EL PAíS › EMPEZO EL JUICIO ORAL CONTRA EL TURCO JULIAN

“Había que matar a todos”

El represor se negó a declarar, pero el tribunal exhibió una confesión que hizo en televisión, donde admitía su participación en secuestros y torturas y decía que “lo volvería a hacer”.

 Por Irina Hauser

Entró a la sala esposado y vestido de azul, como si llevara impregnado el color del uniforme policial. “Me decían Turco Julián”, dijo al presentarse. “Fui suboficial de la policía, estuve en la Armada y también en el Batallón 601”, se jactó. Al instante, sin embargo, el represor se negó a declarar ante el Tribunal Oral Federal 5 (TOF 5), en el primer juicio por crímenes cometidos durante la última dictadura que empieza en la ciudad de Buenos Aires tras la anulación de las leyes de impunidad. Pero su silencio no importó: un video con su propia confesión ante las cámaras de TV habló por él y frente a él. “El criterio general era matar a todo el mundo”, se lo vio contar suelto de cuerpo en una pantalla gigante desplegada detrás de los jueces. En la entrevista recordaba su paso por los centros clandestinos de detención Club Atlético, El Banco y El Olimpo donde, precisó, “mediante la tortura” se “aceleraba el interrogatorio” de los detenidos. “Lo volvería a hacer”, afirmó sin titubear.

Las imágenes proyectadas pertenecían a una edición del programa “Telenoche Investiga” de los noventa, cuando el ex policía, cuyo nombre real es Julio Simón, todavía caminaba tranquilo por la calle. El fiscal del caso, Raúl Perotti, había pedido que la cinta fuera incorporada como prueba a las audiencias, pero no imaginaba que la exhibirían tan pronto. En una jugada contundente, los jueces Luis Rafael Di Renzi, Guillermo Gordo y Ricardo Farías decidieron mostrarla para inaugurar el proceso, que transcurre en el mismo recinto donde se juzgó el caso AMIA.

El Turco Julián tiene 66 años, usa bigote y el pelo algo crecido, entrecano. Lleva casi seis años preso por el secuestro, las torturas y la desaparición de José Poblete y Gertrudis Hlaczik y por la sustracción de Claudia, la hija del matrimonio, que tenía ocho meses de vida cuando fue llevada con sus padres al campo de concentración El Olimpo. En esta causa, que acaba de entrar en la recta final con el juicio oral que empezó ayer, el juez Gabriel Cavallo (ahora camarista), la Cámara Federal y la Corte Suprema invalidaron las leyes de punto final y obediencia debida. Esa medida permitió destrabar las investigaciones contra cientos de represores por los crímenes de la última dictadura en otros expedientes.

“¿Cómo puede ser que alguien tenga tanta maldad? Pobres los hijos de este tipo que tendrán que saber que su padre es un monstruo”, comentó Buscarita Roa, la mamá de José Poblete, después de ver el video de la confesión, que la tomó por sorpresa en medio de la emoción de la primera jornada. “Tengo bronca, impotencia, rabia y sed de justicia”, exclamó Patricia Navarro, hermana del desaparecido. “Es una mente enferma”, definió al torturador desde la puerta de los tribunales de Retiro, donde se concentraron unas treinta personas del movimiento de desocupados de Guernica que lleva el nombre José Poblete.

Buscarita, una mujer menuda, de pelo corto y tez aceitunada, es querellante junto con el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Hoy será la primera en declarar ante el tribunal entre una lista de más de treinta testigos, en su mayoría ex detenidos, que irán desfilando hasta el 18 de julio, cuando empiecen los alegatos. El veredicto se conocería antes de la feria judicial. Y será el cierre del primero de otros juicios que Simón enfrentará, con más represores, por crímenes cometidos en la jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército, que comandaba el fallecido Guillermo Suárez Mason.

Simón “fue un símbolo del terrorismo de Estado”, leyó al comienzo del día la secretaria del tribunal, Fernanda Alberti. Era parte del requerimiento de elevación a juicio del caso hecho por los fiscales de instrucción Luis Comparatore y Patricio Evers, donde se detalla la acusación por sustracción, retención y ocultación de una menor de diez años, torturas y privación ilegal de la libertad doblemente agravada por mediar violencia y amenazas. El texto brindó un repaso de lo que vivió la pareja en su cautiverio y del robo de su hija en base a testimonios de sobrevivientes, algunos de los cuales ya habían quedado consignados en el Juicio a las Juntas, en 1985.

Gertrudis, que era estudiante de psicología, fue secuestrada el 27 de noviembre de 1978 en su casa de Guernica, cerca de las 23.30. Una patota del Grupo de Tareas 1, del área del Primer Cuerpo, la llevó con la beba a El Olimpo. A su marido, Pepe, lo detuvieron al día siguiente en Plaza Once y lo trasladaron al mismo centro clandestino. Era un técnico tornero chileno, fundador del Frente de Lisiados Peronista, que había perdido las piernas en un accidente ferroviario.

Por los testimonios que figuran en la causa se supo que a los dos días de ser detenida, a Gertrudis le quitaron su beba. Simón le dijo había sido entregada a los abuelos. En el ínterin le permitieron hacer un llamado telefónico a su madre, pero mientras hablaba, en el momento en que se estaba enterando de que la niña no estaba con la familia, el Turco Julián le cortó “abruptamente” la comunicación, leyó la secretaria del TOF 5. “Simón tenía conocimiento del destino de la menor”, asegura la imputación. Los apropiadores de Claudia, el teniente coronel retirado Ceferino Landa y su mujer, Mercedes Moreira, fueron condenados en 2001 y ella, que había sido criada con el nombre Mercedes Landa, pudo recuperar su identidad.

Cerca de las diez de la mañana, el acusado empezó a retorcerse en su asiento, a cruzar las piernas y a moverse con nerviosismo. Entre la platea y los abogados hubo cruces de miradas, hasta que Di Renzi, el presidente del tribunal, llamó a un cuarto intermedio de quince minutos, que resultaron treinta, para que el ex policía fuera al baño.

En cuanto el torturador regresó, escoltado por un enfermero, otro secretario, Julio López Cariego, sumó detalles sobre las torturas sufridas por José y Gertrudis. A ella le aplicaron picana eléctrica. A él, sus carceleros lo apodaban con sadismo “cortito”, tenía que desplazarse “por el suelo sin sus piernas ortopédicas” y “se ensañaban con él por ser chileno”.

Sobre el final de la lectura, quedó dicho que tanto Simón como Juan Antonio del Cerro –el otro acusado de este juicio que falleció en abril pasado– participaban de los tormentos en El Olimpo, el Club Atlético y El Banco. Pero, por si quedaba alguna duda, el tribunal decidió proyectar la confesión televisiva del Turco Julián. “Depende la hora en que caía el integrante de la organización, se aceleraba el interrogatorio porque podía tener una cita, y para no perder esa cita se aceleraba el interrogatorio mediante la tortura”, dijo frente a las cámaras. Cuando se hablaba de “traslado” y “destino final” de los detenidos que eran sacados de un centro clandestino, precisó, “era la muerte”: “Camión, Campo de Mayo, avión y destino final”, concluyó (ver más citas aparte).

El represor ayer no quiso exponer ni responder preguntas de los jueces. Sólo dio datos elementales, algunos bien imprecisos, como la edad de sus hijos, que después de dudar dejó en “28, 30 y 33 más o menos”. Dio como domicilio el penal de Devoto y prometió declarar más adelante “en toda su extensión”. Después, el tribunal leyó indagatorias que prestó durante la etapa de instrucción, en las que pasó de decir que jamás había visto un menor en un operativo a admitir que conocía el caso de Poblete.

Desde el pullman de la sala, un grupo de periodistas observaba al ex policía con vista aérea mientras le volvían a poner las esposas.

–Andá, hacele una pregunta –desafió uno de ellos a un compañero.

–Se me ocurre sólo una: ¿Cómo se puede ser tan hijo de puta?

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El Turco Julián, al salir de los tribunales de Retiro, donde lo juzgan por crímenes de lesa humanidad.
 
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