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Un diálogo con espinas

 Por Mario Wainfeld

La referencia sustancial del encuentro entre la Presidenta y la conducción de la CTA es el espacio ganado por la Central alternativa, reconocida institucionalmente como interlocutora del Gobierno. La reunión ratificó ese contexto promisorio, en el máximo nivel, aunque estuvo jalonada por intercambios ríspidos y bastante mala onda. La sinceridad mutua es encomiable, lo que no significa que algunos prejuicios que se pusieron sobre la larga mesa también lo sean.

Es un dato inicial que la primera línea del kirchnerismo ya no tiene el corazón partido entre la CGT y la CTA. Quizá fue así en sus albores, allá lejos y hace tiempo. Hoy día, por razones pragmáticas, políticas y seguramente también ideológicas, la CGT es un aliado esencial del oficialismo. “Son un factor de poder y un grupo de presión –sincera un ministro cinco estrellas– y controlan a sus afiliados.” La CTA, rezongan en la Rosada, es sólo un grupo de presión. Desbordada permanentemente por minorías ajenas a su conducción, se deja correr por izquierda, no conduce a todos sus afiliados.

Ese señalamiento, que lleva años, se sumó a una inquina tan reciente como fervorosa de los Kirchner. Es la derivada de los conflictos entre la CTA y los gobiernos de Santa Cruz, episodios que enardecen a la pareja presidencial. Esa cuenta pasada seguramente se adicionó en la factura que les pasó la Presidenta a los gremialistas por la conflictividad docente. “Tenía preparado un discurso muy redondo y llevó un machete”, cuenta un protagonista y testigo presencial. Tan enojada estaba Cristina Fernández, que recayó en un argumento que es un latiguillo de la derecha: cuestionó que los trabajadores docentes más combativos han sido los que mejor están. Una realidad recurrente que se conoce desde tiempos del Cordobazo y que en general (y con razón) es usada por el Gobierno como alabanza a su gestión: la puja redistrubutiva se animó porque los trabajadores están mejor.

Cristina también los encasilló como una fuerza política opositora, categoría que rechaza la cúpula de la CTA. “Somos una central de trabajadores, pluralista. Pero una central, no un partido político”, autodefinió el secretario general Hugo Yasky. Los dirigentes se molestaron por esa acusación y por haber sido homologados a algunos de sus colegas cegetistas. “Nos dijo que los representantes siempre viven mejor que los representados. Yasky le replicó que eso era aplicable a otros, que ellos vivían igual que otros maestros. Como Cristina porfiaba, la invitó a visitar las casas de los allí presentes.”

Desde la CTA se encomia la democracia interna aunque en voz baja se reconocen divisiones internas. Quizá la más importante, que se dejó ver en la Casa Rosada, es la que separa a los que privilegian el discurso crítico y quienes se inclinan por privilegiar la defensa tangible de los intereses de los afiliados. Esa división preexiste a la existencia de sectores kirchneristas dentro de la CTA. La división entre kirchneristas y no kirchneristas se sobreimprime y complejiza la que existe entre quienes privilegian el costado sindical y quienes se recuestan más en el político.

Los funcionarios se enfadaron por lo que consideraron falta de reconocimiento a los avances económicos y sociales. Y por la agresividad de algunos expositores gremiales, que asociaron a necesidades internas trasladadas malamente a ese ámbito.

Fiel a lo que es su modalidad en este tipo de reuniones, la Presidenta pidió a sus invitados que hablaran primero. Y luego les respondió con firmeza y eventual acritud (también la hubo en algunos invitados). El debate siguió, hecho central que es más valorable que el tono que promedió.

Muy empacada en negar la crisis del Indec, prolongando una falta de introspección preocupante del oficialismo, la mandataria poco dijo sobre el reconocimiento de la personería gremial. Alegó que se resolverá administrativamente. Yasky se permitió una broma: “Entonces es una buena noticia, porque sé que Tomada nos la va a reconocer”. Fue una ironía, todos conocen que la decisión es política y que seguirá en capilla.

Las partes concordaron en la necesidad de habilitar canales de comunicación para tratar temas concretos. Cuando todavía se mantenía el ambiente caldeado, Alberto Fernández convocó a Yasky para iniciar esa instancia al toque, en la mañana del día siguiente. Una salida para saldar de modo positivo el encuentro.

En simultáneo comienza la histórica paritaria docente nacional, una conquista de los trabajadores plasmada bajo el kirchnerismo. Una instancia superadora, inédita y conflictiva, como lo fue el encuentro que acabamos de repasar.

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