EL PAíS › OPINION

Solidaridad y cambio

 Por Washington Uranga

Como sucede con el uso abusivo de palabras y conceptos, también la “solidaridad” se convirtió en una especie de comodín que sirve para todo y, en algunos casos, para tapar más que para construir. Es verdad que la solidaridad es un valor de este tiempo, que mueve positivamente acciones destinadas a disminuir las desigualdades y las injusticias. Pero no menos cierto es que muchas acciones de “solidaridad” (o que se presentan como tales) están cargadas de ambigüedades que tienen que ser erradicadas, porque de lo contrario surten el efecto exactamente contrario al que se busca. No se trata solamente de liberar a los pobres del cautiverio que les genera la pobreza, sino de erradicar de manera sustancial las raíces de la miseria que nos invade. Uno de los problemas más graves de nuestra sociedad argentina de hoy es la brecha entre los suculentos ingresos de quienes más reciben y las migajas que llegan a los sectores más pobres que poco o nada tienen. No se trata apenas de un dato estadístico: es la manifestación más cruel y evidente de un proceso de concentración de la riqueza y de los ingresos que no comenzó ahora, pero que no se ha detenido y se sigue profundizando. En cierto sentido podemos decir que vivimos en medio de una sociedad esquizofrénica que, mientras cultiva la solidaridad, la compasión, la misericordia, la caridad, la ayuda y la protección con las víctimas del sistema, no toma decisiones destinadas a ponerle límite al cruento y feroz proceso de acumulación y concentración de la riqueza. Aunque resulte demasiado duro para algunos oídos, es necesario decir que es esta sociedad la que ha generado en los pobres verdaderos parias. Los mismos frente a los que se espanta y luego quiere expulsar y hasta exterminar. Es la cara más cruel del sistema. De la misma manera, la aplicación de la justicia no puede limitarse al castigo de los culpables, sino a la erradicación de las actividades que atentan contra la convivencia social. Defender los derechos humanos hoy no puede verse restringido a las libertades individuales, sino que tiene que vincularse de manera estrecha con la lucha por una genuina solidaridad para el cambio. Tampoco el dinero que algunas grandes empresas destinan a “responsabilidad social” debe hacer olvidar las injusticias en las condiciones de trabajo. La solidaridad que es apenas “sensibilidad” frente a la pobreza es insuficiente. Porque la solidaridad no puede existir para garantizar la servidumbre, sino para hacer posible que los más pobres crezcan en dignidad y, siendo actores protagónicos, contribuyan a generar un cambio que erradique la miseria.

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