EL PAíS › FRANCISCO DE NARVáEZ

Siempre al acecho

 Por Nora Veiras

“Simboliza la serpiente de agua. Las serpientes son muy seductoras y cautivantes y siempre alcanzan lo que se proponen.” Allá por el 2001 cuando recién despuntaba como un empresario con ambiciones políticas, Francisco de Narváez decodificaba así el tatoo que lo identifica. Su figura, modelada a fuerza de gimnasio y maratones, ya rondaba el medio siglo pero se había transformado en protagonista de las discos de moda y de las playas de Punta del Este. En el ’99, la venta de Casa Tía y el Paseo Alcorta al Grupo Exxel le había garantizado –según él mismo declaró– “la cuarta parte” de los casi 700 millones de dólares de la operación familiar. Con las alforjas desbordantes rediseñó su vida y descubrió al peronismo.

En el ’99, con su ex socio en Casa Tía Andrés Deutzche, había incursionado en el negocio aerocomercial: formaba parte del directorio de LAPA cuando se estrelló el vuelo 3142 en el que murieron 65 personas. El fiscal de la causa pidió su procesamiento porque consideró que el recorte de gastos impuesto por la conducción empresaria había sido uno de los desencadenantes de la tragedia. “El Colorado”, inmune, siguió adelante en un derrotero que aparenta no tener límites. Poco después formó la Fundación Creer y Crecer donde Mauricio Macri apareció como presidente. De Narváez empezó a contratar técnicos de distintas áreas para aportar un plan de gobierno a quien quisiera comprarlo. Ya había ensayado financiando la formación del Cippec, época en la que se entusiasmó con “la concesión de escuelas públicas” para que funcionen. Se había entusiasmado con Carlos Reutemann, pero las dudas del santafesino primero y la decisión de Macri de ir por la ciudad lo alejaron transitoriamente del líder de PRO.

Nacido en Colombia, recién en el ’83 se nacionalizó argentino, dijo que para votar a Raúl Alfonsín. Poco afecto al estudio, abandonó el secundario en el coqueto Cardenal Newman, de donde sí egresaron Macri y Alfonso Prat Gay, y empezó a trabajar en el negocio familiar. Desalojó a su hermano Carlos del directorio de la empresa –literalmente contrató un flete y sacó todas sus pertenencias de Casa Tía– para imprimir su sello. “La mayoría de la gente que despedí tiene más de 25 años de experiencia en Tía; en conjunto me deshice de 5000 años de experiencia. (...) Gente que en el pasado había dirigido la empresa y, ahora, si no estaban de acuerdo con una idea, no la llevaban a cabo. Fue una decisión difícil de tomar y aún vivo con eso. No tiene sentido pensar en forma justa. No hay justicia”, escribió De Narváez al exponer su éxito en un seminario en la Universidad de Harvard.

Poco después, en el ’92, llegó a pensar en suicidarse y estuvo un día encerrado en una habitación del Hyatt apuntándose con un revólver que no llegó a disparar. Dijo que a partir de ese episodio dio un vuelco a su vida. Divorciado y padre de tres hijos, se volvió a casar con la modelo Agustina Ayllón y siguió agrandando la familia: está por nacer su sexto hijo. En simultáneo, se lanzó a la construcción de su figura como “líder” político. Ese sustantivo lo deslumbra y así se refieren a él sus colaboradores más estrechos.

Siempre listo

“Yo elegí a Menem en el ’89 y en 1995. Voté a De la Rúa. Y en el 2001 voté a Luis Zamora y a Horacio Liendo: mire qué mezcla, ¿vio qué espectro amplio?”, reseñó, entre carcajadas, en el 2002 en una entrevista con La Nación. Por entonces ya había decidido que el peronismo era la única vía para acceder al poder y empezó a usar su arma implacable: la billetera. Juraba que él quería aportar equipos que no aspiraba a cargos electivos mientras avanzaba en su búsqueda de hacerse con algún medio de comunicación. Intentó comprar Canal 9, se atrevió con Telefé y Radio Continental, pero se tuvo que conformar con el paquete mayoritario del Canal América y la Radio La Red, asociándose con José Luis Manzano, Carlos Avila y Daniel Vila. También compró El Cronista y una parte minoritaria de Ambito Financiero.

En el 2003, El Colorado ya hablaba como “un compañero”. Se había acercado a Eduardo Duhalde y en febrero de ese año llegó a decir: “Me parece que de los tres candidatos del justicialismo, me siento más cerca de Kirchner”. Dos meses más tarde financió la campaña de Carlos Menem y dijo: “Cuando me siento a hablar con él (Menem) y lo miro a los ojos siento en él un hombre que quiere retornar a la Presidencia para unificar a los argentinos”. El caudillo riojano no se presentó al ballottage y De Narváez se quedó con las ganas de “erradicar el hambre en seis meses” desde el Ministerio de Desarrollo Social. Menem ya le había facilitado un gran negocio: por decreto le había cedido parte del predio de La Rural por poco más de 30 millones de dólares cuando la valuación oficial rondaba los 900 millones.

Su look lo alejaba del folklore Nac and Pop y desenfundó otra vez su arma. Compró en una subasta de Christie’s en Roma el uniforme militar con el que asumió Perón su tercera presidencia (93 mil dólares) y su biblioteca (148 mil dólares), aunque confesó que la lectura no forma parte de sus placeres. Después aportó un millón para la construcción del Mausoleo de Perón. Duhalde lo convocó para que le acercase equipos a Kirchner, pero la idea no llegó a concretarse. El Colorado flirteó con el oficialismo: viajó a Alemania en una comitiva presidencial, intentó que el Gobierno vetara a un grupo chileno para quedarse con los supermercados Disco y conversó con el ministro de Planificación, Julio De Vido, para participar en la empresa Energía Argentina Sociedad Anónima (Enarsa).

En el 2005 llegó a la Cámara de Diputados como cuarto en la lista del duhaldismo. En el 2007, apoyó la candidatura presidencial de Roberto Lavagna y lanzó su propio juego como aspirante a la gobernación amigado con los Macri (Mauricio y Jorge) de PRO. Por entonces le hizo sentir el rigor de sus modales a Juan Carlos Blumberg, quien osó desafiarlo. El Colorado no ahorró recursos para mostrar las debilidades del falso ingeniero y adueñarse de la bandera de la seguridad y el orden. Fue uno de los pocos que llamaron al gobernador de Neuquén Jorge Sobisch después del asesinato del maestro Carlos Fuentealba. “Hizo lo que tenía que hacer como funcionario público”, le respondió a Perfil cuando lo consultó sobre la represión.

En su tarea legislativa se notaron poco los aportes de sus equipos técnicos. En los últimos meses sí se notó, como indica su tatoo, que está dispuesto a lograr lo que se propone. Invirtió decenas de millones en publicidad y su rostro inundó pantallas, carapantallas y estadios. Una exposición que enoja a Macri porque no sabe cómo va a hacer para justificar tanto derroche. En el 2006, su última declaración jurada presentada en Diputados da cuenta de una fortuna de 120 millones de pesos –muy lejos de los 175 millones de dólares que reconocía hace ocho años– y la Administración Federal de Impuestos (AFIP) le pide explicaciones por el incremento del 900 por ciento de su patrimonio entre 2004 y 2008. Esta semana, sus abogados tendrán que explicar ante la Cámara Federal de San Martín por qué quiere apartar al juez Federico Fa-ggionatto Márquez de la causa que investiga el tráfico de efedrina. De Narváez recusó al magistrado al recibir la citación a declaración indagatoria.

El Colorado dice que no cree en Dios porque “la religión es una necesidad del hombre para suplir sus miedos”, sí cree en la reencarnación. Mientras tanto, exhibe su serpiente y sigue adaptándose a la superficie más favorable para avanzar. Siempre al acecho.

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