SOCIEDAD › EL DEBATE SOBRE LAS RAZONES DEL DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Las luchas que se volvieron invisibles

Desde aquellas obreras masacradas hasta la frivolización de la fecha que las recuerda. El espejismo de la igualdad y la naturalización de la discriminación. Especialistas en género reflexionan sobre la necesidad de un Día de la Mujer.

 Por Marta Dillon

No hay que ser demasiado suspicaz para darse cuenta de cuál es la importancia del Día Internacional de la Mujer en la vida cotidiana. Basta mirar alrededor: descuentos en perfumerías, profusión de venta de flores, promociones en spas, restaurantes y algunos otros objetos suntuarios y supuestamente femeninos. ¿Qué dirían de esto las obreras masacradas a principios del siglo pasado dentro de la fábrica textil neoyorquina en cuyo honor se instaló en el calendario internacional esta fecha? Obviamente nada, la fábrica que tomaron cerca de 1907 fue incinerada. Como tampoco podría decir Evita lo que sería si viviera. Pero no es menos obvio que las luchas de tantas que abrieron huellas para que otras caminaran, generando una de las revoluciones más importantes del siglo XX –¿hace falta recordar que en este país las mujeres votan hace poco más de 50 años?–, parecen hoy invisibles, enmascaradas detrás de un espejismo de igualdad que convierte en hechos “naturales” que ellas ganen menos que ellos por igual trabajo, que la violencia de género en sus formas más extremas sea noticia diaria, que el cuerpo (femenino) deseable siga siendo algo parecido a una condición para circular en el mundo o que las tareas domésticas en lugar de repartirse estén en manos de mujeres... ayudadas por hombres. Entonces, cabe la pregunta: ¿para qué sirve el Día de la Mujer?

La respuesta, cuando la lógica de mercado parece haberse quedado con todas las cartas, es teórica: la fecha debería servir estratégicamente para hacer visibles las inequidades que persisten en la sociedad global y, por supuesto, en cada territorio. O para generar lazos simbólicos entre las que abrieron camino y las que todavía hoy lo están haciendo. “Uno de los grandes problemas es la falta de acceso de las mujeres a los puestos jerárquicos, tanto en la Justicia, entre los funcionarios, en las empresas. A medida que se asciende en cualquier escala la representación femenina disminuye”, dice Monique Altschul, de la Fundación Mujeres en Igualdad. La Ley de Cupos, resistida al principio por las mismas mujeres políticas, sirvió para revertir esta situación. “Las mujeres hoy somos el 37 por ciento de la Cámara de Diputados y el 43,6 por ciento de la de Senadores”, admite la diputada Juliana Di Tullio, aunque estos números sean un hecho a doce años de promulgada dicha ley. Sin embargo, el ámbito privado se resiste al cambio: las mujeres ejecutivas ocupan el 1,75 por ciento de los puestos jerárquicos de las empresas. Y lo llamativo es que la aparición de una decena de ellas merece notas en revistas especializadas, como si estuvieran llegando masivamente a los puestos más altos. Bajando en la pirámide de la toma de decisiones las cosas no mejoran: hace apenas dos años se conoció el recurso legal contra la cadena de heladerías Freddo por discriminación hacia las mujeres. Se suponía que no las tomaban porque no tenían fuerza para maniobrar los tachos de helado. Tachos que pesan lo mismo que un bebé de tres años. Hubo que pasar tres instancias para lograr que hoy el 30 por ciento de los empleados sean empleadas. Y lo peor es que la historia no es lineal: en 1996, la OIT decía que faltarían 475 años para equiparar las condiciones laborales de varones y mujeres. Diez años después, augura ¡479! años más para lograr la equidad.

Si la historia se ha modificado no ha sido, entonces, por la inercia del paso del tiempo, sino por la lucha concreta de mujeres reales. Hoy, sin embargo, el feminismo –responsable de gran parte de esas luchas– parece una palabra devaluada. Para dar un ejemplo, todas las tardes aparece en la televisión abierta una novela llamada Amor a palos, que cuenta la historia de una feminista que baja sus banderas cuando encuentra el amor. Y lo cierto es que el mandato de belleza tradicional se parece bastante a una forma de cautiverio asumido. “Durante mucho tiempo el valor social de la mujer se vinculó con la capacidad de ser objeto erótico atractivo. Los varones acumulaban poder a través del acopio de recursos, las mujeres si lograban influencia sobre los poderosos era a través de ser atractivas. Si bien hoy algunas mujeres han logrado poder social y económico, todavía el peso del imperativo de mostrar feminidad a través del atractivo erótico es muy grande. El cambio en ese sentido es lento porque el cuerpo está vinculado a patrones eróticos y el erotismo es parte de la subjetividad renuente al cambio”, dice la psicoanalista Irene Meler. “Creo que es paradigmático el cambio estético de la primera dama y su aceptación sin demasiada crítica por parte de los medios y los grupos sociales. Ahí se pone en evidencia el pensamiento inconfesado de la sociedad: hay una mirada indulgente hacia una mujer que dejó de tener protagonismo en su accionar político para ser protagonista de su rejuvenecimiento y actualización de vestuario”, según la investigadora Adriana Amado Suárez. Lo cierto es que detrás de estos parámetros se amparan las humillaciones que a diario se ven en la tele, donde las mujeres pueden ser miradas livianamente como objetos decorativos y alabadas por sus dones naturales o adquiridos mediante siliconas. Y que también ocultan los trastornos de alimentación que sufren miles de adolescentes –Argentina tiene las tasas más altas del continente en anorexia y bulimia– por el deseo de encajar en el molde del deseo masculino.

“En Argentina las formas de violencia son las mismas que en todos los países”, dice Silvia Chejter, dedicada desde hace años a investigar los modos de la violencia de género. “En poco más de cinco años contamos 1072 casos de mujeres asesinadas”, agrega. Hechos violentos que aparecen enmascarados como crímenes pasionales, locuras de amor. Una punta del iceberg de otras violencias, verbales, económicas, sexuales que, se calcula, padecen más de un tercio de las argentinas. Cifras similares se registran en todo el mundo occidental. Y sin embargo, estas violencias son difíciles de nombrar. Todavía se discute si llamarlas “de género” o “doméstica”. Lo cierto es que una mujer tiene tres veces más chances de sufrir agresiones por parte de conocidos que fruto de la inseguridad callejera. Y aunque las leyes son herramientas válidas, lo que se necesita es un cambio cultural: como ejemplo baste decir que sólo una de cada diez violaciones son denunciadas. Es que la escucha para estos casos es deficiente. En el caso de Tejerina, la joven que mató al bebé que nació de esa agresión, para evaluar si la habían violado o no se tomó en cuenta si usaba minifalda.

Sin embargo, las mujeres caminan y escriben su propia historia. “El 70 por ciento de las organizaciones sociales son conducidas por ellas, tal vez porque optan por modos distintos de hacer política, menos ligado a la lucha de poder y más a la concreción de objetivos”, dice Mabel Bianco, presidenta de FEym. Hoy, a treinta años del golpe de Estado, no está de más recordar que fueron mujeres con pañales en la cabeza las que pusieron en jaque a la dictadura. Una respuesta posible, entonces, sobre la utilidad del Día de la Mujer –o mejor, de las mujeres– podría ser unir simbólicamente esas luchas con todas las que todavía faltan para conseguir la equidad, para poder mirarnos, todos y todas, con respeto por las diferencias, y con el ansia de aprender y compartir otras experiencias.

Informe: Maria Sol Wasylyk.

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