VERANO12

“UN DOLAR ALTO Y FIJO”

Después de afirmar que la oposición no puede proponer un plan alternativo con medidas puntuales, Alfonsín planteó en la entrevista concedida a este diario la necesidad de establecer un tipo de cambio “alto y fijo” y “una estructura impositiva que grave la importación y la exportación con el fin de obtener seis o siete puntos del Producto Bruto para poder disminuir la presión tributaria sobre los sectores de menores recursos”. El ex presidente considera que desde Estados Unidos se impulsa un modelo de democracia limitada, asegura que el ajuste ortodoxo no es inevitable e insiste con la necesidad de un pacto político para poner en caja la economía. Para la interna, desafía de hecho a Angeloz a dar el debate en la próxima convención partidaria.

–Puede ser que algún mes tenga éxito, como también lo tienen en Bolivia al reducir brutalmente la capacidad de consumo de la gente, pero nunca logrará una estabilidad permanente. Lo que hay que cambiar aquí no son algunas medidas sino la orientación, la filosofía económica. No se puede pensar que el mercado va a resolver los problemas estructurales de la economía argentina. El Estado no puede ceder su rol de regulador de ese mercado en el que hay oligopolios, monopolios, oferta escasa en algunos rubros que tienen demanda inelástica, lo que empuja al alza de precios. El Estado no puede renunciar tampoco a su rol redistribuidor ni abandonar, como lo hace ahora, todos los proyectos sociales. Ni tampoco su papel orientador de cualquier política de crecimiento. Lo que ocurre hoy en este aspecto es sumamente grave.

–Algunos políticos chilenos expresan su alivio porque la parte más dura del ajuste la hizo Pinochet. A veces parece que el radicalismo espera que Menem tome el trago amargo, y por eso no presenta programas alternativos y especula con una posición opositora mientras tanto.

–Nosotros no vamos a presentar un programa desde la oposición. A lo sumo sugerimos los fundamentos de un plan, su filosofía. Pero no podemos decir que toquen una cosa u otra.

–¿No es una excusa para ocultar que su partido también considera inevitable el ajuste?

–Pero cómo va a ser inevitable, si yo creo que vamos al desastre.

–Su ex ministro Rodolfo Terragno ya habla de la posprivatización como si el ajuste de Menem fuera una etapa indispensable para encarar reformas posteriores.

–Terragno habla de otra cosa. Es cierto que en algunas privatizaciones, como la de ENTel, la batalla está perdida. Esperemos que no se concrete la de Aerolíneas. Hay hechos de los que no se puede retroceder. Pero para que no digan que no presentamos alternativas, puedo señalar algunas medidas concretas que deberían tomarse. Tiene que haber un dólar alto y fijo, con los cambios que luego sucesivamente se puedan ir haciendo, que facilite la exportación de aquellas industrias que puedan hacerlo. Ese tipo de cambio debe generar recursos para el Estado. Tiene que haber un impuesto a la exportación y la importación que permita recuadrar seis o siete puntos del Producto Bruto, para que afloje un poco la presión tributaria sobre los sectores más desprotegidos.

–Pero usted mismo y el ex ministro de Economía Juan Sourrouille han admitido que su gobierno ha tenido un déficit precisamente en la política de ingresos. La estructura impositiva no favorecía a esos sectores.

–La evolución de nuestro gobierno habría sido distinta si hubiésemos obtenido del Congreso algunas leyes que resultaban –y resultan– indispensables para concretar un cambio en ese sentido. Por ejemplo, el impuesto a la tierra libre de mejoras, los cambios en el sistema de promoción industrial para que no hubiera fraude, ni elusión, ni evasión. Hubo otros proyectos que tampoco pudimos sacar del Senado.

–¿Eso fue sólo culpa del Legislativo? En otros casos usted ejerció una presión decisiva sobre el Parlamento.

–Si ustedes quieren, adjudíquenme toda la responsabilidad a mí. Para sacar adelante esos complementos imprescindibles para el Plan Austral no tuve la garra que sí mostré, por ejemplo, en el debate por el acuerdo de paz con Chile. De otra manera, quizás hubiera logrado conmover a la oposición.

–¿No hubo también indecisiones por la magnitud del poder que tenían enfrente?

–Yo dije lo de la falta de garra para echarme las culpas, para que no digan que estoy siempre echándoles las culpas a los demás. Me considero con garra suficiente para pelear. Pero es verdad que no puse los acentos que debería haber puesto en ese campo.

–Doctor, no son pocos los analistas que interpretan que luego del fracaso de la gestión Grinspun, su gobierno apostó a una alianza con los grupos económicos más poderosos. ¿Eso no tuvo nada que ver con que se trabaran esos proyectos de ley?

–¿Por qué dicen eso? No fue así. Recién en el marco del Plan Primavera hubo ese relativo acuerdo que sugieren. Estábamos un plena campaña electoral, muy vulnerables, y formalizamos un acuerdo explícito con los formadores de precios para que no los subieran. Lo otro es una fábula que se ha tejido. Esa supuesta alianza que se pretende como una suerte de entrega...

–Hablamos de “apuesta”.

–Pero, de qué alianza con los grupos económicos me hablan, si el Plan Austral lo mantuvimos en un secreto total y absoluto, y eso tal vez haya sido una debilidad del plan. Era necesario el secreto y ahí no hubo alianza con nadie.

–Doctor, fue publicado que el 22 de abril de 1985, tres días antes del famoso discurso de la economía de guerra, usted mantuvo una larga reunión con algunos capitanes de la industria. ¿No hubo relación causal entre los dos hechos?

–No señor, no fue así. Antes de ese discurso tuvimos algunas discusiones entre nosotros, en las que participó, por ejemplo, Dante Caputo, sobre la necesidad o no de plantear las dificultades que teníamos con toda crudeza... Pero ustedes me están obligando a hacer un tremendo ejercicio de memoria. ¿Por qué no hablamos para adelante? Me hubieran acercado sus inquietudes sobre lo que ya pasó, y yo me ponía a investigar para contestarles seriamente.

–El tema se puede enfocar hacia adelante. Luego de la experiencia de haber vivido una especie de golpe de Estado económico, ¿considera que la democracia puede convivir con los grupos empresarios que tienen ese tipo de comportamiento?

–La solución es política. Los países del continente recuperaron la democracia en el marco de tremendas crisis. Hay que comprender que los partidos políticos tienen que actuar en forma concertada sobre algunos aspectos básicos. Sólo así se puede impedir una acción que condicione la democracia por parte de los grupos económicos –o algunos de ellos– que no se refugian ya en gobiernos militares para defender sus intereses y ahora actúan directamente en política. Aquí, por ejemplo, están embobados con la posibilidad de gobernar que les ha otorgado el presidente Menem y entonces pretenden cambiar las estructuras políticas o mecharlas y meter dentro de cada partido la gente que les conviene, outsiders.

–Este proceso se reproduce en toda la región. Parece haber un elemento externo y común a todos los países...

–Pero claro. El elemento común es la vulnerabilidad de nuestras economías y la dependencia agudizada por el problema de la deuda. Los Estados Unidos defienden ahora la democracia en Sudamérica, pero hay también una voluntad de limitar esa democracia. Eso está muy difundido en la bibliografía norteamericana sobre la democracia elitista y sus técnicas. De allí surge la idea de una nueva derecha que, antes que nada, necesita manipular la opinión para poder realizar los nuevos ajustes. Ya no moviliza con consignas estridentes, porque el fascismo quedó atrás, y busca la pasividad y la apatía de la sociedad a través de la desinformación. Por eso yo insisto con la necesidad del acuerdo entre los partidos populares. Pero para eso el Gobierno debe romper la alianza con la derecha, algo que veo muy lejano porque tengo la impresión de que este gobierno está totalmente agarrado a esa alianza.

–¿Está hablando sólo de la derecha política?

–La derecha política es una suerte de apéndice de la derecha económica.

–Pero entonces volvemos a lo mismo, doctor. Usted la define en abstracto. Si hasta su ex ministro Sourrouille sostuvo que los grupos empresarios “traicionan fácilmente con tal de conseguir lo que quieren” y que “utilizan la hipocresía con tal de lograr sus objetivos”. ¿Son así los grupos económicos? Usted los conoció desde el poder.

–Primero hay que saber si Sourrouille dijo eso. Creo que hay grupos que merecen esa descripción y otros que no. A nosotros, a nuestro gobierno, lo arrinconó mucho la banca acreedora. Tuvimos problemas muy graves ocasionados por nuestros errores, otros por la política del justicialismo y otros por el cambio de gobierno en los Estados Unidos. Cuando llegaron los nuevos equipos a la Casa Blanca, desapareció alguna gente a la que habíamos convencido de que nosotros no podíamos hacer el ajuste ortodoxo que nos pedía el FMI. Los Estados Unidos dejaron entonces de presionar en el Banco Mundial para que sean desembolsados los créditos ya otorgados. Y extrañamente, porque no es práctica habitual, el Banco Mundial anunció públicamente que esos desembolsos no iban a realizarse. La situación argentina se transformó en muy vulnerable. En esa oportunidad también nos dieron la espalda los grupos empresarios. Si hubiera habido un acuerdo político, la transición habría sido más ordenada. Creo que si hoy existiera un pacto entre los partidos se podría seguir batallando por una quita de capital que vincule la deuda externa con su valor secundario y por una disminución de los intereses. Pero todo ello se ha abandonado.

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