EL PAíS › OPINION

Dos medidas y varias constantes

Ganancias, una decisión no esperada pero factible. Los anuncios de Kicillof, complejos y no imaginados. Sorpresa de sindicalistas y dirigentes opositores por ambas medidas. El debate sobre el impuesto, mal planteado. La iniciativa oficial, sus recursos y los riesgos que toma. Y un vistazo a las elecciones en Uruguay.

 Por Mario Wainfeld

Imagen: EFE.

El Gobierno eximió a trabajadores en relación de dependencia del pago del Impuesto a las Ganancias cuando cobren el medio aguinaldo de fin de año. Era una demanda sostenida por sindicatos de todo pelaje. Se ignoraba qué decisión tomaría la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pero no fue una sorpresa absoluta porque el reclamo y la posibilidad de respuesta estaban en los primeros ítem de la agenda. Fue, en cambio, imprevista la compleja operatoria que incluye la oferta de pago anticipado de los Boden 2015 y el parto de otro bono público, el Bonar 2024. Una medida así no formaba parte siquiera de los devaneos de quinchos VIP en la city o de tertulias K.

Por el momento en que se enunciaron, porque se había instalado mayormente como pronóstico que la Presidenta no daría el brazo a torcer con Ganancias, los anuncios tomaron desprevenidos a medios y dirigentes opositores, De nuevo, el Gobierno mostró iniciativa, capacidad de ocupar el centro de la escena, hiperquinesis. Tal es su patrón de conducta. Los adversarios insisten con la teoría del pato rengo (que tratan de elevar a mandato legal), pero el oficialismo reacciona siempre, los pasa en carrera. Esta descripción alude, en especial, a “la política” sin abrir juicio definitivo sobre el impacto y la calidad de las medidas, sobre las que algo se pasa a decir.

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Un debate mal planteado: El debate referido al Impuesto a las Ganancias para trabajadores en relación de dependencia está, entiende este cronista sin mayor originalidad, mal planteado. Es un patrón común de la etapa. Sindicalistas de surtidas estirpes, formadores de opinión y dirigentes opositores argumentan que es un odioso “impuesto al trabajo”, digno de abolición. Extreman su punto, desconocen la experiencia impositiva comparada, en particular la de las democracias del centro del mundo. No explican cómo captarían recursos con su indulgencia fiscal transclasista (reducir o talar las retenciones, bajar la recaudación de ganancias). Juegan con el slogan, no se adentran en lo que debe ser la solidaridad impositiva que debe existir (también) al interior de la clase trabajadora.

La tesitura oficial es más lógica, pues mantiene un impuesto progresivo, si se lo implementa bien: lo pagan (o pagarían) las personas con mejores ingresos. Colocado frente a un adversario talibán, el kirchnerismo cae mejor parado y recauda más que sus antecesores, lo que le facilita redistribuir más. Hasta ahí su parte de razón y la ventaja práctica que saca.

Los lados flacos del kirchnerismo son el adocenamiento de la política fiscal o la falta de sintonía fina, sumados a ciertas percepciones erróneas sobre el valor adquisitivo de los salarios. Cobrar ganancias a quienes tienen ingresos, pongámosle (para facilitar) medios o altos es pertinente y hasta necesario. Pero un impuesto progresivo exige que las alícuotas también lo sean: que quien apenas supera el mínimo no imponible no tribute la misma tasa que quien lo duplica o triplica. Esta es una cuestión conceptual, de equidad... que bien aplicada sería más redistributiva. Ese objetivo no se resuelve con reformas contingentes que funcionan como parches sino con un diseño más exigente. En tantos años debería haberse acometido.

Tampoco es certera la lectura oficial acerca de cuál debería ser el piso salarial para ser contribuyente. No puede estipularse un número, mediando alta inflación crónica, pero sí estimar a ojímetro. Considerar privilegiados a quienes reciben un salario pasable que pulsea como puede contra la inflación no tiene tangencia con la realidad. Como abogado laboralista que fue, uno agrega que las únicas personas que hablan de sueldos aludiendo al importe bruto (previo a los descuentos) son empresarios o funcionarios. El laburante mide con sabio pragmatismo lo que va a su bolsillo o al cajero automático: sólo esa plata le aceptan en los mercaditos o los super o en el bondi.

La base debería ser más alta, lo que tal vez resentiría la recaudación (la mayoría de los contribuyentes está en la zona baja de la pirámide). Pero, si se aplicaran escalas equitativas, el daño virtual sería menor y en todo caso se estaría más cerca de la igualdad ante la ley, que no es mecánica.

Las falencias del Gobierno no impiden que su ángulo sea más certero que el de sus contrincantes, Ni tampoco basta para evitar una política imperfecta, zigzagueante, con acciones discrecionales.

Suprimir el tributo para toda esa masa virtual de aportantes sería mucho peor. Tal es la ventaja oficial, que trasciende este caso: no hay nada superador del otro lado. Apenas una suerte de demagogia transversal, impracticable si no se quiere fundir o debilitar al Estado.

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Los muchachos desconcertados: Los popes de la CGT oficialista, que hasta acá jamás supieron definir cómo es su lugar en el mundo, reclamaban el medio aguinaldo limpio para un tramo de sus compañeros. Una demanda módica, que planteaban con rubor.

Los popes de la CGT opositora clamaban y cometieron al menos un error táctico y uno estratégico. El táctico es suponer que “Cristina ya bajó el pulgar”. Subestimaron la versatilidad de maniobra de la Presidenta. Quedaron, pues, demasiado tildados ante una jugada que era probable,

La falencia estratégica es más chocante y engloba a los compañeros de “la otra” CGT. Las mentadas centrales obreras manejan (o priorizan, si elegimos matizar) un abanico pequeño de reivindicaciones. De ahí que el mínimo no imponible de Ganancias tenga tamaña centralidad. No se le resta entidad, ya se dijo, pero concierne a una minoría de los trabajadores formales.

Ninguna de las dos centrales empuja un paquete rico de demandas. Ambas han diluido el afán de enfrentar a las patronales. O de proponer reivindicaciones extrasalariales. Tampoco hay voluntad de luchar contra el trabajo informal, cuya principal causa es la evasión. El oficialismo dictó una ley que abría margen para la movilización. “No cuenten con nosotros”, es la respuesta tácita.

Ni hablar de exigir participación en las ganancias, una “conquista” virtual consagrada en la Constitución. Confrontar con la patronal para ampliar los derechos de los trabajadores es una costumbre que cae en desuso.

La agenda de las dos CGT, con tenues diferencias, es corta y poco imaginativa. Echarle un vistazo resalta el mayor piné del Gobierno y la baja productividad de los compañeros dirigentes.

Tal vez se generó una suerte de pereza, consecuencia indeseada del crecimiento durante varios años, las convenciones colectivas con aumentos permanentes. Es una hipótesis que amerita más desarrollo y mejores comentaristas. Como sea, hay un apoltronamiento en los aumentos porcentuales anuales y acumulativos y una merma de creatividad en la ampliación del menú.

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Cálculos de fin de año: Ahora el panorama es más dificultoso. Cuesta empardarle a la inflación, con suerte sólo lo consigue parte de la clase trabajadora. Siete provincias y muchas empresas han pactado bonos salariales, algunas lo habían hecho en años previos. En varias ramas de actividad hubo acuerdos generales: los bancos privados son un ejemplo, al que se llegó con medidas de acción directa. El Gobierno no objeta esos pactos sectoriales, tampoco los fomenta. Y prefiere que se cierren en privado, para no mover la estantería de la negociación colectiva a homologar.

La conflictividad gremial se mantuvo en los lineamientos habituales: alta en términos comparativos internacionales, no desbordada. La puja distributiva no se espiralizó.

Los trabajadores informales fueron quienes más padecieron la caída del empleo y la merma de su capacidad adquisitiva. En el corto lapso que media de acá a las fiestas, el oficialismo debería repasar su caja de herramientas en pos de una medida reparadora para esa amplia fracción de la clase trabajadora. No es tan sencillo como necesario.

Regresemos al corto plazo. En el día a día, las huestes de Hugo Moyano quedaron descolocadas para hacer un paro general con una movida sola del Ejecutivo, imperfecta y coyuntural. Su primera bandera fue aceptada. Pueden ufanarse, ya lo hacen, de haberle torcido el brazo a la Presidenta. Más allá de que es dudosa la veracidad de la teoría, tampoco sería un gran avance... ni obtendrán gran rédito político.

Una reforma impositiva general, progresiva, sigue en veremos. El kirchnerismo no la hará en 2015, sus rivales más taquilleros ni la imaginan.

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Muchas fichas en movimiento: La operatoria anunciada por el ministro de Economía, Axel Kicillof, es sofisticada. Sus consecuencias se proyectan en el largo plazo. Leída por un observador no especializado, la movida incluye dos aspectos esenciales y complementarios. Uno es la oferta de pago anticipado de los Boden 2015, que (como ilustra su nombre) vencen el año próximo. Otro la emisión de un bono de endeudamiento público, bautizado Bonar 2024. La idea central, entiende el cronista, es que el entrante por la suscripción de Bonar calce con lo que salga por el pago de los Boden. Serán muchos acreedores los que trocarán sus papeles por dólares billete, ya que la propuesta luce beneficiosa.

Economistas críticos o enfrentados al Gobierno creen que la jugada resultará. Puede entonces haber un alivio para el cronograma de pagos de 2015, versus un regreso a tomar crédito. Será, ése es el punto que subrayan funcionarios oficiales, un bono “argentino” no sujeto a las mandas y condicionalidades de aquellos predispuestos por los organismos internacionales de crédito.

En verdad, el actual equipo económico trató de abrir esa puerta desde su llegada. Los acuerdos con Repsol y con el Club de París, mirados pragmáticamente, pagaron por conseguirlo. Las sentencias del juez Thomas Griesa y otros tribunales norteamericanos pusieron “pause” al movimiento, que ahora se retoma por otros senderos.

Con muchos jugadores en la mesa (lo que incluye fulleros temibles), nadie puede dar por hecho el desarrollo y el desenlace. Es, con todo, posible que haya impacto en la cotización ilegal del dólar, en el sostenimiento de las divisas y el ya aludido alivio en el horizonte financiero. Los riesgos son, asimismo, altos.

El Gobierno los toma, es voluntarista y tenaz. A veces le sale bien, otras no. Lo que jamás acepta es quedarse quieto. A diferencia del rabino de Praga sobre el que verseó Borges, no cree que la inacción sea la cordura. Más bien, piensa lo contrario.

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Dar pelea: La politóloga María Esperanza Casullo expresa algo similar en Twitter: “El Gobierno kirchnerista es un Terminator loco que se cae o lo tiran, se levanta y sigue tirando piñas”. El economista radical Pablo Gerchunoff trina en igual sentido, compara al Gobierno con Rocky Balboa: no boxeará bien, pero siempre da pelea.

Es interesante y por ahí sugestivo que Gerchunoff, mucho menos afín al oficialismo que Casullo, acuda a una figura más entrañable.

El autor de esta nota ha apelado, antaño, a la comparación con un personaje real. El formidable Mohamed Alí, que sabía retroceder pegando. Una de las características del kirchnerismo es reaccionar y contragolpear en medio de sus trances más difíciles. Se reincide en el parangón, bajo el temor de ser acusado de ultra K. Como se sabe, para la narrativa dominante, los ultra K abundan. Y los ultra-cualquier-otra-cosa no existen. Uno cree que ni tanto ni tan poco. Hay en su inventario ultra clarinistas, ultra opositores, ultra corporativos, ultra mano duristas (con su ala de Sergios, que va de Berni a Massa). Y hasta una ultra bullrichista: la diputada Patricia Bullrich, inquilina transitoria del PRO.

Volvamos al eje. Ganó legitimidad con crecimiento, empleo, consumo y ampliación de derechos. Esto es, con base material y también simbólica valorativa. En una etapa con indicadores económico-sociales en baja, se ingenia para seguir dando batalla, haber mejorado su prospectiva electoral desde las parlamentarias de 2013. No es poco, ni todo el mérito es propio: como dicen los DT de fútbol, el rival también juega. En este caso, bastante mal.

De nuevo, la política explica mejor que la coyuntura económica por qué el oficialismo mantiene adhesiones y puede aprobar seguidilla de leyes en el Congreso nacional. La imagen presidencial se sostiene. Y puede darse el lujo de convocar a un acto masivo el 13 de diciembre tras más de once años en la Casa Rosada. Al presidente Raúl Alfonsín se le cortó esa mecha en 1987, con menos de cuatro. Carlos Menem se sostuvo más tiempo, pero sin convocatoria popular.

No cabe apurar el balance de fin de año, antes de tiempo. Lo que se va demarcando es que el oficialismo se sostiene y sus adversarios no terminan de construir una alternativa, un liderazgo sustituto, una coalición creíble. Ese es el cuadro de situación, que seguramente registrará mutaciones en los meses por venir.

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