PSICOLOGíA › UN DEBATE QUE CRUZA EL CAMPO PSI Y EL ESPECTRO FEMINISTA

Yo aborté ¿y después qué?

Las autoras proponen pensar cómo se inscribe la práctica del aborto en un contexto ambiguo, de ilegalidad y criminalización pero también de avances en la visibilización de la temática.

 Por Victoria Caselles y
Luciana Sicardi *

Hace algunas semanas se dieron a conocer dos casos paradigmáticos. Belén, condenada a 8 años de cárcel por un aborto espontáneo y Juana, la niña wichi violada por un grupo de hombres blancos y privada por la justicia a interrumpir legalmente su embarazo. Ambos dan cuenta del contexto de impunidad, violencia y vulneración de los derechos humanos más elementales que aún se sostiene en materia de derechos sexuales. Sin embargo, también somos testigxs de un marco importante de ampliación de la legitimidad social sobre la práctica del aborto y del avance de argumentos que cuestionan y ganan terreno a los sentidos políticos-religiosos patriarcales. Expresión de esto es la permanencia de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto que acaba de presentar por 6ª vez el proyecto de Ley por el aborto legal, seguro y gratuito en el Congreso de la Nación, así como también, la existencia de distintas estrategias de acompañamiento feminista, entre las que destacamos las Consejerías pre y post aborto. Estas últimas se han constituido en dispositivos interesantes a la hora de pensar la inscripción de la práctica del aborto en el plano de la subjetividad.

Lo político es en lo personal

Es sabido que pese a todo, las mujeres abortamos. Más allá de nuestra condición social, edad o procedencia, más allá de la ilegalidad y la situación de clandestinidad, más allá de la condena social y los casos de criminalización. Pero, ¿cómo se subjetivan estás prácticas que se realizan a diario en este contexto de ilegalidad y pese a él? ¿Cómo operan los casos que, como el de Belén o Juana, retornan como mensaje disciplinador sobre los límites del derecho a decidir y el control sobre los cuerpos? Excede a este texto responder las preguntas, pero sí dejar algunas pistas en el complejo intento de articular los debates del campo psi y el espectro feminista.

Es cierto que cuando nos referimos a las formas que toma la realidad psíquica de cada quien, no todas las generalizaciones son válidas. Cada proceso dependerá de un conjunto de particularidades y formas propias de transitar la experiencia. Pero eso no nos impide reparar en puntos de encuentro y discursos compartidos, máxime cuando las representaciones dominantes que, aunque trastrocadas en la actualidad para algunos sectores sociales, todavía definen centralmente a la mujer en tanto madre y a la maternidad asumida en un rol que implica sacrificios y renuncia. Todavía operando de manera eficaz como modelos de subjetividad de época.

Muchas veces la discusión versa entre posiciones que ubican de manera casi inevitable al aborto como experiencia traumática o causante de sufrimiento –argumento usado no sólo por quienes se oponen al derecho de decidir sobre nuestros cuerpos– y otras donde el aborto es sencillamente la manifestación del deseo y el empoderamiento. Es probable que ambas reflexiones resulten limitadas si no se toman en cuenta las significaciones instituidas en un momento social determinado. Que la situación de aborto constituya por sí misma padecimiento es tan sesgado como pensar que sólo el entendimiento de su dimensión política hace que sea una experiencia vivida abstraída de las valoraciones morales muchas veces imperceptibles a nuestras ideas pero muy eficaces en operar de manera velada en nuestro psiquismo.

Se estima que más de 500.000 mujeres abortan al año, lo que da cuenta de la posibilidad de autonomía y confrontación con los sentidos sociales instituidos como los únicos posibles. Pero cuando la decisión se toma sin determinación, cuando el embarazo no es planificado o no es deseado –al menos en el plano de lo consciente– pueden entrar en contradicción los mandatos e ideales y la posibilidad de elección propia. Es posible que cuanto más fuerte sean estos ideales y cuanto mayor sea el desfasaje entre las expectativas sociales y las propias percepciones, más difícilmente la situación de aborto encuentre la manera de subjetivarse en un sentido positivo, optando muchas veces por el ocultamiento, el silencio y la soledad. Práctica que, en estas condiciones, promueve que se reactiven temores a los riesgos de un posible daño físico, mayores ansiedades y aflore un sentimiento de culpa. Precio que se paga producto de la transgresión de las pautas morales en las que se asienta el sistema normativo que opera en la subjetividad femenina. Sentimiento de culpa que encarna la deuda con el imperativo categórico de la “ética del cuidado” –de y hacia los otros–. Mandato que se nos atribuye desde la más temprana infancia.

De ahí la fundamental tarea de desmontar la construcción de lo femenino como género subordinado y recluido al ámbito de lo privado y afectivo y a una sexualidad confinada exclusivamente a la reproducción.

La ilegalidad como límite y posibilidad

En los últimos años se han ido gestando dentro del movimiento de mujeres y feminista, experiencias colectivas que posibilitan el acompañamiento en situaciones de aborto. Si pensamos en el efecto liberador de la palabra y la necesidad de desmontar los mandatos posibilitando la producción de un sentido nuevo que recupere la decisión subjetiva más allá del ideal, estos espacios cobran un potencial poder terapéutico que no se debería subestimar. Surgen como estrategia ante condiciones de ilegalidad pero al mismo tiempo la desafían, contribuyendo a lograr que la persona sitúe su derecho a apropiarse de la capacidad de decisión tomando un lugar de sujetx. Contribuyen a que circulen discursos clausurados en otros ámbitos, que posibilitan hacer caer en peso representaciones absolutas. Aportan a la visibilización y trastrocan la situación de clandestinidad permitiendo la circulación de la palabra en un espacio que permite construir un nosotrxs y resignificar acciones en un entramado que nos excede. Ofreciendo un espacio para alojar lo personal y lo político. En definitiva, en donde sea posible construir un otro Otro, que no exprese la sanción moral sobre la persona que aborta sino que ofrezca transitar la experiencia con diversas herramientas para la elaboración psíquica.

Quienes atraviesan una situación de aborto en acompañamiento de Consejerías pre y post, muchas veces testimonian un estado de alivio, vinculado a la posibilidad de elección. Esto se logra cuando algo de lo sucedido puede ser nombrado, cuando se ubica que lo angustiante no es la práctica en sí sino cómo se significa subjetivamente de acuerdo al entramado cultural que nos constituye, logrando al menos revisarlo.

Las Consejerías pre y post aborto se han constituido como un dispositivo que ofrece la posibilidad de inscribir esta práctica por fuera de la situación de indefensión y aislamiento por las que muchas mujeres transitan. Que existan y se multipliquen espacios como estos tiene mucho valor, que el derecho a la información esté garantizado sitúa a las mujeres en la posibilidad de decidir de manera libre sobre sus propios cuerpos y sobre su maternidad sin que corra riesgo la vida. Que la palabra circule genera como efecto que la clandestinidad se transforme y haya lugar para el deseo de esa mujer. Esta construcción colectiva inaugura como posibilidad que las mujeres puedan darle un espacio a su elección en un marco de mayor contención y reflexión.

Tanto la legalización del aborto, como una política pública integral en materia de salud sexual siguen siendo imprescindible e irremplazable, sin embargo, la posibilidad de restituir un lugar de elección más allá de lo culturalmente establecido es en cada experiencia un movimiento radical y necesario para nuestra salud mental.

* Psicoanalistas-Encuentro PSI.

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Imagen: Sebastián Granata
 
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