EL PAíS › OPINION

La bolilla que faltaba

 Por Washington Uranga

La decisión tomada ayer por el Gobierno de retirar el aval que en su momento había dado para la designación de Antonio Baseotto como obispo castrense plantea una situación por demás insólita en un país de tradición y mayoría católica como lo es Argentina. El Gobierno y una parte importante de la Iglesia local pareciera que han quedado atrapados en una telaraña montada por terceros con claras intenciones políticas y de la que no se sabe cómo salir.
El Gobierno encontró una fórmula –la de quitarle el aval a Baseotto– que lo deja en la mejor posición: está claro el rechazo, se sienta la discrepancia y vuelve la pelota al campo de la Iglesia. Lo hecho coincide con el estilo que el presidente Néstor Kirchner les imprime a los conflictos que se le plantean en la gestión. Pero quizá por tratarse de la Iglesia lo que se buscó fue una decisión que le dejara un margen de maniobra a los obispos locales.
Si la determinación –algo todavía no totalmente descartado en ámbitos oficiales– hubiera sido la de impedirle directamente a Baseotto el ingreso a los cuarteles, la cuerda se habría tensado hasta un punto muy difícil para el Episcopado local. Aunque nunca lo dirán en público, las más altas autoridades de la Conferencia Episcopal aceptaron con resignación, pero con comprensión también la decisión adoptada por el Ejecutivo. Sin embargo, al mismo tiempo y por todos los canales informales que pudieron utilizar hicieron llegar un mensaje solicitando que no se avance con la idea de dejar a Baseotto fuera de los cuarteles.
Desde otro lugar la pregunta sería: ¿por qué la propia Conferencia Episcopal no es la que le ordena a Baseotto que tome distancia y no siga generando nuevos focos de tensión? La respuesta a esta pregunta sigue viniendo de Roma. Ayer la agencia católica AICA difundió una carta del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, dirigida a Baseotto en la que citando a Santa Teresa sostiene “la verdad padece pero no perece” y se admira porque “llama la atención las interpretaciones que de sus afirmaciones se hacen”. Para completar su aporte el cardenal colombiano recuerda que lleva muchos años trabajando con gobiernos, políticos y parlamentarios “en un clima de acercamiento y de diálogo respetuoso en la verdad”. ¿Dónde? En la República Checa, en Bielorrusia y en Croacia. ¡Qué decir entonces! Si en aquellos países donde el comunismo ha ganado tantos adeptos en tiempos no muy lejanos y donde aún esas “marcas” ideológicas no se han borrado se mantienen “interesantes contactos” y se dialoga sobre estos temas, ¿en qué lugar situar al gobierno argentino? Eso podría haber reflexionado López Trujillo. El cardenal, que “ora” por Baseotto para que “el clima de tensión se serene y pueda (el obispo castrense) cumplir con su misión pastoral serenamente”, no aclara, sin embargo, si en sus diálogos con los dirigentes políticos de los ex países comunistas también los amenazó con tirarlos al río con una piedra al cuello si no aceptaban sus posiciones doctrinales.
Pero todo esto adquiere su verdadera dimensión cuando se recuerda que López Trujillo tiene una trayectoria militantemente conservadora dentro de la Iglesia latinoamericana, ha sido impulsor de la represión institucional a toda voz disidente y es un tenaz perseguidor de la teología de la liberación. López Trujillo es la bolilla que faltaba para completar las adhesiones que, todas desde el mismo lugar, sigue cosechando Baseotto. Mientras tanto, en el ámbito local, la institucionalidad eclesiástica sigue enredada en sus propias contradicciones sin poder (o sin querer) emitir una voz que pueda sonar diferente.

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