rosario

Miércoles, 28 de septiembre de 2016

CONTRATAPA

La nave

 Por Víctor Maini

Sobre la cultura escandinava no sabíamos prácticamente nada. Sólo lo que nos enseñaba Pato Martos, habitante inquieto del mundo de las historietas, fileteador de Olaf en bancos y puertas del Superior de Comercio. Don Odin, un gigante de pelo blanco, largo y cuidado, frondosos bigotes teñidos con nicotina, cómodamente desalineado, camisa afuera del pantalón, un grueso cinto sobre ambas prendas y un chaleco de cuero gastado, cruzaba el paisaje como un viento equivocado. Nos gustaba detenernos en personajes distintos, excéntricos, creativos, como caminante que intenta retrasar la llegada a un destino gris, rutinario y previsible. "¡Qué diablos va a ser vikingo ese viejo demente! Nació en Los Quirquinchos, más gringo que Mussolini, tímido para trabajar, los libros lo trastornaron por completo... ahora tiene el final de todo loco, solo y borracho." Los juicios de Pica Dominga cargaban con la crueldad propia de un niño. "La señora Picaporte está enferma de sentido común. Cree que no estoy en mi sano juicio por adorar al dios de la guerra, la poesía y la magia, jinete tuerto de un caballo de ocho patas y compañero de cuervos consejeros. Aparentemente, rezarle a su todopoderoso creador de un mundo en siete días y alfarero del hombre en un barro divino es un acto de cordura y sensatez." Lejos de enojarse con los vecinos por los comentarios contra su persona, les contestaba desde la ironía, los entendía y perdonaba. "Son hijos del despotismo ilustrado, rehenes del cartesianismo, olvidaron que los que tallan nuestra memoria son los sentires y no la inteligencia. Uno es lo que ama y ama sólo lo que siente. Aprendí que no existe una vida igual a otra, pero a veces me parece que llevan todos la misma vida." Pensó en voz alta una tarde mientras paseaba a su perro Oslo por el recorrido de siempre. Si bien su mascota había muerto varios años atrás, caminaba junto a su recuerdo como quien transita a la par de un amigo." Los truenos no son más que el crujido de hielos partidos por los barcos más allá de las nubes", nos confesó poéticamente una tarde mojado y triste. En cada tormenta salía a lugares abiertos y mostrando su pecho al cielo, rezaba para poder ser visto por la nave que venía a su rescate. Aseguraba ser el único sobreviviente de un terrible naufragio ocurrido por un error de cálculos en donde confundieron un campo de linos en flor con un fiordo noruego. Cuando la mirada de su ojos claros se oscurecía con el vino tinto, discursaba sobre mujeres desde el puerto del rencor. "Para un marino casado con la inmensidad, toda isla tiene la forma de la mujer amada acostada en su cama. La diferencia entre la esposa y el océano es una sola. El mar no cansa." Precedieron a su encierro varios jueves de desfiles en calzoncillos, con un martillo en alto y un discurso tan confuso como amenazante. Desde el fondo del sentido común es imposible asociar la herramienta de Thor con la cruz de Cristo. No sé qué equipos jugaron aquel partido televisado, tampoco recuerdo sus protagonistas, menos aún el resultado del evento que nos impulsó a llevar el televisor al Suipacha. Lo que llevo grabado en mi memoria son los gestos, abrazos, llantos y gritos de los internados ante cada gol del equipo amado. La inexplicable locura que despierta el fútbol está permitida y aceptada por la sociedad. Lo que vimos aquella noche en el pabellón era lo que vivíamos en todas las tribunas. Algo más tranquilo, el viejo Odin nos agradeció emocionado, "No podía esperar otra cosa de dos amigos como ustedes." No nos fue fácil cargar el pesado aparato en el asiento trasero del Citroen del Pato antes de que se largara la tormenta. A pocos metros de iniciado el regreso, nos detuvo el motor y los corazones el estruendo de un rayo caído cerca del hospital. Ruidos similares al deshielo de un glaciar nos acompañaron todo el camino. Encapsulados en un mismo pensamiento, nos despedimos en silencio. Al otro día una tristeza hipócrita se adueñó del barrio tras la nefasta noticia. Nada contamos de nuestra presencia en el lugar de los hechos. Como buenos vikingos supimos mantener el secreto del reencuentro entre el viejo guerrero y la mágica nave que no cesa de surcar los misteriosos mares del tiempo.

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