Jueves, 17 de noviembre de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › UN VIAJE COMUNITARIO EN SALUD MENTAL
Un grupo de pacientes, familiares y profesionales de Quilmes hizo un viaje a El Bolsón, Río Negro, donde compartió una experiencia de inclusión laboral cooperativa: los resultados, más allá de lo previsto, cambiaron la actitud y los síntomas de pacientes, familiares y “del equipo mismo”.
Por Mercedes Rattagan * y Equipo ERICo Don Bosco Quilmes **
Entre el 16 y el 21 de noviembre de 2010, como parte de las actividades del Equipo Regional de Intervención Comunitaria (ERICo) Don Bosco (provincia de Buenos Aires), un grupo de pacientes, familiares y profesionales realizó una visita a El Bolsón, provincia de Río Negro. La experiencia se inscribió en la continuidad de tratamiento –mediante entrevistas individuales, familiares, grupos, encuentros multifamiliares y actividades comunitarias– de personas que han pasado por situaciones de crisis, y en el marco del dispositivo de salidas grupales. El equipo trabaja en el distrito de Quilmes, junto a los otros equipos que componen el Programa de Salud Mental en la Región Sanitaria VI, provincia de Buenos Aires.
La visita tenía entre sus objetivos la posibilidad de conocer el trabajo de “otros”, el de la Cooperativa Social de El Bolsón, para aprender de una experiencia de inclusión laboral sostenida y ver en qué medida podía servir como puntapié para el desarrollo de iniciativas propias en Don Bosco. La organización y gestión de la experiencia le llevó al equipo un año de trabajo.
Nos alojamos en el refugio de montaña del cerro Perito Moreno, administrado por la Cooperativa Social. Allí realizamos caminatas por la montaña, actividades lúdicas y de tiempo libre. Tanto la distribución de las habitaciones como la realización de las tareas cotidianas (preparación de las comidas, limpieza e higiene, etcétera) se organizaron de manera espontánea y con arreglo a criterios individuales o grupales, según la particularidad de cada situación. Si bien no planteamos actividades terapéuticas en sentido estricto, las cenas y los almuerzos representaban espacios de encuentro grupales y compartidos.
También se organizaron actividades en conjunto con pacientes y profesionales del Servicio de Salud Mental del Bolsón: encuentro de murgas, choriceada, merienda en lago Puelo, visita al Hogar de Tránsito, cena en pizzería, etcétera, y recibimos en el refugio a un grupo de pacientes a los que habíamos conocido en salidas anteriores.
Este tiempo compartido, distinto al de la entrevista (paradigma de la acción profesional) moviliza e interpela los lugares comunes de nuestra práctica como profesionales de la salud. Por fuera de los espacios instituidos pueden pasar, y de hecho pasaron, muchas otras cosas. Esto nos mueve a pensar en el concepto de riesgo vinculado con el de la “seguridad” profesional. El riesgo se presenta como dimensión insoslayable de la práctica toda vez que estamos dispuestos a poner en movimiento las representaciones congeladas propias de las prácticas manicomiales.
La decisión de poner en movimiento responde a concepciones ideológicas y clínicas. En cuanto a lo ideológico, se trata de una perspectiva de derechos. En lo clínico, verificamos la ineficacia de los dispositivos de encierro, que aseguran el control y “apaciguan” la peligrosidad. Asumir que el riesgo es compartido supone una decisión ética, tanto desde el punto de vista del profesional como del paciente, en la medida en que se hace una elección con respecto al padecer.
Un ejemplo concreto: durante el ascenso a un punto de la montaña, en el curso de la primera jornada, una de las pacientes se cayó y se produjo una lesión en el hombro. ¿Fuimos imprudentes? ¿Es posible prevenir el riesgo? ¿Qué sentido tuvo para la paciente esa caída? ¿Es un riesgo en sentido médico? Más tarde, otra paciente planteó que los accidentes pueden ocurrir en la propia casa. La actitud grupal fue adoptar posiciones activas frente al imprevisto: algunos bajaron de la montaña para ir preparando el almuerzo, otros cargaron con mochilas de compañeros y también se escucharon palabras de aliento ante la situación. ¿Se compartió la responsabilidad? La perspectiva manicomial, la del “cuidado” y la tutela, intenta asegurar una vida, un tránsito institucional, donde el riesgo, entendido como alteración del orden de las cosas, se reduzca al mínimo, imposibilitando la emergencia de posiciones y cuerpos subjetivados.
La alteración de la “normalidad” de las cosas pone en cuestión la distribución del poder: quién cura, quién llora, quién sabe, quién puede y quién no. Riesgo es perder el poder con que la institución nos inviste y seduce. De ahí “el poder” de la transferencia y los principios (encuadre) que (creemos) aseguran su eficacia. Los pacientes y la experiencia de El Bolsón nos enseñan que no siempre es así, que la transferencia no se funda en la “impostura” profesional.
Los efectos institucionales (lo estático, lo dado, lo rígido, lo previsible, lo seguro) no se corresponden solamente a las instituciones totales y a los muros del manicomio, sino que también se juegan en los modos de vinculación y en las representaciones de, entre otras cosas, la “locura” y su tratamiento. En este sentido, así como la acción profesional tiene lugares por fuera del consultorio, el manicomio existe más allá de sus muros, en las relaciones de poder, segregación y control social. Esto se verifica en signos mínimos: quién tiene las llaves, quién maneja el dinero, quién administra el tiempo, quién distribuye los recursos. Comprobamos estos efectos en un ejemplo de esta experiencia: uno de los últimos días nos llegó el comentario de que el grupo desconfiaba del equipo respecto al manejo y administración del dinero. Riesgo es aquí exponerse al cuestionamiento de nuestro desempeño profesional: cómo manejamos las cosas, cómo organizamos, a quién damos cuenta. La institucionalización no es patrimonio sólo de los técnicos; también los pacientes son dueños y agentes: “La próxima vez nos avisan exactamente cuánta plata hay que traer”, nos dice una paciente. El trabajo con la dependencia a todo aquello que produce institución es un aspecto fundamental a considerar en la práctica.
Poco después del regreso, charlamos con los pacientes. Jorgelina, que venía desde hacía más de un año sin trabajar, nos dice que realizó una entrevista laboral y que en una semana empieza. Mirta, que había pedido con insistencia la pensión por discapacidad, expresa sus ganas de buscar un empleo. El padre de Alejandro nos comenta que se sorprendió al verlo; al inicio de la actividad, Alejandro se veía descuidado en su aspecto personal, las cosas se le caían, dejaba todo tirado, pero en el transcurso de los días comenzó a hacerse cargo de sus cosas, se interesó, tomó parte: ahora el padre dice que lo ve “más maduro”. El equipo mismo, por su parte, emprende una tarea de recorrida comunitaria y vinculación con instituciones que no había llegado a acometer hasta el momento.
Surgen preguntas: ¿cómo pensar acciones que devengan procesos instituyentes, sin invisibilizar que los procesos institucionalizadores se producen en las dinámicas sociales mismas? ¿Cuál es el rol de la comunidad en estos procesos? ¿Es posible prescindir de las instituciones? ¿Desmanicomializar es desinstitucionalizar?
En esta línea pensamos que uno de los modos de abordar el dilema se encuentra en el modo en que se organizan, dentro y entre las distintas instituciones, los espacios de intercambio y circulación. ¿Cómo propiciar prácticas instituyentes y creadoras de sentido? Una alternativa es pensar la comunidad, no como algo disociado de la institución o como horizonte “re-habilitador”, sino como agente activo y dinámico del mismo proceso. El riesgo del “ida y vuelta”, “entrar y salir”, las desnaturalizaciones que traen los curiosos, los incrédulos, los turistas, los vecinos, los otros, o sea, la posibilidad de pensar los encuadres como fronteras porosas, permitiría oxigenar las instituciones y evitar que se vacíen de sentido, que permanezcan como verdades estáticas, soluciones enquistadas, deviniendo manicomiales.
La multiplicación de los sentidos, la dimensión del inconsciente grupal, las resonancias, los espejos y espejismos son parte de la experiencia vivida. Verificamos que el intercambio de experiencias y la posibilidad de ser criticados permiten desinstitucionalizarnos como grupo y como equipo. La metodología comunitaria no ha de buscar homologar las diferencias, sino trabajar con las mismas. Este es un saldo teórico de la experiencia de El Bolsón.
* Coordinadora regional de Salud Mental, Región Sanitaria VI.
** Integrado por Laura Abad, Carolina Berrino, Silveria Garacia, María Belén García Rapisarda y Maximiliano E. Giménez.
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