EL PAíS › ALEJANDRO VANOLI *.

Un cambio en el modelo

Una crisis, a diferencia de las normales fluctuaciones cíclicas, expresa una inadecuación de un modo de regulación político-económico a cambios estructurales. La crisis argentina y la de sus vecinos regionales marca el agotamiento de un ciclo y el comienzo de algo nuevo. Sabemos por dolorosa experiencia que las crisis no suelen ser un crucero de placer. Los países, como los seres humanos, no evolucionan si no afrontan crisis, que suelen significar oportunidad. Siguiendo a Borges “... No te arredres. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro, puede haber una luz, una hendidura...” Cuanto más rápido reaccionemos y transformemos las instituciones y las políticas, menos traumática y más breve será la fase de crisis, y antes y mejor se abrirá el camino de la reconstrucción.
Los horrores de política cometidos en Argentina en los últimos 25 años no implican olvidar que la crisis tiene un componente sistémico global que afectó, afecta y probablemente afectará a muchos países emergentes. La crisis argentina, uruguaya, brasileña, etc., no responde sólo a factores de índole nacional, ni ocurre por simultaneidad casual. La calidad de las políticas públicas domésticas puede generar anticuerpos, pero no frena la epidemia. Está claro porque Argentina es la más afectada: sus políticas han sido las más inadecuadas, en el contexto de la globalización. Las crisis globales recientes (México, Asia, Rusia) siempre fueron precedidas por una liberalización financiera que desembocó en sobreendeudamiento y burbuja financiera, en el marco de débiles regulaciones y fuertes distorsiones en la economía real, apreciando el tipo de cambio, distorsionando precios, fomentando importaciones innecesarias y mal uso del crédito. Esto provoca aumento del desempleo, caída de salario, consumo y recaudación. Cuando el desequilibrio externo crece, comienza la desconfianza y la fuga de capitales, y se suceden crisis bancarias precedidas o seguidas por crisis cambiarias. El contagio se transmite a países vecinos por sus relaciones comerciales, mediante devaluaciones y por el lado financiero por la salida masiva de capitales. Esto eleva el riesgo país y retrae el crédito en la vía del default. Además, hay que tener en cuenta que a raíz de las crisis, los países centrales decidieron aplicar políticas intervencionistas de restricción crediticia a los fondos especulativos que invierten en activos riesgosos, lo que implica que la escasez de crédito global no se revertirá a corto plazo.
La crisis de la deuda de los años 70 y las de los 90 encontraron separados a los países latinoamericanos, negociando débilmente de manera individual con los países centrales y clubes de acreedores, estirando periódicamente plazos de pago a cambio de efectuar políticas que al final aceleraron la quiebra. El contagio latinoamericano debe devenir en una oportunidad para generar una alianza estratégica regional que actúe en bloque frente al G7. No alcanza la dimensión nacional, hace falta fortalecer el Mercosur como opción estratégica, como hizo la Unión Europea. Este es el camino para poder cambiar nuestra inserción global y nuestra capacidad de negociación, mediante la generación de poder interno que permita la capacidad de ejecutar políticas de desarrollo y bienestar.
Hasta ahora el Mercosur constituye una muy relativa zona de libre comercio. Salvo Brasil, los otros países parecen visualizar al Mercosur como mero paso hacia el ALCA. Está claro que persistir en ese criterio constituye un error histórico. Se debe conformar una verdadera unión aduanera, avanzar rápidamente en criterios de convergencia macro para generar una unión económica a corto plazo, en el marco de una estrategia de crecimiento con equidad, y empezar con la urgencia que la crisis requiere, la construcción de instituciones nacionales y supranacionales.
Sólo después de definidos los objetivos comunes, se podrá encarar de manera menos asimétrica una negociación en bloque con el G7, que abarque no solo aspectos comerciales, sino también normas de inversión y servicios, además claro está, de la renegociación de las deudas con acreedores oficiales y privados. Desde la Argentina es evidente que la alternativa a “más de lo mismo” y el consiguiente predecible final de colapso institucional, seguido de un proyecto autoritario y dolarizador, que implique la renuncia definitiva a ser Nación, es entender las lecciones de la crisis, la necesidad de un cambio profundo, de una política verdaderamente autónoma y además entender junto a nuestros vecinos que la alternativa virtuosa a la desintegración es la
integración.

* Profesor de Economía Internacional Monetaria Facultad de Ciencias Económicas UBA.

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