EL PAíS › EL SECUESTRO DE EDUARDO MARíN Y MARíA CRISTINA SOLíS, EX TRABAJADORES DEL DIARIO LA NACIóN

Los delegados que dieron vuelta a Mitre

En el juicio por los delitos en la ESMA, los hijos de Marín y Solís, Pedro y Eva, contaron cómo fueron secuestrados sus padres, dos de los más de noventa trabajadores de prensa incluidos en la causa. También está desaparecido el padre de Solís.

 Por Alejandra Dandan

Eduardo Marín y María Cristina Solís, La Negra, su esposa, trabajaron en el diario La Nación hasta 1975. Eran delegados por la administración, parte de la comisión gremial interna. Durante una toma dieron vuelta el cuadro de Bartolomé Mitre en el despacho del director y fueron candidatos por la Lista Naranja en las elecciones de la Asociación de Periodistas de 1974, “frustradas elecciones”, así las recuerda el libro Con vida los queremos, dado que se abortaron por la intervención al gremio de José López Rega. A Eduardo y La Negra los secuestraron después del golpe de Estado, en dos momentos distintos. Sus hijos Pedro y Eva Victoria declararon en el juicio por los crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada. Eva llegó a la audiencia con una foto de Eduardo en la cartera: él está sentado en el piso del diario La Nación, feliz, durante una asamblea. Cuando lo secuestraron, Eva estaba con él. “Fue en mayo de 1977 –dijo–, más exactamente el día 15 de mayo, hace 36 años. Estamos en la calle, cruzando unas vías, una barrera, yo en ese momento tenía tres años, así que lo que conté en ese momento fue que un hombre se tiró encima de papá, lo estaba esperando cerca de las vías del tren cuando íbamos a cruzar. Lo que recuerdo es que había dos o más autos, que a él lo suben en un auto y a mí en otro. Que yo en ese momento, con mi corta edad, les decía que quería irme con mi papá.”

La sala en silencio. Eva dejó de hablar. Se le cayeron unas lágrimas. Un fiscal le preguntó si podía seguir. Ella siguió. “Lo que puedo contar es que lo vi como dormido; él estaba en el otro auto, inconsciente. Por otros testimonios, supe después que a mí me ven llegar a la ESMA, yo voy con una tarjeta identificatoria donde estaba la dirección de mi abuela y lo que dicen los testigos es que mi papá llega muerto”, dijo, y otra vez tuvo que parar.

A Eva la devolvieron en ese momento a la casa de su abuela Rosa, la madre de su madre, cuya dirección contenía esa tarjeta de identificación con la que entró a la ESMA. No fue la única vez que estuvo en el centro clandestino de los marinos, en la máquina de matar: volvió con su hermano un año más tarde, cuando los secuestradores se los llevaron con su madre.

“Yo fui testigo porque estuve presente cuando secuestraron a mi mamá”, dijo. “El hecho sucedió el 10 de agosto de 1978, nosotros estábamos en la casa donde vivíamos, sinceramente no sé la dirección, no sé dónde era, lo que recuerdo es que era de noche, lo único que recuerdo. Estábamos mi mamá, mi hermano y yo en la casa. Yo tenía cuatro años, mi hermano dos y lo que puedo recordar es a mi mamá poniéndose muy mal, se sienten ruidos, la casa estaba siendo rodeada, mi mamá nos saca afuera de la casa, mi hermano lloraba mucho, ella nos vuelve a ingresar a la casa y recuerdo a hombres armados. No mucho más. Nos llevaron a otro lugar que después supe que era la ESMA. Nos separaron, a mi mamá no la vi nunca más y después, tampoco sé cuánto tiempo estuve ahí, fuimos llevados mi hermano y yo a la casa de mi abuela materna.”

–¿Sabe la dirección de su abuela? –le preguntó un fiscal.

–En la calle Pinto, en Saavedra.

–¿Y recuerda algo de ese momento?

–Recuerdo muy poco –dijo Eva–. Sé que nos dejaron en la puerta de la casa, éramos dos pulguitas porque teníamos dos y cuatro años, no sé siquiera si tocaron el timbre ellos; sé que estaba oscuro a la noche, nos dejaron en la casa de mi abuela. Y digo mi abuela porque mi abuelo ya había sido secuestrado dos años antes, por eso no dije “abuelos”.

Al abuelo, Pedro Solís, padre de María Cristina, lo habían secuestrado en agosto de 1976 mientras buscaban a los Marín. “En realidad yo sé que eran perseguidos mis padres, que mi abuelo, simplemente había firmado una garantía de un alquiler de mis papás y entonces lo vienen a buscar a su casa, para que diga dónde estaban mis padres. El lo desconocía, igualmente era ya un hombre de 76 años que no estaba bien de salud, tenía arteriosclerosis. Lo que pude saber es que rodearon la casa, hombres armados, que había gente en los techos, en las casas vecinas, revolvieron la casa, como decía mi abuela: aunque lo hubiera sabido, mi abuelo no hubiese dicho dónde estaba mi padre. Bueno, se lo llevaron y por testigos sé que estuvo en la ESMA.”

Su hermano Pedro declaró antes que ella, y también habló de ese momento. “Por dichos de mi abuela, sé que buscaban a mi mamá, y al no encontrarla, dijeron: ‘Llevá al más viejo’. Y se lo llevaron a él. Hace poco, un señor que vive en una esquina me dijo que había visto francotiradores en los techos y muchos movimientos de la policía.”

Eduardo y María Cristina se habían conocido de Ciencias Exactas. La Negra entró en La Nación en 1972 y después entró Eduardo. Integraron la comisión interna. Sus historias aparecen en ese libro que recoge las historias de los trabajadores de prensa “que necesitaba silenciar la dictadura”. Allí, Lilia Ferreyra contó que mientras ella trabajaba en La Opinión, “nos llaman a mí y a otros compañeros, Eduardo y La Negra, para contarnos que habían tomado el diario. Corrimos hasta allá. No te imaginás la cara de los dos: radiantes. Eduardo nos condujo al despacho del director y ahí estaba el retrato de Bartolomé Mitre dado vuelva. Nos reímos. Era una revancha”.

Perseguidos, los dos dejan el diario en 1975. Militaban en el Bloque Peronista de Prensa. Sobrevivieron dando clases de física y matemática. Cuando secuestraron a Eduardo, Cristina empezó a mudarse con los dos hijos. “Era un compañero muy querido y en aquellas épocas, primeros años ’70, nuestro gremio de prensa tenía un peso muy importante”, dice ahora Patricia Walsh, que estuvo sentada en la audiencia. “Los trabajadores de prensa –que así nos gustaba ser llamados– no hacíamos diferencia entre los periodistas y los otros oficios de un diario y es por eso que muchos delegados importantes, como fueron el negro Marín y Cristina, eran referentes importantes para un gremio muy presente en las luchas de ese tiempo.”

Los nombres de Eduardo y María Cristina son parte del listado de más de noventa trabajadores de prensa que son “causa” en este juicio. Pedro, su hijo, dijo que eran de Montoneros cuando le preguntaron por la filiación política de sus padres. Eva los situó, en cambio, dentro de la actividad sindical, como estableciendo causas y efectos en ese territorio.

Días pasados, declaró Marta Alvarez en las audiencias. A ella le preguntaron entre decenas de nombres por Pedro Solís. “Pedro Solís era el padre de una compañera que se llamaba María Cristina Solís de Marín –dijo–, que fue una responsable mía dentro de la militancia durante mucho tiempo. La buscaban ansiosamente a ella y a su marido, Eduardo Marín. Y secuestraron al padre de María Cristina, que era una persona mayor y había sido policía. Sí, lo escuché en Capucha –contó Alvarez–: escuché a una persona mayor a la que le pegaban mucho. Y sé que está desaparecido.”

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En una toma, los trabajadores pusieron cabeza abajo el retrato de Mitre en el despacho del director.
 
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