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Domingo, 19 de septiembre de 2010

HOMENAJES > UN CICLO SOBRE LA REVISTA TIEMPO DE CINE

Con la entrada, con la pluma y la palabra

Fundada en el corazón del Cineclub Núcleo, ese faro laico que bajo la guía de Salvador Sammaritano formó a más de una generación en lo mejor y lo más nuevo del cine mundial, la revista Tiempo de Cine apareció en el momento justo: a comienzos de los ‘60 surgía una nueva camada de directores y películas en el mundo, con un lenguaje desconocido en las salas, y la revista ocupó un lugar indispensable para promover, discutir y formar nuevos espectadores. Ahora, un homenaje en el Malba la recuerda proyectando algunas de las grandes películas que pasaron por sus páginas.

 Por Fernanda Alarcon

“¿Qué dan este mes en el cine? La dolce vita, Hiroshima mon amour, Alias Gardelito, Los inundados...” Muy frecuentemente, cuando el espectador de cine recorre la programación de un ciclo, pasa por alto el criterio de selección que lo organiza. Va directamente hacia las películas sin reparar en el motivo que las reúne. Una situación parecida a la de un atolondrado alumno de primaria que aprende un montón de cosas sin encontrarles el sentido. La regla de tres simple, los nombres de los ríos de Europa o el funcionamiento del aparato respiratorio le parecen caprichos de los profesores; ignora que los conceptos y problemas de las distintas materias siguen un criterio y pueden relacionarse con “situaciones de la vida”.

Las películas que se pueden ver en el Malba hasta el 3 de octubre celebran los cincuenta años de la revista Tiempo de Cine, publicación del Cineclub Núcleo editada en Buenos Aires entre 1960 y 1968. Se trata de un ciclo en donde, justamente, la reflexión sobre la función didáctica de la crítica hace la diferencia. Si bien a primera vista puede parecer que nos encontramos frente a una “materia fácil”, un puñado de películas conocidas y demasiado celebradas, somos invitados a recorrerlas desde la mirada de un grupo de maestros que promovió nuevas maneras de entender el cine.

Mirando al frente

Nos ubicamos en la década del ‘60, época de ebullición y renovación cultural, en donde el acceso a nuevos materiales (se multiplica el consumo de libros, discos, diarios, películas) abre lugar a las nuevas problemáticas; es decir, surge un público nuevo con deseos de comprender y debatir. En este sentido, Tiempo de Cine es parte de un doble movimiento: surge acompañando al cine moderno, pero también es formadora de un nuevo espectador. La figura profesional del redactor de Tiempo de Cine se oponía, de esta manera, a la del cronista de espectáculos (característica de las publicaciones de los ‘50 que se centraban en el star system y se dirigían a un público masivo), ya que manejaba un saber técnico y bibliográfico específico, que buscaba dar cuenta de la “nueva” conciencia del lenguaje cinematográfico. Como explica la curadora del ciclo, Daniela Kozak, periodista e investigadora: “En los ‘60 aparece un cine concebido como escritura, con reglas diferentes al cine comercial, y creo que ellos fueron conscientes de que esos cines requerían otro tipo de discursos críticos, más vinculados con la reflexión teórica. En la crítica literaria o teatral esto ya existía, pero en la crítica de cine no tanto, estaba empezando”.

El numeroso equipo que llevaba adelante esta publicación estaba organizado por un comité directivo a cargo de cuatro amigos: el crítico y fundador del cineclub Salvador Sammaritano; Víctor Iturralde, experto en animación, investigador y fundador de cineclubes infantiles; José A. Mahieu, historiador y guionista; y Héctor Vena, coleccionista y cineclubista. Entre los colaboradores que compartían la misma euforia por la autenticidad y la frescura de las nuevas películas figuraban nombres como Homero Alsina Thevenet, Jorge Miguel Couselo, Guido Aristarco (director de Cinema Nuovo), George Fenin (editor de Film Culture) y también las jóvenes firmas de Edgardo Cozarinsky (que por esta época empezaba su carrera como guionista y ensayista) y de un grupo de periodistas como Horacio Verbitsky, Tomás Eloy Martínez y Ernesto Schóo. Los textos se completaban con la colaboración de Rogelio Polesello en el diseño gráfico, y de Quino y Copi en el humor. Un equipo de lujo que transformó a la publicación de un cineclub en la revista de cine de habla hispana más prestigiosa del momento, una plataforma de debate y difusión para los films reseñados.

El ciclo del Malba entonces está pautado tomando como eje las diversas secciones de la revista (Tapas, Entrevistas, Carta de..., Notas y ensayos, Especiales, Festivales y El ojo de la crítica). Esto permite acercar los artículos al espectador y que el homenaje no sea una mera excusa. La selección refleja la admiración por autores como Antonioni, Bergman, Resnais, Visconti, y el gusto y la avidez que tenían por el nuevo cine de todo el mundo. En palabras de la curadora: “Quería que el ciclo diera a conocer la revista, que aquellos que nunca la leyeron pudieran darse una idea de lo que era, tanto a través de las películas como del programa (el periódico que edita malba.cine). Además traté de que, en los fragmentos de reseñas que reprodujimos, estuvieran representados los distintos estilos críticos de los redactores”.

Los protectores de pantallas

El hecho de que una sala porteña dedicada al cine de arte programe películas como las que se dan este mes en el Malba, no implica una novedad. Buenos Aires tiene una importantísima tradición cinéfila y los grandes clásicos nunca faltan en sus pantallas. Pero este ciclo nos permite descubrir que esa cinefilia tiene padres. Y recuperar la mirada de aquellos pioneros que tuvieron la ocasión privilegiada de ver con ojos nuevos y vírgenes esos films que ahora son hitos de la historia del cine. A través de ese ejercicio, el espectador actual puede lograr que esas películas recobren su lozanía y su fuerza originales, y pierdan algo de su condición marmórea o estatuaria. Son films que ya ocupan un lugar en la historia pero que, en algún momento, debieron pelear por él. Este ciclo nos coloca, tal como anunciaba el primer editorial de la revista, en esos campos de batalla: “Necesitamos de la locura. De la locura con los ojos abiertos. Y por eso estamos aquí. Para ayudar a mantener los ojos abiertos a los quijotes del cine. Para ayudarlos y criticarlos. Para corresponderlos en el plano teórico, para catalizar un nuevo lenguaje, para abrir la selva oscura de conceptos donde naufragan tantas buenas intenciones”.

Desde el análisis de Guido Aristarco sobre Hace un año en Marienbad se renueva, por ejemplo, el modo de pensar la laberíntica obra de Alain Resnais con guión de Robbe-Grillet. En su nota, el investigador italiano hace referencia a “un mecanismo que gira en el vacío” o “un relato reducido a simples búsquedas formalistas”, y muestra que estos críticos asumían una posición exigente frente al nuevo cine. En la misma línea, en el número tres (octubre, 1960), Homero Alsina Thevenet exponía sus reservas frente a las propuestas de la Nueva Ola Francesa y se animaba a decir que frente a la variedad de estilos y propuestas de nuevos realizadores como Truffaut, Godard o Varda estaba desconcertado: “Se puede afirmar desde ya que si nadie hubiera inventado la expresión Nouvelle Vague, se habrían provocado menos confusiones. Nadie vería extravagancias como renovaciones, nadie saldría a creer que alcanza con ser joven y audaz para idear legítimamente neologismos del lenguaje”. Se percibe un análisis sensato, que no busca celebrar al crítico (no se postula como un experto astuto, ni siquiera como un juez) sino que se concentra en el ejercicio de análisis. Buscaban organizar los estrenos, se preguntaban por sus alcances, como en el caso de una pequeña pastilla sobre Día de fiesta de Jacques Tati, en donde alertaban que “los recursos humorísticos empleados pueden parecer quizá lentos y repetitivos a todo admirador del brioso ritmo norteamericano”.

Los miembros de Tiempo de Cine no sólo amaban y estudiaban el cine sino que también lo defendían. En cada uno de los editoriales no se cansaban de señalar la decadencia del cine oficial y comercial, se peleaban con la política cinematográfica, cuestionando el desempeño del Instituto Nacional de Cinematografía y denunciando las constantes irregularidades que existían en el funcionamiento de ese organismo (una de ellas era la sistemática relegación a los nuevos directores). Con el correr de los años, la revista se constituyó como un órgano de presión y de repudio a las permanentes violaciones de la libertad de expresión, remarcando en cada edición que una ideología impuesta es una señal de la falta de una creatividad propia.

En el editorial titulado “La censura”, de 1965, aparecían formulaciones que todavía hoy tienen vigencia: “Se vive en un medio donde las posibilidades de adquirir conocimientos se ven reducidas a los datos (generalmente cocinados) del periodismo y de la enseñanza (ya sea primaria, secundaria o universitaria). El individuo a quien les son retaceadas las necesarias herramientas de análisis, se encuentra entonces abrumado y drogado por una lluvia de informaciones que no puede examinar en profundidad (...). Los films estimulan el accionar del pensamiento y la sensibilidad”. Los maestros de Tiempo de Cine escribieron no sólo para compartir y difundir su lúcida pasión sino porque creían que el cine, como todo arte, es una herramienta para pensar el mundo.

El ciclo completo puede consultarse en malba.org.ar

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