EL PAíS › OPINIóN

Intentos

 Por J. M. Pasquini Durán

La sociedad envió mensajes variados, cuyos destinatarios fueron tanto el Gobierno como la oposición. El primero, válido para todos, fue que las mayorías singulares no han dejado conformes a sus votantes y, para remediarlo, esta vez fraccionaron las opciones. Las irrupciones de Pino Solanas en la Capital y Martín Sabbatella desde Morón y el espacio cubierto –aun perdiendo– por los socialistas santafesinos son ejemplos sobresalientes de esa pluralidad. El otro mensaje general es que los votantes esperan que los políticos se ocupen de los problemas cotidianos de la gente sencilla en lugar de gastar el tiempo en interminables internas, chicanas y diagramas de conspiraciones que preparan unos contra los otros, por lo que ahora van a probar con agrupaciones más pequeñas o nuevas en el ejercicio del poder.

Entre los datos importantes del escrutinio se puede advertir que en general los grandes aparatos no tuvieron los resultados que imaginaron. Ni el PJ ni los radicales pueden exhibir las chapas con nuevos brillos. Tampoco el Gobierno retuvo la magnificencia que necesita para hacer frente a sus enemigos, que son poderosos y bien ubicados. Entre los que aspiran a suceder a ese aparataje está el bonaerense Francisco de Narváez, que viene construyendo un liderazgo a costa de inversiones millonarias, una poderosa máquina publicitaria y un eclecticismo doctrinario por el que puede presentarse como peronista y hacer acuerdos con Macri, expresión del antiperonismo porteño. Tendrá que seguir gastando. Hablando de invertir, pese a que no le gusta gastar sin obtener beneficios, Macri tendrá que mostrar mejores resultados si no quiere seguir debilitándose, porque su socia Michetti, pese a salir primera diputada porteña al Congreso nacional, acaba de hacer una de las peores elecciones desde que Mauricio se alzó con el 60 por ciento y la Jefatura de la Ciudad, tan frágil que un Pino la hizo trepidar.

Recién comienza el análisis de las ganancias y pérdidas de cada uno, pero una de las perdedoras netas de ayer fue la conspiración del fraude, que se había esfumado del discurso político y mediático antes que salieran los primeros datos de boca de urna. El nuevo argumento es que las elecciones fueron distorsionadas y la gobernabilidad estará en peligro debido al descuido oficial frente a la epidemia de gripe. Hay un dato, sin embargo, que puso en evidencia la fragilidad de estas causas “armadas”: ¿dónde está el partido agrario? ¿Por qué las principales mediciones demostraron que el campo bonaerense fue a votar en menor cantidad que el collar de la pobreza urbana en el Gran Buenos Aires? Los ciudadanos de a pie suelen equivocarse en sus elecciones y la mayoría es indiferente a la política, otro error, pero son pocos los que comen vidrio sólo porque se lo sirvan como dieta obligada.

Esta es una lección derivada del presente escrutinio, válida para algunas fuerzas opositoras, pero también para la Casa Rosada, que en más de una ocasión se obstina, confundiendo tenacidad con terquedad, y quiere que sus votantes acepten los golpes de timón sólo como actos de fe. El estilo hermético en el ejercicio del poder opaca la actividad general, porque hasta los más partidarios se preguntan por qué. La verticalidad del mando, tan habitual en el peronismo, ya no funciona en esta época en que los ciudadanos han tenido tiempo para aprender que la libertad significa participación en las decisiones. Las decenas de piquetes diarios, algunos casi incomprensibles y por lo general intolerables, son la expresión de esa conciencia democrática, que descartó a los que pronosticaban fraude, pero también votó en múltiples direcciones.

A juzgar por los primeros discursos de los políticos, ganadores o perdedores, ninguno piensa ocuparse de los problemas individuales de sus votantes. Siguen insistiendo en lo de siempre: “Si no soy primero, soy segundo”; “no”, contesta el otro, “lo somos nosotros”; y así siguiendo.

Para los próximos seis meses, las elecciones de ayer tienen valor simbólico, porque los elegidos no asumirán hasta el próximo 10 de diciembre. Habrá que ver si en ese período de tránsito la gestión del Gobierno traduce los mensajes emitidos desde las urnas.

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Imagen: Martín Acosta
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