ESPECTáCULOS

Las fotos preferidas

Como en toda experiencia ligada al viaje de descubrimiento, las anécdotas que guarda el recuerdo se acumulan. Página/12 pidió a los protagonistas de aquel viaje que elijan sus “fotos” preferidas.
- León Gieco: “Hay una foto que adoro, un momento en que Gustavo está bailando con Melchora Abalos, una bailarina que nos recomendó Leda Valladares. Está ella ya viejita, y Gustavo vestido con un look rarísimo, en Amaicha del Valle. Pensé que ésa era una imagen que iba a guardar para toda la vida, y así fue. Otra imagen muy fuerte fue cuando estábamos en la casa de Elpidio Herrera en Atamisqui. Era la tardecita, se estaba haciendo un asado y ya toda la gente del pueblo rumbeaba para la casa de Elpidio. Entonces Sixto Palavecino me invita a dar una vuelta por Atamisqui y me empieza a hablar en quichua. Media hora dando vueltas por Atamisqui, yo sin entender nada de lo que me decía, y él sin preocuparse por si yo entendía o no. Pero a mí me daba la sensación de que para él era un momento tan agradable como para mí. Ese fue un momento glorioso. Otro momento muy triste e inolvidable fue cuando la coplera Gerónima Sequeida, en medio de las ruinas de los indios quilmes, nos dijo que se iba a morir, y empezó a cantar bagualas para su propia muerte”.
- Gustavo Santaolalla: “Esa es una foto que yo también guardo. No fue algo planeado, no dijimos: ‘Vamos a hacer una toma de un tema’. No; ella empezó de la nada a cantar sus coplas y en el medio mandó esta fruta acerca de que se iba a morir. La famosa copla ‘Cuando se muera esta Sequeida, no le recen ni un bendito, hagan de cuenta que se ha muerto de la majada un cabrito’. Otro momento impresionante fue la salida de Atamisqui, cuando terminamos todo, en ese asado famoso que recuerda León. La foto es la de toda gente de Atamisqui reunida alrededor del micro cantándonos el Himno a la alegría. Otra foto hermosa: saliendo de Atamisqui yo me quería comprar un poncho, porque el Sixto tenía uno hermoso, esos de telar, teñidos con raíces. Y el Sixto me dijo: ‘Yo te voy a llevar a un lugar donde vamos a encontrar uno’. Salimos de Atamisqui e hicimos media hora en el medio de la nada, hasta que dijo: ‘Acá’. No había luces, camino, nada. Paramos el micro y nos fuimos caminando Alejandra, Sixto y yo, entre matorrales, rumbo a la nada, pensando adónde nos llevaba este hombre. Caminamos un rato largo hasta que se vio una lucecita donde encargamos el poncho, que estuvo listo un mes y medio después, y que hoy atesoro”.

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