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Domingo, 13 de noviembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS

Una reflexión amarga que ironiza sobre todas las muertes cotidianas

La obra "Sólo los giles mueren de amor" sobrevuela desde
diversos registros el tema de la pérdida de una vida humana.
La directora Graciela Sietecase traza un itinerario preciso.

 Por Julio Cejas

Este año los teatreros de Argentina se reencontraron con ese eterno exiliado que es César Brie, actor, director y dramaturgo porteño, que desde 1991 reside en Bolivia donde funda "El Teatro de los Andes". Brie, integrante del ya legendario Grupo Odin de Dinamarca, creado por Eugenio Barba, participó en Córdoba del 5º Festival Internacional del Mercosur con uno de sus últimos trabajos: "Otra vez Marcelo"; obra que también se vio en Rosario el mes pasado. En esa ocasión el director de "El mar" (1993), "Crónica de una muerte anunciada" (1993), Desde lejos (1994), Ubú en Bolivia (1994) y Las abarcas del tiempo (1995) entre otras, se mezcló sin previo aviso entre el público local que asistía a la representación de su obra "Sólo los giles mueren de amor", en la versión de Graciela Sietecase.

La obra, representada en esta ciudad por su creador en la década del 90, no tuvo otra interpretación que la que ahora realiza el actor Carlos Romagnoli bajo la dirección de Sietecase en la Sala del Centro de Estudios Teatrales (San Juan 842). El proyecto une a los Grupos "Estudio La Escalera" y "Casablanca" alrededor de un texto que se inscribe dentro de la línea del teatro antropológico que Brie descubre durante sus años de aprendizaje en el Odin.

Desde ese lugar particular retrabaja el tema de la muerte que para el imaginario del pueblo de Bolivia adopta las formas de un ritual con características muy diferentes a las de otras comunidades.

Cuando el cuerpo del muerto se encuentra lejos de su tierra, los bolivianos acostumbran velar la ropa del muerto alrededor de una mesa donde los deudos acompañan comiendo y recuperando la memoria del difunto.

En esta puesta que dirige Graciela Sietecase, el ritual se traslada al tradicional velorio donde la mesa es reemplazada por un féretro al que acompaña un hombre que pareciera velar a su amigo muerto.

El hombre aguarda la llegada de otros deudos para que acompañen el viaje final de su amigo, de esta manera los espectadores que ingresan a la sala serán los verdaderos destinatarios de este postrer homenaje.

La espera movilizará los recuerdos del que ya no está, algo parecido a lo que sucede habitualmente en las salas velatorias donde el desfile incesante de familiares y amigos irá tejiendo una trama acerca de la vida del difunto.

El hombre vestido apenas con ropa interior irá hilando el entretejido complejo de una vida que aparecerá con todas sus virtudes y mezquindades.

Cada prenda que extrae del fondo del ataúd evocará una etapa en la vida de ese ser que irá encarnando en la piel del amigo que narra con ternura y dolor una historia que se apodera de la escena.

Pronto la voz del que relata se parecerá cada más a la del propio muerto, el ritual se convierte en un verdadero ajuste de cuentas de alguien que no puede "descansar en paz".

Ese titiritero, trotamundos que intentó cambiar el mundo, ese errante explorador de la condición humana, sucumbió entre tantas inseguridades y fue "genio y figura hasta la sepultura".

La obra sobrevuela desde diversos registros el tema de la pérdida de una vida humana, es una reflexión amarga y cargada de ironías acerca de las diferentes muertes cotidianas.

Las incontables muertes en vida de las relaciones amorosas, la muerte de una etapa en la que nos creíamos felices, esa evocación de la infancia condensada en la maravillosa pregunta: "¿Qué es un adulto sino un niño al que se le cayó una montaña de años encima?".

La muerte de los ideales que se desvanecen cuando se está solo en una lucha: "Si no, ¿por qué será que votan siempre a los más grandes hijos de puta?". La muerte del padre que se fue llevándose a la tumba posibles respuestas a preguntas que nunca pudieron hacerse.

Enamorarse de la mujer equivocada, esa otra fatalidad que en un momento determinado termina enroscando la soga plagada de todas las muertes posibles hasta anudarse en el cuello cerrando el ciclo definitivamente.

Un texto peligrosamente literario que amenaza por momentos eclipsar cualquier intento de representación en el espacio, un relato que requiere una inteligente condensación de acciones al servicio de su poética.

El actor Carlos Romagnoli pone a prueba su capacidad para sostener con precisión un itinerario que debe transitar reinventando climas de variada intensidad dramática.

En manos de la directora Graciela Sietecase ese itinerario tiene metas precisas y su propuesta escénica recupera una original mirada que enriquece el texto original.

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El actor Carlos Romagnoli prueba su capacidad para sostener con precisión un largo itinerario. Este trabajo puede verse todos los viernes de noviembre a las 21.30 en San Juan 842
 
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