas con un palo, me dan patadas –dijo–. Finalmente me hacen desnudar y me ponen sobre el elástico de hierro, me tiran un balde de agua y ponen sobre mí una bolsa de arpillera mojada, me ponen las brazos hacia atrás atados, las piernas abiertas hacia adelante y en el pie me atan un alambrecito o un cable. En medio de una gran cantidad de amenazas y preguntas muy irracionales empiezan a darme picana, que como todos saben es infernal. No podía dejar de gritar porque creo que nadie puede hacerlo, y en los momentos en que paraban me hacían preguntas como: ‘¿En qué idioma le hablaste a tu madre?’.”

La tortura se hacía sistemáticamente, dijo. “En las articulaciones, en los senos, en la vagina en particular, y trataron de hacerme en la cabeza o en la cara. Me quemaron los labios, pero alguien que estaba al lado mío dijo: ‘En la cabeza, no’. Entonces siguieron con otras partes. Al rato, la persona que estaba al lado mío me puso el estetoscopio y dijo: ‘Vamos a parar por un rato’. Yo me dije: ‘Hay un médico acá o alguien que sabe’. Se fueron un rato, luego volvieron y siguieron, hasta que se cansaron... Me sacaron a la rastra porque yo no podía caminar.”

Al otro día, después de un poco de comida y agua, observó por primera vez a la cara al médico que había escuchado en la sala de torturas. “Viene una persona muy amable, yo no tenía el tabique puesto. Se presenta como un médico que me va a curar, se sienta, muy amablemente me dice: ‘¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?’. Me dice que lo que tenía no era grave. Me mira el pie. A todo esto yo lo miro con gran intensidad. Me mira el labio, me da un polvito para favorecer la cicatrización. Al escucharlo hablar, trato de que hable más haciéndole algunas preguntas. Me doy cuenta de que es la misma persona que había hablado al lado mío en la tortura. Tenía grandes ojos y un gran bigote. Tenía unos ojos castaños muy calmos y el cabello muy ondulado. Al día siguiente vuelve a venir, verifica la lastimadura, me cura y se va. No lo vi más.”

Adriana recordó los nombres de compañeros de celdas, los apodos de los represores: el Eléctrico, el Burro, a quien identificó en su tortura; el Víbora, un oficial; el Tiburón, a cargo de la patota; el Lagarto; el Pato: “Era un zoológico”, dijo. En el final, el fiscal Hernán Schapiro le preguntó por su militancia política. “Por supuesto (que milité), dado que había una dictadura en Argentina –respondió–. Y yo tenía el derecho como todos los ciudadanos de resistir a ese grupo sedicioso que se había hecho cargo del gobierno ilegalmente y que torturaba, mataba, desaparecía... Así que yo formaba parte de una organización que se llamaba Organización Revolucionaria Compañero.”

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Adriana Chamorro declaró desde Canadá, donde está radicada, y reivindicó su militancia juvenil.
Imagen: Rafael Yohai
 
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