rosario

Martes, 27 de febrero de 2007

CONTRATAPA

Los patios

 Por Jorge Isaías

Para Raúl García Brarda

Antes los patios eran como si no hubiera patio.

Quiero decir que se confundían rápidamente con los arbustos y luego con el campo y cuando uno se descuidaba saltaba casi directamente al cielo.

Yo no tuve conciencia de qué cosa eran los patios hasta que no viví en la ciudad y los patios entonces tuvieron principio y fin muy concretos.

Por empezar, esos tapiales de ladrillos de canto que se usaban en las casas de los barrios obreros, como la de mi tío Camilo, allá en "Las Delicias".

En el centro ﷓se sabe﷓ todo tiene más sentido de cajón de cemento, por más malvones que se le pongan a los costados.

Yo no tuve conciencia de lo que eran los patios hasta que un domingo triste, en una pensión de la calle Sarmiento donde vivía, me puse a mirar ese pedazo de cielo húmedo y retaceado.

Esa sensación me persiguió por mucho tiempo.

En otros lugares los patios no son lo mismo .

En los poemas de mi amigo García Brarda, por ejemplo.

O como ese patio espléndido que no pude dejar de admirar en una callejuela cordobesa de Andalucía. Ese patio era otra cosa. Uno sentía que la gente allí debería vivir a pleno, casi como en un oasis o frente a un mar. Yo pasaba mirando todo casi distraído cuando lo vi y entré sin pensarlo. Sin pedir permiso ya que el gran portón morisco estaba abierto.

No había ser humano a la vista pero sí algunas ropas de mujer colgadas de una soga y pude tocar el brocal del pozo que era de piedra fresca, bajo el sol duro del verano.

Alguien dijo que los patios son un receptáculo del cielo. Es probable.

Y los pájaros huyen de esa boca como de la misma noche. A menos que se trate de gorriones que como sabemos se atreven a todo.

En la casa de mis abuelos había un patio con aljibe, árboles, glicinas, una higuera y más allá las casetas de los perros.

Pero el cielo estaba cerca, quiero decir tan a mano como esos gruesos paraísos debajo de cuya sombra jugábamos con mi amigo Valentín, remolcando esos autitos de carrera tan precarios que nos regalaban previo canje de un bono de color celeste a los chicos pobres del primer peronismo.

Juan Tossini era el jefe de Correos y con sólo retirar un día antes ese bono (a las chicas les daban uno color rosa, obviamente) uno podía ir el mismo 5 de enero a la tardecita a elegir un juguete. Lo de la elección supongo que dependería de la filiación política de los padres, que en los pueblos es más que pública.

De todos modos nosotros sabíamos que éramos los únicos privilegiados de entonces y eso nos hacía muy felices.

Pienso muchas veces que de aquellos tiempos en los que los patios eran verdaderos patios ya no quedan sino los recuerdos. O los retazos de los recuerdos.

Como si una mano nocturna los pusiese lejos de nosotros y ahora para verlos no basta que alcemos la mirada o demos unos breves pasos levantándonos de la silla en que descansamos.

Ahora tenemos que esforzarnos y buscarlos muy lejos y caminarlos dentro nuestro agigantándonos en el mero recuerdo que no perdona tanto olvido.

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