CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

A las cinco de la tarde

 Por Juan Sasturain

Como en el poema de Lorca a la muerte de su amigo el torero Ignacio Sánchez Mejías, el desencuentro, la cita fatal, la encrucijada puntual fue a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde. De no creer. ¿Quién iba a suponer o calcular hace un par de meses que los eventos –palabra tan detestable como predio– coincidirían de tal modo, calzarían tan perversamente en el calendario? Si uno lo piensa en términos estadísticos o de probabilidades, el riesgo de coincidencia era mínimo: Boca-River oficial se juega una sola vez en la primera parte del año, un domingo, habitualmente en segundo horario de la tarde; la Feria del Libro organiza centenares de eventos pero sólo en un par de ellos me toca participar, y en un noventa por ciento se desarrollan, cuando me toca, a partir de las seis de la tarde, más o menos. Sin embargo:

Como indica la Ley de Murphy, ya que podía pasar, pasó lo que no debía. Tan absurdo e improbable como el choque entre satélites en el infinito espacio sideral, ayer coincidieron en mi estúpida agenda, se superpusieron en mi obligación laboral y afectiva, el partido de la Bombonera con una mesa redonda sobre literatura policial en la Feria del Libro. Y no coincidieron exactamente sino desfasados, corridos, que es casi peor. El partido empezaba a las mentirosas 15.10 que se hicieron casi y media, ante mi desesperación, mayor que la de Bassi; la mesa, junto a los insoslayables Claudia Piñeiro y Pablo De Santis, arrancaba (y arrancó) a la hora fatal inmortalizada por Federico: “A las cinco de la tarde...”

No tenía opciones y armé una estrategia de mínima coherencia. Me bañé antes del partido, me vestí para salir, preparé todo y me acomodé frente a la tele en casa. Grité el gol de Battaglia tras putear por la enésima oportunidad dilapidada por Rodrigo y no bien terminó el primer tiempo salí para Plaza Italia. Por cábala, por timidez, por cobardía, no le pedí al taxista que pusiera el partido, pero llegué a escuchar, de pasada, que a los cinco del segundo seguíamos 1-0. Después, llegué al maremágnum de la Feria y me disolví entre toda esa gente que no sé qué hacía ahí, pudiendo estar en otro lado o atendiendo a otra cosa. El pudor y el miedo me impedían preguntar. A un adolescente de camiseta bostera con auriculares al que su familia había arrastrado a Palermo a ver libros me atreví a consultarlo. Seguíamos 1-0 al cuarto de hora. Y ahí empezó la mesa.

Mientras hablábamos de Chandler y Conan Doyle, de Las viudas de los jueves y de El enigma de París, ante un auditorio atento en el que no entreví ni un solo joven o veterano con auriculares clandestinos, yo sufría –disimulando muy bien– mi abstinencia de información futbolera; estaba atento a un rumor, un estallido sordo, un grito ahogado que no se produjo nunca. Hacia las cinco y media, mientras Máximo Soto, el mesurado coordinador de la mesa, preguntaba sobre puntos de partida de las historias criminales de cada uno, miré de soslayo el reloj: ya está, pensé. Terminó. Y ni un solo ruidito, ni en el amplio salón ni en la Feria. ¿Empate?

Reconozco que tuve miedo. Salí y no pregunté. Semblanteaba a la gente, buscaba un gesto, un comentario. Ni siquiera tomé un taxi sino que me subí al subte rumbo a Catedral. No vi hinchas de River celebrando en los trenes que iban rumbo a Congreso, pero tampoco ningún eufórico auriazul por la misma vía. En la tele comercial del subte estaba el insoportable marciano marketinero de camisa y corbata y sólo eso, más el perverso referéndum separatista de los ricos y claritos contra Evo. Me sentí una basura al desear otra información más frívola y menos perturbadora. Al bajar en Catedral tuve un dato mínimo: una pareja de la mano y sonriente. Y él tenía la camiseta en Boca en la mano. Pero no pregunté. ¿Por qué se la había sacado? ¿Por qué?

Eran las siete pasadas cuando llegué a casa y sin saber. Dejé los libros, tardé en llegar al escritorio. Primero le di un beso a Lili, mi mujer y después le pregunté: ¿Y, cómo salimos?, dije en primera persona del plural. Ganó Boca, dijo ella. ¿Cuánto?, dije yo. Uno a cero.

Y recién ahí suspiré. Me senté acá, me puse a escribir. Y después nos preguntan cómo conviven literatura y fútbol. Así, exactamente así.

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