VERANO12

G. K. CHESTERTON X GRAHAM GREENE

 Por Graham Greene

Las mismas razones que le hicieron fracasar como escritor político le hicieron triunfar como escritor religioso, porque la religión es simple, el dogma es simple. Gran parte de las dificultades de la teología surgen de los esfuerzos de hombres que no son en primer término escritores para distinguir con claridad una idea bastante sencilla. Chesterton restableció el pensamiento original con la frescura, la sencillez y el entusiasmo de un descubrimiento. De hecho, era un descubrimiento: desenterró lo definido bajo las definiciones, y el lector se asombró de que alguna vez se haya considerado que eran necesarias las definiciones. Orthodoxy (Ortodoxia), The Thing (La cosa) y The Everlasting Man (El hombre imperecedero) están entre los grandes libros de su época. Hay muchas otras cosas, desde luego, que sería decepcionante que el tiempo no conservara de aquella obra voluminosa: The Ballad of the White Horse (La balada del caballo blanco), los poemas satíricos, fantasías en prosa como The Man Who Was Thursday (El hombre que fue jueves) y The Napoleon of Notting Hill (El Napoleón de Notting Hill), los primeros libros de crítica, sobre Browning y Dickens; pero en estos tres libros religiosos, inspirados por un optimismo cósmico, por la creencia apasionada de que “es bueno estar aquí”, entregó lo que otro gran escritor religioso, muy próximo a él en ideas políticas, y aun en estilo, consideraba que hacía más falta en nuestra época. Péguy puso en boca de su Creador estos versos sobre el hombre:

On peut lui demander beaucoup de

[coeur, beaucoup de charité, beaucoup de sacrifice.

Il a beaucoup de foi et beaucoup

[de charité.

Mais ce qu’on ne peut pas lui

[demander, sacredié, c’est un peu d’espérance.

Un hombre no siempre merece a sus enemigos. No ha elegido a sus parientes. El rasgo más obvio del libro de la esposa de Cecil Chesterton (The Chestertons (Los Chesterton) por Mrs. Cecil Chesterton) es una corriente sumergida pero firme de aversión más bien mezquina: aversión por su cuñada, que se llevó a Londres a G. K. Chesterton, de las noches joviales de Fleet Street a la tranquilidad de Beaconsfield. La señora de Chesterton, desde su ángulo personal, pinta el retrato de un hombre desdichado, arrancado a la compañía de sus pares, su mente embotada, su obra arruinada. Pero puede dudarse de que aquellos amigos ruidosos de Fleet Street, frecuentadores de tabernas, Crosland y los demás, fueran en realidad sus pares, y si alguna vez escribió libros mejores que The Everlasting Man (El hombre imperecedero), The Thing (La cosa) y la Autobiography (Autobiografía), todos ellos completados en Beaconsfield. La aversión puede producir un buen libro, pero no cuando se la expresa tan encubiertamente como aquí: con sarcasmos entre líneas, ya desde la primera página, donde leemos que “Chesterton era una figura notable en aquellos días” (la autora se refiere a los días anteriores al matrimonio del escritor, pero ¿cuándo no fue una figura notable?), hasta casi la última, cuando se queja de que no hubo bastante de comer y de tomar en el funeral de G. K. En la página 26 nos presenta a Frances Chesterton: “El azul y el verde le sentaban encantadoramente, pero muy rara vez usaba esos tonos; prefería marrones y grises borrosos”; en la página 70, “una tragedia afectó a la familia Blogg, que golpeó cruelmente a Frances. Tenía un cariño absorbente por su gente; eran realmente el altar del sacrificio, para ella y para su marido”; en la página 72: “No le gustaba la comida, excepto las tortas, el chocolate y otras tonterías semejantes, y su educación alcohólica se detenía en el té”; en la página 69: “Frances no apreciaba a la prensa como tal, y la verdad es que sólo le importaban revistas parroquiales y pequeños diarios, donde publicaba sus tan encantadoras poesías”. Y así sigue, las pequeñas burlas a la difunta que no se impresionó con Fleet Street, inofensivas y tontas si no culminaran con la imponente vulgaridad del pasaje que supuestamente describe, en los términos sensacionales y melodramáticos de las novelistas que solía escribir la autora, la noche de bodas de Chesterton. Se supone que el escritor hizo la confidencia a su hermano, y sólo puede decirse que, en ese caso, confió en quien no lo merecía. La esposa de Cecil Chesterton puede estimar que ese pasaje de su libro liquida de una buena vez a Frances Chesterton; si a alguien destruye por completo es al autor dispuesto a publicarlo.

Hay que admitir que no sólo sus enemigos sufren con la falta de gusto de la esposa de Cecil Chesterton. Su propia luna de miel es descripta en estos términos:

“Para hacer honor a la ocasión, me puse un vestido verde y dorado: una combinación que Cecil prefería. Yo ya estaba lista cuando él emergió de su dormitorio, asombrosamente bien arreglado. Me miró desde la puerta y su rostro se iluminó, casi en éxtasis, como si hubiese tenido una visión: ‘Pues mío es el reino, el poder y la gloria, amada’, dijo suavemente, y me maravilló la devoción que había en sus ojos”.

Uno evoca, una y otra vez, una canción llamada “Viudas literarias”, de una de las primeras revistas musicales de Farjeon, cuyo refrán era más o menos:

“Arroja una palada de polvo sobre el ataúd del viejo,

Luego toma la pluma y lánzate a escribir.”

Uno se queda confrontando estas memorias indiscretas, expansivas, mal escritas, con el silencio de Frances Chesterton, la esposa del hermano más importante, que será recordada en la poesía de su marido mucho después que estas anécdotas rencorosas estén olvidadas.

With leaves below and leaves above,

And groping under tree and tree,

I found the home of my true love

Who is a wandering home for me.

Con hojas debajo y hojas encima,

A tientas bajo árboles y árboles,

Hallé el hogar de mi verdadero amor

Que es un hogar errabundo para mí.

Este retrato está incluido en Ensayos, de Graham Greene.

(Editorial Sur.)

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