EL PAíS › LAS RESTRICCIONES AFECTARON A MAS DE UN MILLON DE AHORRISTAS

Ultima criatura de Mingo y los bancos

Seis años atrás, el corralito se quedó con 55 mil millones de pesos que habían sido depositados en los bancos. La última criatura de Domingo Cavallo había sido diseñada como un golpe desesperado para sostener lo imposible: el uno a uno de la convertibilidad y dejar a salvo de la bancarrota a las entidades financieras. No duró los 90 días prometidos por el entonces ministro sino 1356. Recién se desmontó en agosto de 2005. Lejos de aquellas jornadas tormentosas, en la actualidad los bancos cuentan con un nivel de depósitos record y contabilizan ganancias superiores incluso a las de la mejor época de la convertibilidad.

La instauración del corralito perjudicó a más de un millón de ahorristas, que quedaron impedidos de reencontrarse con sus fondos. Fue la manera elegida por Cavallo para ponerle fin a la masiva fuga de divisas. Durante aquel convulsionado 2001, la caída de plazos fijos alcanzó a la friolera de 29 mil millones de pesos/dólares. A su vez, las reservas del Banco Central bajaron en 19 mil millones de dólares. El corralito atrapó a los que no huyeron a tiempo. Términos como “cedros” (certificados reprogramados) y “amparos” (judiciales) se pusieron de moda y terminaron por marcar una época.

“Los bancos le pidieron el corralito a Domingo Cavallo para no quebrar. No estaban dispuestos a poner más capital para hacer frente a la fuga de depósitos. Ni siquiera los que habían llegado desde el exterior, que se promocionaban ante sus clientes con la promesa de que las casas matrices responderían ante cualquier circunstancia. Cuando llegó el momento no lo hicieron”, apuntó, en diálogo con Página/12, el economista del Grupo Fénix e investigador de la facultad de Ciencias Económicas Jorge Schvarzer. “El corralito puso en evidencia la crisis final de la convertibilidad, un sistema que dependía del endeudamiento externo y que se hundió cuando se cortó el crédito”, explicó.

A diferencia de lo sucedido con el Tequila, la crisis de 2001 no se tradujo en cambios estructurales hacia adentro del sistema financiero. En 1994, en la Argentina funcionaban 221 bancos, que pasaron a ser 108 tras la crisis mexicana del ’95. Los cambios de aquel momento incluyeron la extranjerización del sistema, un fenómeno que se impulsó desde el Banco Central comandado por Pedro Pou. Desde el gobierno menemista se pregonó que ese fenómeno redundaría en una mayor solidez bancaria, postulado cuya falsedad quedó en evidencia.

Con la consigna de evitar una quiebra masiva de entidades, el gobierno de Eduardo Duhalde emitió distintos bonos de la deuda pública. El Estado se endeudó en alrededor de 11 mil millones de dólares para tenderle un salvataje a los bancos. El Boden 2012 se consagró como el título público emblemático de ese salvavidas que terminó por cargar todavía más la mochila de la pesada deuda argentina. “En definitiva, quedó claro que vinieron a hacer negocios, no a poner dinero para responder ante sus clientes”, agregó Schvarzer.

Después de la explosión, unos pocos bancos internacionales dejaron el país. El caso más recordado es el del Scotiabank, que cerró sus puertas intempestivamente. Los más grandes y los que tienen una presencia histórica en la Argentina se quedaron: Santander-Río, BBVA Francés, Citibank y HSBC.

A seis años de la crisis, la recuperación del sistema financiero es innegable. Los depósitos, que habían tocado un piso de 67.500 millones de pesos ya están en 215.000 millones. Los balances robustos que muestran los bancos se constituyen en un reflejo de esa notable mejoría. Las entidades vienen obteniendo ganancias ininterrumpidas desde el año 2005 y se calcula que el año pasado embolsaron alrededor de cuatro mil millones de pesos.

Montados en el notable crecimiento del consumo, los bancos hacen buenos negocios dando créditos personales a un costo financiero total del 40 por ciento anual y prendarios al 25 por ciento. Se especializaron en prestar caro y a corto y mediano plazo. La incursión de banqueros argentinos no modificó ese escenario, a pesar de las promesas. Las entidades locales que después de la crisis prometían constituirse en la burguesía nacional compiten ahora con las extranjeras por el mismo mercado. El fuerte crecimiento de la economía y el modelo productivo, radicalmente distinto al de los años ’90, no terminaron de conquistar a los financistas.

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