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Jugadas de pizarrón

 Por Mario Wainfeld

Mañana no habrá clases en once distritos, número bastante impresionante que se agiganta si se traduce en cantidad de alumnos: algo así como el 80 por ciento de los chicos en edad escolar.

Es bien presumible que las derivaciones de las paritarias nacional y provinciales anticipen circunstancias similares en otros ramos del empleo público, quizá por encima de las actividades privadas. Ocurre que la crisis da motivo y pretexto a los empresarios para usar la dificultad y la escasez como argumento de negociación, tanto como para agitar el fantasma del cierre o de la reducción de horarios de trabajo para atenuar las demandas de sus empleados. El Estado, por definición, no cierra ni para. Es más, las huelgas (las de maestros en alto grado) complican y preocupan a los ciudadanos de a pie.

Para redondear, mientras los empleadores privados pueden convocar a la austeridad, el actual gobierno tiene un discurso promotor de la actividad, el consumo y la redistribución del ingreso que complican a quien quiera cerrar la mano.

Más allá de esas contingencias coyunturales, los conflictos docentes (en un contexto de significativos incrementos del gasto y de los salarios) tributan a varias rémoras institucionales. La indescifrable formación del salario (hija de retoques parciales, reasignaciones, incrementos “no retributivos” y otras lindezas) es una de ellas. La falta de incrementos que no sean por antigüedad es otra. Un tercero es la carestía de recursos coparticipables que aqueja a las provincias, la de Buenos Aires es un caso extremo pero no una excepción. La falta de gimnasia negociadora entre gobiernos provinciales y gremios (que derrapa más fácil al discurso patronal agresivo o al paro que en sectores privados) es otra.

El esquema propuesto por los gobiernos kirchneristas mejoró mucho las cosas y consagró legalmente reclamos históricos. Pero, como en muchos otros aspectos, muestra veloces signos de obsolescencia, al calor del cambio de circunstancias. Mejorar no termina con los conflictos, apenas genera otros nuevos. O reaviva las llagas de los problemas que no se corrigieron antes.

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