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El candidato

 Por Horacio Verbitsky

El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio prosiguió esta semana su campaña como aspirante a la sucesión de Benedicto XVI, con dos actos proselitistas: la presentación de su libro El jesuita en el auditorio de OSDE y la primera visita de un jerarca católico a la sede de las organizaciones judías DAIA y AMIA.

En el acto se proyectó un video en el que se afirma que Bergoglio fue el candidato más votado después del alemán Joseph Ratzinger en el último cónclave, un autobombo que no aprendió en los ejercicios de Ignacio de Loyola. Los organizadores informaron que Bergoglio no estaba presente porque se moría de vergüenza de sólo pensarlo. Juan Carr dijo que era “apasionante ver la figura de un candidato a santo” y recomendó a quienes quisieran conocerlo “porque luego se lo van a contar a sus hijos”. Alberto Zimerman, directivo de la DAIA y vicepresidente de Diálogo Interconfesional, contó que el Cardenal prefería tomar el tren en Roma antes que ser llevado en auto con chofer y con un burdo parangón con un obeso que quiere adelgazar explicó “la elaboración maravillosa que él hace del concepto de la reconciliación y del perdón”. El vocero oficioso de Bergoglio, Sergio Rubin, quien antes lo fue del cardenal Raúl Primatesta, y defensor de la dictadura en la revista católica Esquiú, transmitió las opiniones de Bergoglio sobre el futuro de la Iglesia Católica en los próximos cincuenta años, lo cual se parece bastante a una plataforma electoral. Dijo que su prédica sobre la reconciliación se basa en la verdad y en la justicia, pero que además “siempre cuenta el perdón”.

En el nuevo edificio de la DAIA y la AMIA, el presidente de la Iglesia Católica argentina se reunió con los directivos de ambas entidades y con el gran rabino de la Argentina, Salomón Benhamú Anidjar. Cardenal y rabino fueron acusados de colaborar con la represión dictatorial a partir de 1976. Bergoglio era superior de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes fueron secuestrados en mayo de 1976, torturados en lugares clandestinos, interrogados sobre sus posiciones teológicas y liberados cinco meses después. Los dos señalaron a Bergoglio como su entregador. El rabino Benhamú Anidjar visitaba las cárceles y presionaba a las presas políticas para que colaboraran con sus captores y contaran quiénes eran sus compañeros, como testimoniaron las sobrevivientes Deborah Benchoam y Alejandra Naftal. Ni él ni Bergoglio pidieron perdón, porque tampoco reconocieron y detestaron su conducta de aquellos años ni prometieron no repetirla, como exige el catecismo católico en el sacramento de la penitencia o la reconciliación.

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