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Escrache no es nazismo

Por Sergio Widder *

Asistimos en estos días a un llamado al orden por parte de diversos periodistas, comunicadores y políticos. Su origen está en los reiterados escraches de las últimas semanas, manifestaciones mayormente espontáneas derivadas en agresión física en muy contados casos. Debemos decir que alcanza con que hubiera ocurrido una sola vez para merecer repudio.
Pero este llamado al orden vino acompañado por la increíble calificación de los escraches como “prácticas nazis”. Se me ocurren tres posibilidades: o quienes lo dicen conocen poco la historia del nazismo, o realizan una interpretación muy sui generis de la historia, o están distorsionando la historia adrede. En el primer caso, se soluciona fácil: siempre tenemos la oportunidad de aprender más; en el segundo, podemos abrir un debate histórico, partiendo de la honestidad intelectual; en el tercer caso, tenemos que denunciar de inmediato a los falseadores de la memoria. El nazismo llevó adelante un genocidio sin precedentes. Pretendió exterminar al pueblo judío y todo vestigio de vida judía en Europa. Aunque no fueron los únicos perseguidos por el nacional-socialismo, la singularidad de la persecución contra los judíos consistió en que fueron el grupo seleccionado para una aniquilación total y sistemática.
Resulta superfluo decir que la Argentina está atravesando una crisis sin precedentes, donde reinan el escepticismo y la incertidumbre, y el futuro se presenta como un inmenso signo de interrogación. Las manifestaciones de repudio a miembros de la clase dirigente argentina se llevan adelante, en la mayoría de los casos, guardando el respeto al orden democrático y el estado de derecho. Esto no se parece en nada a las prácticas de las bandas de delincuentes nazis que antes y durante el régimen hitleriano apaleaban y asesinaban gente. Las pandillas, las barras bravas, los “batatas”, las patotas sindicales, pueden ser delincuentes, bandas violentas, incluso criminales, pero calificarlas como “nazis” es un disparate. Menos aún corresponde este calificativo para quienes espontáneamente y sin recurrir a la violencia manifiestan su bronca. Llevada al extremo, esta metáfora sugiere que el pueblo argentino se convertiría en un Hitler que va a exterminar sistemáticamente a la clase política: un absurdo total. En este marco, tenemos que fortalecer el sistema democrático, garantizar las libertades individuales y rechazar cualquier intento de limitar nuestros derechos ciudadanos. De lo contrario, el autoritarismo está a la vuelta de la esquina.
* Representante para América latina del Centro Simon Wiesenthal.

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