SOCIEDAD › MARIO VINCENTI, COIFFEUR DE VACAS Y TOROS

Peluquero pura sangre

Experto en cosmética bovina, su trabajo se acentúa en época de exposiciones. Domina los secretos para cepillar el pelo de un Angus y darle volumen y brillo, como si se tratara de una modelo.

 Por Soledad Vallejos

“Gracias a las vacas conozco el mundo”, resume Mario Vincenti, el hombre que lleva la mitad de su vida ejerciendo un arte en el que pesa menos la bibliografía que la experiencia: el peluquero de toros y vacas. Porque no cualquier animal es capaz de obtener grandes premios, y tampoco todo lo que brilla es cuero bruñido (“¿o vos nunca viste a las modelos cuando no están desfilando?”), lo suyo es casi un apostolado. “No hay 1º de mayo, ni 24 de diciembre ni 1º de enero”, enumera, de todos modos, convencido de que para los cuadrúpedos de calidad, cualquiera sea el premio que reciban, la devoción siempre es poca. A fin de cuentas, “un angus es ‘la’ perfección”, pero en todas las razas bovinas se encuentra belleza, explica, mientras personas, y sobre todo animales, cruzan un pasillo de la exposición Rural de Palermo.

“Lo llevás en la sangre.” Así de sencilla es la explicación de cómo alguien llega a dedicarse a la “preparación de animales para shows”, una tarea que se vuelve vertiginosa con el inicio del año y sigue in crescendo al menos hasta noviembre, cuando termina el calendario de exposiciones. Ahora se desempeña para cabañas, pero también para la Asociación Argentina de Angus; cuando no está en el país, recorre campos de Uruguay, Sudáfrica, Paraguay, Perú, Chile. 20 de sus 41 años lleva Vincenti viviendo al ritmo de esa agenda por la que “no hay campo que no conozca ni asado que no haya probado”, en la región y más allá, como el rancho de Mel Gibson, en Montana.

En una pequeñita jaula de un pabellón, bajo techo, un animal café con leche se deja pasar un rastrillito por el lomo. Recibe el gesto cosmético tan mansamente como sacude apenitas la oreja cuando le pasan la máquina de viento. “¿Ves? Así se le despega el pelo”, señala Vincenti, que agrega que embellecer a un Hereford puede llevar más tiempo “porque tiene el pelo enrulado”. El animal, hay que decirlo, parece un peluche. Pesará más de una tonelada, tiene unas patas traseras que en movimiento pueden atemorizar, una cabeza inmensa y maciza, pero de tan peluqueado (el proceso empezó hace al menos tres meses) se vuelve, casi, de silueta capilar evanescente. Pero en cosmética bovina, como en la humana, las apariencias pueden hacer pasar por suave un pelo que no lo es (y en cambio sorprende por la aspereza) y por tranquilo un temperamento que tampoco. Ese rasgo no es menor cuando de cuadrúpedos inmensos se trata. ¿Pueden patear? “Claro. El año pasado a mí en pista me agarró uno... no me soltaba, no me lo podían sacar.”

Fuera del pabellón, allá donde el cielo se puebla de un alrededor de torres, la idea del campo como espacio silvestre y puramente natural se complica un poco. Abundan los secadores de pelo, convertidos en máquinas de viento que nunca cesa, que revuelve pelajes cortos y largos de todas las razas, de toros y vacas. Los animales, por otra parte, perfectamente pueden empujar a cualquier desprevenido que entorpezca el paso, aunque los cabañeros que los crían, los acompañan, y los conocen desde pequeños, los lleven y traigan. Ahora Vincenti peina acá.

“Mirá las manos, ¿ves cómo tiene pegado el pelo?”, procura clarificar mientras señala la pata de una vaquillona Angus negra como la noche. Del hocico del animal cae espuma. ¿Está nerviosa? “Sí. Un poco. Es un animal joven”, explica Vincenti, que enfatiza el rol del ruido del viento: “Se tiene que acostumbrar a ese ruido. Así no se asusta cuando le acercás la cortadora de pelo. Con el viento, se le enseña a tolerar el ruido”. Y entonces le pueden cortar, con una máquina como la que usan las personas para pelarse pero más contundente, y cardarle con el peine que se ve como un rastrillo, y “despegarle el pelo para que se vea más huesuda, para que tenga más volumen”. “Cuanto más despegás el pelo, mejor se ve el animal. Si la peinás bien, ¿ves?, queda más costilluda. Se ve mejor en pista.”

Hace frío. Cabañeros y peluqueros pasan en mangas de camisa. En especial, los que van hacia el fondo, allá donde de las mangueras brota agua todo el tiempo. Si el peinado intensivo de los animales escogidos empieza tres meses antes de la competencia, la preparación final, previa a la salida a la pista y la lucha por las cucardas se repite día por medio. Al agua también se acostumbran desde pequeños, porque bañarlos y familiarizarlos con el agua “los calma. No sé por qué. Será como si hubiera alguien tocándoles las patas”. Sólo cuando el animal, por la razón o por la farmacología veterinaria, accede a ser peluqueado seriamente, empiezan a aplicarse los códigos estéticos de la ruralidad:

–Las hembras tienen que verse femeninas –dice Vincenti.

–¿Y cómo es una vaca femenina?

–Tiene que ser triangular: fina adelante, ancha atrás. Eso lo podés acentuar, o inventar, según cómo la peines. Y le ponés brillantina para que luzca más. Y le hacés un jopo. Antes le tuviste que enseñar a poner las orejas para adelante, a pararse. Acá en la exposición todos los días tenés que sacar un rato al animal a caminar a la pista para ir preparándolo para la competencia.

–Es un photoshop en vivo.

–¿Fuiste a un desfile alguna vez? Con los animales es lo mismo. La estética es el show.

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Imagen: Luciana Granovsky
 
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