EL PAíS

Ahora dicen que la derecha no existe

 Por Mario Wainfeld

El discurso de la oposición y de los medios dominantes coincide en negar que en la Argentina existe la derecha política, tanto como las clases altas. Es extraño, porque en otras latitudes hay partidos o dirigentes que se definen, con seriedad y hasta orgullo, como de derecha o de centroderecha. Primeros mandatarios actuales o pasados como Mariano Rajoy o Angela Merkel o Nicolás Sarkozy no reniegan del rótulo y actúan en consonancia. Uno podría acotar que “las izquierdas” o centroizquierdas del Viejo Mundo están en mayores apuros cuando insisten en nombrarse como tales aunque los desmientan sus desempeños de los años recientes.

En cambio, en estas pampas, conforme la narrativa de la “opo” y la “Corpo”, hay kirchneristas (un puñado), “ultra K” (un tocazo) de un lado. Del otro, republicanos, ora progresistas (el extinto Fa-Unen se reclamaba así) ora sin rótulo. Pero derechas no.

En consonancia, tampoco existen clases altas. La segmentación social abarca para la Vulgata a clases medias y sectores populares. A la marcha del 18-F o a los cacerolazos adhirieron, cuenta el Multimedio, gentes de clase media. ¿Ni uno de más arriba, por ingresos, patrimonio o pertenencia social? No, señor, ni uno.

Es cierto que es trabajosa la definición de “clase” (con el marxismo pasado de moda) pero en cualquier lectura algo de clase alta habrá. Su inexistencia, tal vez, podría incordiar al jefe de Gobierno, Mauricio Macri, porque, verosímilmente, sería uno de sus apoyos. Contado en número, generoso si se lo mide por capitales (ver, asimismo, nota aparte). Pero los sabios de la tribu la escamotean en sus análisis.


Contra tanta versación (y el silencio de los radicales que se le unen) el cronista insinúa, con su proverbial timidez, que Macri es clavado un dirigente de derecha. Sus gestos recientes lo sinceran, por si hiciera falta. Contribuye al diagnóstico la adopción de pistolas Taser que Sarkozy introdujo en Francia y produjo cuanto menos tres muertes de ciudadanos indefensos según denunciaron medios galos.

Dejemos de lado los pruritos de familias empinadas que exigen generaciones de piné para entrar a ese círculo rojo. Mauricio es hijo de un inmigrante exitoso, se formó en una universidad paga en la que papá Franco se puso con las cuotas y donaciones generosas. No es alto, pero sí rubio y de ojos celestes. Habla de modo engolado, acaso adquirido en primera generación.

Hoy por hoy es el primer cuadro de la derecha vernácula con posibilidades de ser presidente electo. El cronista, aclara, sólo usa como término de comparación lo sucedido desde 1983, el mejor laboratorio de continuidad democrática. Macri ungido, rompería el molde de los presidentes argentinos, de esta etapa. No es un producto de la universidad pública, ni emerge de una clase media ascendente.

Hasta ahora el pueblo argentino, expresado como soberano, jamás apoyó a una figura de esos orígenes sociales, con marcado apoyo del establishment y esa bandería.

Por si hace falta, el presidente Carlos Menem instrumentó una política de derecha pero no es homologable a Macri. En 1989, el riojano era un populista hecho y derecho. En 1995 fue reelecto con un programa neoconservador, pero conservaba su origen social y provincial, sus modos plebeyos. Y, por último sólo en la enumeración, la condición de peronista pone en vilo todas las tipologías.


Retomemos: ninguna mayoría electoral consagró a “gente como uno”. La historia describe tendencias profundas aunque los precedentes sólo valen como indicios. El devenir está signado también por la dialéctica, los cambios culturales y hasta la entropía.

Habrá que ver, entonces, si la derecha política y sociológica ingresan en triunfo a la Casa Rosada. En la Ciudad Autónoma (un territorio federal peculiar) ya lo hizo siendo el primer gobernador importante educado en una universidad privada.

De nuevo: habrá que ver, sería una novedad. Dicho por quien, osadamente, cree que las ideologías también existen: sería infausta por donde se la mire.

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