SOCIEDAD › LOS ROLLING STONES CONVOCARON A MAS DE 65 MIL PERSONAS EN EL ESTADIO DE RIVER

Una leyenda de rock inoxidable

A pesar de los incidentes en la puerta a poco de comenzado el show, la tercera visita de la banda inglesa tuvo todo lo que se preveía en la afiebrada espera: con un show salpicado de hits, el grupo provocó un terremoto en River. “Los extrañamos mucho... están igual”, dijo Mick Jagger.

Y al fin, la fiebre tuvo su estallido mayor. A las 21.50, coronando un día al borde de la lipotimia, The Rolling Stones, la banda de rock más grande en actividad, convirtió al Monumental en una caldera al rojo, con más de 60 mil personas (a los tickets vendidos debe sumarse un plus de colados de último momento) celebrando la apertura con el doblete histórico de Jumpin' Jack Flash y It’s Only Rock’n’Roll. Claro que hace rato que no se trata de sólo rock and roll: Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood, Charlie Watts y su cohorte de músicos invitados comenzaron a formalizar anoche su tercera visita al país en medio de una impresionante parafernalia de escenario, luces y pantallas para el asombro, que pasaron del big bang stone a las imágenes de aquel video de 1974 en el que los Stones eran unos marineritos algo perversos. Estallido adentro... y afuera, donde el inicio del show fue también el disparador de una corrida que superó a los controles, derribó dos vallas y dejó un auto destrozado, baños químicos averiados, al menos dos heridos y múltiples reclamos de quienes, entrada en mano, chocaban con el desorden y no podían ingresar.

“Los extrañamos mucho... están igual”, ironizó Jagger en un castellano sensiblemente superior al de anteriores visitas, cuando Shattered ya era recuerdo y el disco más reciente, A Bigger Bang, se reflejaba por primera vez en Oh No, Not You Again. Showman profesional, el cantante –quien, aunque parezca mentira, sí luce igual al que se vio en 1995 y 1998– supo torear al público haciendo referencia al calor e invitándolo a “ducharnos juntos después del show”. Adentro ya no importaba la espera, las colas que avanzaban demasiado despacio, la sorpresa por encontrarse en la platea con alguien que, oh curiosidad, tenía la misma ubicación: con Jagger contoneándose en la pasarela para Tumblin’ Dice, la multitud había decidido suspender la realidad exterior, dejarse llevar por el mito. Tras ese pico de emoción llegó el primer bache: a pesar de ser uno de los grandes temas del último disco, el Rain Fall Down a tres guitarras y pulso funky no pudo competir con los clásicos, abriendo un paréntesis que se cerró con el numerito de Jagger en Midnight Rambler, donde la armónica fue sólo una de varias demostraciones de su repertorio de gestos escénicos.

Pero la calma duró poco, y se terminó definitivamente apenas Keith Richards (lejos, el más ovacionado de la noche) liquidó This Place Is Empty y Happy, y el inoxidable Miss You dejó estupefacto al estadio: mientras los músicos tocaban, el escenario comenzó a deslizarse hacia el centro de la cancha, provocando el milagro de que quienes estaban viendo unos muñequitos allá adelante se encontraran frente a frente a los próceres (con Jagger devolviendo algunas de las remeras que le tiraban), disparando una ametralladora de hits como Rough Justice, Start Me up y Honky Tonk Women. A esa altura, River temblaba, y no es una figura metafórica: otra vez en el escenario mayor, bastó que todo se tiñera de rojo y Jagger arrancara con aquello de “Permítanme presentarme...” para que Sympathy for The Devil arrancara otro coro general. Decididos a poner todas las pelotas al ángulo, los Stones apelaron así a un archivo difícil de superar: Paint It Black y Brown Sugar cerraron el cuerpo del show desatando el delirio generalizado, con Mick arengando, de una punta a otra del escenario, a todo un estadio embarcado en un colosal coro final.

Y quedaban los últimos tragos: a la medianoche, de regreso con You Can’t Always Get What You Want, fuente de otro coro multitudinario, The Rolling Stones y un Jagger de camiseta argentina levantaron su bandera más preciada, esa que dice que no puedo conseguir satisfacción y, con todas las paradojas del caso, terminó de sacudir a miles de almas que no podían sentir otra cosa que esa vieja y querida palabra de batalla. Un resumen de lo que significa tener a cuatro leyendas otra vez en el escenario de River: Satisfaction.

Producción y textos: Fernando D’Addario, Mariano Blejman, Eduardo Fabregat.

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El barrio River fue copado desde temprano por una multitud de fans que no soportaba más la espera.
 
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