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“En un momento de silencio en la balsa pensé: ¿Y si hasta acá llegué?”

Eva Curci, camarógrafa, era una de las seis mujeres –tres de ellas, niñas– que viajaban en el “Irízar”. Tenía un vestido largo, de fiesta, cuando tuvo que bajar a la balsa salvavidas.

 Por Mariana Carbajal

“En un momento de silencio en la balsa pensé: ¿Y si hasta aquí llegué?”, cuenta Eva Curci, camarógrafa del Ministerio de Educación y una de las seis mujeres –tres eran niñas– que viajaban en el rompehielos “Almirante Irízar” y tuvieron que abandonarlo en la noche del martes al desatarse el incendio en altamar. Esa noche, Eva –que también es chef– había preparado tacos mexicanos, brownies y otras delicias. Iba a ser una noche de gala para despedir a un grupo de pilotos de helicóptero que partirían al día siguiente del buque. La mesa ya estaba puesta para la fiesta y ella lucía un vestido largo negro y botas de caña alta, cuando se descubrió el humo y se dio la voz de alarma. Así, con ese atuendo debajo de un traje impermeable que le prestaron a último momento, Eva subió a una balsa con otros 18 ocupantes, en la que navegaron a la deriva más de dos horas. “Por suerte fuimos los primeros en ser rescatados, porque nuestra balsa era la más lejana e iba sola. Después me enteré de que las balsas se iban pinchando por mordidas de tiburones. Y sus ocupantes se iban pasando de balsa en balsa, porque se iban a inundando. Nosotros zafamos. Si nos pinchaban la balsa no hubiésemos tenido adónde pasarnos”, relató en una charla con Página/12.

Eva tiene 33 años y vive en el barrio de Villa Devoto. Todavía, dice, no tomó conciencia de la odisea que vivió. Se le nota en la voz, tranquila, sin dramatismo. Sólo cuando recuerda el instante en que pensó que podría morirse ahí, en medio de un mar turbulento en una noche negra, rodeada de personas extrañas, pierde seguridad y se le atraganta cierta emoción. Pero sólo son algunos segundos.

Había ido a la Antártida para filmar la historia de la escuela de Base Esperanza para un programa del canal Encuentro, del Ministerio de Educación. La cámara y todo el material filmado quedaron en el rompehielos. Todavía no sabe si podrá recuperarlos.

La noche del martes cocinó para una cena de gala para despedir a los pilotos que dejaban el “Irízar”. “Como se corrió la voz de que soy chef, cociné yo. No quedaban muchos víveres, así que preparé tacos mexicanos. Era una cena para cincuenta personas en la Cámara de Oficiales. Después de preparar todo, me bañé, me cambié y fui adonde están los camareros para supervisar todo. Estábamos ahí cuando sentimos olor a quemado y vimos que salía humo del techo. Todos empezaron a correr. Pero veías al mismo tiempo los que se ponían el uniforme con salvavidas y los que salían del gimnasio con bermudas para ver qué pasaba”, contó Eva a este diario. Ella es una de las seis mujeres que viajaban en el rompehielos. Estaban a bordo también la esposa de un oficial de Aeronáutica y sus tres hijas, de entre 11 y 14 años aproximadamente, y una integrante de la tripulación.

Dice Eva que nunca sintió miedo. “Me gustan las aventuras, si hay acción, estoy siempre lista. Además pensábamos que no iba a suceder nada. La gente de la tripulación no comentaba que el tema era grave”, se ríe ahora la camarógrafa. “Todos transmitían que iba a ser algo sencillo, por eso tal vez no hubo ni histeria ni pánico. Todos nos decían: ‘Esperemos que terminen rápido para comer los tacos’”, cuenta.

Primero se cortó la luz y se encendió la de emergencia. “Yo seguía en la Cámara de Oficiales. Sin saber códigos ni nada, esperaba que me dijeran qué hacer. Hasta que me dijeron que me pusiera el salvavidas y un abrigo. Entonces fui al camarote a oscuras y manoteé la campera antártica.” Eva tenía puesto un vestido negro largo y botas de caña alta, sin taco. “Por altoparlantes decían que teníamos que ir a la cubierta de vuelo”, recuerda.

–¿Hacía mucho frío?

–No hacía tanto, pero creo que nadie tenía frío por una cuestión de adrenalina.

Arriba del vestido, se puso un traje impermeable con cuello y puños de goma, que impiden que penetre el agua, que le prestó un piloto a último momento.

Eva ocupó la primera balsa. “Por esto de que primero van los niños y las mujeres”, dice. Iban con ella las tres niñas, su mamá y su papá y trece tripulantes más. “Bajamos en absoluta oscuridad, con linternas. La balsa se movía con olas grandes, había que embocar para no caerse al mar. En mi balsa iba un hombre que se cayó al agua y se dislocó el hombro. Estaba muerto de frío y con un dolor impresionante. Había muchos descompuestos. Con las nenas le pusimos bastante buena onda, decíamos tonterías...” La balsa de Eva se separó del resto y un gomón trató de remolcarla. “Era imposible por el oleaje. Nos tuvimos que tirar de cabeza para poder subir y nos rescató después un buque petrolero con tripulación taiwanesa e hindú. Calculamos que estuvimos unas dos horas a la deriva”, relata.

Recién desde el gomón, cuando vio a lo lejos al rompehielos “Almirante Irízar” incendiándose en alta mar, “pude tomar conciencia de lo que pasaba”, reconoce.

“Todavía no caigo de un montón de cosas. Como camarógrafa, siempre todo lo veo desde afuera, siempre grabo la acción, pero no la vivo. En un momento de tranquilidad y silencio en la balsa pensé: ¿Y si hasta acá llegué? Fue un segundo. Venían pasando de una cosa a otra en cadena sin pensar qué estaba viviendo.”

Desde la noche del martes hasta el jueves, cuando llegó a su casa, Eva durmió apenas dos horas y de a ratitos, cuando el cansancio la vencía. Recién entre la noche del jueves y ayer se desplomó seis horas seguidas. Ahora jura: “No hago tacos nunca más en mi vida”.

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“Me gustan las aventuras. Además pensábamos que no iba a suceder nada”, relató a Página/12.
 
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