SOCIEDAD › OPINION

No te mueras en mi casa

 Por Pedro Lipcovich

La imagen patética de Diego Maradona en estos días, llevado de un lado a otro con la mirada perdida, es pertinente para pensar el tratamiento que nuestra sociedad otorga a las personas catalogadas como “adictos”. El juez Norberto García Vedia es responsable de dos graves decisiones: cronológicamente, la primera fue explayarse de manera pública sobre la vida privada de una persona a su cargo (bajo el argumento de una “presión periodística”); la segunda, crucial, es haber decidido sobre el tratamiento de esa persona a sus espaldas, en reuniones con “familiares” en las que el interesado estuvo excluido, reduciendo a cero la responsabilidad del sujeto sobre su propio futuro. Si Maradona puede presentar una imagen enajenada en estos días, ello no es necesario fruto de ninguna condición psicopatológica, sino expresión de que ha sido ubicado en un lugar social enajenado, ha sido declarado ajeno a sus propios actos. El caso de Maradona presenta, en forma pública y dramática, el proceso de construcción del sujeto “adicto” que la sociedad –mediante sus jueces, sus médicos, sus medios de comunicación– aplica a miles de personas. El afectado, privado de sus derechos civiles y de su libertad personal, queda en una posición que lo torna absolutamente incapaz para un acto de tan alta responsabilidad subjetiva como es intentar librarse de una compulsión, suponiendo que éste fuese el caso del señor Maradona respecto del consumo de alguna sustancia.
Así, el proyecto “terapéutico” es, en verdad: “No te mueras en mi casa”. Todos aquellos a quienes eventualmente pudiera imputárseles responsabilidad por el destino de Maradona buscan situarse en posiciones donde, llegado el caso, no puedan ser acusados: éste es el sentido de la internación en “lugar cerrado”, centrada en impedir físicamente el acceso del sujeto a determinada sustancia. Es la misma lógica que manda encerrar a los delincuentes: ¿y cuando salga? La lógica requiere que el delincuente, el adicto, Diego, no salga nunca de ese encierro: porque las condiciones del encierro garantizan que, una vez libre, el sujeto volverá a delinquir o a consumir.
Tal vez sea voluntad de Maradona viajar a Cuba pero no se informó si conoce las condiciones del lugar donde será internado, dependiente del Ministerio del Interior cubano y bajo control militar; a esas características se añadirá el control a distancia desde el juzgado argentino, cuya única preocupación suficientemente enunciada es la condición “cerrada” del lugar. Ciertamente, es posible imaginar una intervención de Fidel Castro, considerado amigo personal de Maradona, en el sentido de hacerse personalmente responsable por él a fin de restituirle la responsabilidad sobre sus propios actos; esto abriría la perspectiva de un diálogo con profesionales, en el cual el señor Maradona podría considerar la posibilidad de un tratamiento y, llegado el caso, convenir sus características. Es una posibilidad. Mientras tanto, esa intervención providencial representa la ilusión de que alguien, en otro lugar, haga lo que nosotros no podemos hacer por nuestra gente.

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