EL PAíS › ARGENTINA-INGLATERRA, EL CLASICO DEL MUNDIAL

Dos horas que no cambiarán el mundo pero sacudirán a un país

A las ocho y media de la mañana el país quedará parado (sí, se puede un poquito más), esperando que el clásico con Inglaterra termine otra vez en festejo como en el ‘86 y en el ‘98, aunque esta vez el partido no sea eliminatorio. Nunca antes hubo tanta necesidad de festejo, pero la crisis es grande y nadie podrá aprovechar el resultado.

 Por Martín Granovsky

Los desocupados. Los que tienen trabajo. Los piqueteros. Los acorralados. Los deudores. Los acreedores. Los políticos respetados. Los vilipendiados. Los caceroleros. Los asambleístas. Los indigentes. Los futboleros. Los turistas futbolísticos. Los pesificados. Los que fugaron divisas. Los que festejan cuando les toca rana. Todos mirarán hoy la misma pantalla, sufrirán durante una hora y media por el mismo equipo y vibrarán con las mismas jugadas sin que, por eso, a las 10 y cuarto de la mañana, después del partido Argentina-Inglaterra, cada uno sea colectivamente distinto de lo que era.
Una obsesión recorre los dos países antes del gran clásico: ponerle contenido. El inglés Mike Marqusee escribió ayer en el diario The Guardian una hermosa nota en la que se disculpa por decir esto justo en medio del Mundial, “pero la belleza de fútbol, como ocurre con otros deportes, reside en su sinsentido sublime”. Más: “Es un fin en sí mismo sin ningún otro propósito superior”. La paradoja, según Marqusee, es que justamente porque el fútbol carece de sentido produce la tentación irresistible de saturarlo de significados.
Si esto es cierto, dos cosas parecen evidentes para el partido de hoy:
- Nunca como antes la necesidad de festejar algo en medio de la malaria fue tan grande.
- Nunca como antes el festejo (God sea loado) tendrá tan poco impacto político sobre el futuro del país.
Es casi como decir que nunca el fútbol tuvo la oportunidad de ser tan fútbol.
La premura por festejar es evidente si se compara éste con el momento de los dos clásicos anteriores.
En 1986 Raúl Alfonsín todavía no había deseado felices pascuas, el Plan Austral había estabilizado la economía y la Argentina vivía su primavera democrática. La mano de Dios de Diego Maradona y su gran gol con el pie fueron dos regalos que con tanto ambiente agradable hasta podían sonar empalagosos.
En julio de 1998, cuando la Argentina eliminó a Inglaterra por penales después de un 2 a 2, éste era un país casi cándido. La economía de Asia había caído exactamente un año atrás, y el flujo de capital hacia los mercados emergentes ya comenzaba a secarse. Pero aún faltaba la caída rusa, que se produciría recién en agosto del ‘98. Y además, en 1998, con la recesión en ciernes, la mayoría del país seguía convencida de que la Convertibilidad se parecía a una copa del mundo (Made in Mongo, eso sí) y que el 1 a 1 no terminaría nunca desempatado a penales.
Hoy es distinto y todos lo saben. Hasta Carlos Roa, el arquero que atajó el penal de David Batty en 1998 y eliminó a Inglaterra del Mundial. Roa, un tipo pacífico, apodado Lechuga porque es adventista del séptimo día y come sano, acaba de declarar que “en este partido la intensidad será incluso mayor que antes porque la crisis que atraviesa el país hace que nuestro pueblo necesite algún tipo de vía para escapar por un momento de los problemas”. “¿Hay mejor entretenimiento que ganarle a Inglaterra en un Mundial?”, se preguntó Roa. De paso, el arquero tranquilizó a todo el mundo sobre David Owen. Dijo que en el ‘98 era una joven sorpresa de 18 años, y ahora viene de ser el futbolista del año en Europa. “Aquella vez nos sorprendió con un gol, pero ahora ya sabemos quién es y estaremos preparados para enfrentarlo”, dijo con la extraña tranquilidad de quien espera el peor terremoto porque sabe que vendrá.
En el ‘98, a la tardecita, el país quedó parado, dicho con inocencia, sin la carga que daba en ese momento la segunda noticia más importante después del fútbol: la llegada del Viagra a la Argentina. El rating superó entonces los 50 puntos, y con seguridad la audiencia sobrepasó los cinco millones de personas porque nunca como en un Mundial de fútbol hay más de una persona frente al televisor. Hoy, esta mañana, cualquier chiste dehumor negro diría que a la Argentina ya no le cuesta pararse. ¿Más parada? Imposible. Pero por una vez la desolación en las calles durante media mañana no tendrá nada que ver con la crisis sino con el fútbol.
“El equipo de Marcelo de Bielsa es maduro”, dijo el ex jugador de la selección Jorge Valdano. “Son conscientes de su papel como defensores del orgullo nacional”, exageró, y agregó: “Todavía no tengo claro si eso es bueno o malo, pero lo que sí está claro es que se trata de un grupo de jugadores con conciencia social”. Según Valdano, “cuando los jugadores se ponen la camiseta de la selección, aunque cada uno de ellos integre los equipos más importantes del mundo recupera su espíritu amateur”.

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