SOCIEDAD › QUEJAS POR DISCRIMINACION DE LOS ARGENTINOS VARADOS

Turistas de primera y de segunda

“A las 6, un militar peruano nos despertó al grito de ‘¡Arriba todo el mundo!’ para comenzar a evacuar a los latinoamericanos, que éramos los últimos que quedábamos en Aguas Calientes después de cuatro días de temporal”. Ayer, y recién llegada a la ciudad de Cuzco, Laura Itchart relató a Página/12 el amanecer militarizado de su último día en las cercanías del santuario incaico de Machu Picchu. Desde la Plaza de Armas cuzqueña hubo otras voces argentinas que recordaron también el calvario de los días previos al regreso citadino. Un ejemplo: “Nos tenían encerrados en vagones de tren, como si estuviésemos en un campo de concentración, mientras que los gringos dormían en el hotel del pueblo, después negociaban con coimas un lugar en el helicóptero y, así, se retrasaba la evacuación de todos los demás que no teníamos 500 dólares para salir del infierno”, dijo con bronca contenida la profesora porteña Liliana Celi.

Mientras duró el temporal, la estadía como la salida del poblado Aguas Calientes dependió literalmente de la nacionalidad que tuviera el turista varado. “La discriminación fue algo impresionante, incluso lo que más me sorprendió fue el trato que se le daba al propio peruano. Era como un ciudadano de segunda o de tercera categoría”, recordó Celi, poco después de pisar la ciudad de Cuzco. Según el relato de la mujer, sólo pasaron algunas horas de intensa lluvia en el lugar e inmediatamente “las diferencias entre los gringos y los latinoamericanos fueron evidentes”.

Un día después de quedar varados, y por una cuestión etaria, Celi y su pareja (el arquitecto Rodolfo Giro) fueron llevados a un vagón del ferrocarril Perú Rail. “El lunes dormimos la mayoría de los argentinos en el Centro Cultural Machu Picchu, pero el martes nos levantaron muy temprano y como Rodolfo y yo estamos cerca de la edad estipulada en los códigos de evacuaciones internacionales (los 60 años), nos fuimos a la terminal del tren, desde donde salían los helicópteros”, explicó Celi a este medio, y agregó: “Allí, vimos y vivimos todo tipo de irregularidad”.

Mientras el arquitecto, la profesora y otro puñado de latinoamericanos durmieron hasta ayer en coches sin calefacción y sobre butacones duros, a unos metros “los asiáticos, los norteamericanos y algunos europeos eran traídos desde el cómodo hotel de Aguas Calientes hasta los coches calentitos de primera clase y, sin pasar noche alguna ahí, pagaban 500 dólares para tomar un helicóptero que los llevara a Ollantaytambo”, dijo Celi con voz de bronca contenida.

La mujer relató con angustia lo vivido en Aguas Calientes porque, además, los militares peruanos “nos amenazaron con que si salíamos de la estación no íbamos a poder entrar más, cuando en realidad los gringos iban y venían como se les daba la gana”. Para Celi, “estábamos en un campo de concentración”, pero selectivo.

En los vagones de Perú Rail, el alimento y la bebida también fueron distribuidos de forma diferencial . La propia empresa ferroviaria a los latinoamericanos les entregaba un sandwichs y un vaso de agua por día, al tiempo que los extranjeros primermundistas podían comprar en uno de los coches-comedor jugos de naranja o mandarina, comida elaborada y galletitas. “Mientras más días pasaban, más caro era el cambio”, admitió Celi.

“Entre tanta desolación, lo único rescatable fue la organización que tuvieron los chicos argentinos para poder sacarnos de ahí.” Según Celi, los pibes menores de 25 años “hacían las listas de personas varadas, ayudaban para contener el desborde del río (Urubamba) y, del otro lado de la estación de tren, preparaban ollas populares para los turistas” que aún quedaban en el lugar.

Informe: Mariana Seghezzo.

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