CONTRATAPA

Homo Klaatu

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Desde que hay tantos canales de televisión y control remoto, el azar se ha vuelto mucho más palpable. El azar en la punta de los dedos y hace mucho tiempo que Rodríguez no la veía pero ahí está y ahí sea queda. Doble función continuada, como en los barriales cines de su infancia, en el Syfy Channel. El clásico de 1951 y (suele ocurrir, cada vez más seguido) su completa y total y absolutamente innecesario remake de 2008: The Day the Earth Stood Still o El día que paralizaron la Tierra. ¿Quiénes la paralizaron? La paralizaron el extraterrestre Klaatu y su robot Gort. Ya se acuerdan, nunca lo olvidaron: las palabras mágicas “Klaatu barada nikto” (que más de uno utilizará como safe words a la hora del S&M). Y aquí viene –luego de los fundantes marcianos engripados de H. G. Wells y en el contexto de tanto alien conspiranoide en la Guerra Fría suplantando a tus padres o replicándote si te quedas dormidos– el primero de los grandes viajeros estelares mesiánicos y sacrificados y existencialistas. Klaatu, al que seguirían Starman y Ziggy Stardust, Rantés y K-Pax, el caído a la Tierra Jerome Newton y el último Superman llegado de Kripton, E.T. y esos que se llevaron a un muy dispuesto a dejarse llevar Roy Neary quien, en Encuentros cercanos del tercer tipo, no veía la hora de largar a mujer e hijos con coartada perfecta. Y Klaatu traía un mensaje: como los terráqueos habían alcanzado un desarrollo tecnológico que les permitía autodestruirse, entonces lo mejor era que fuesen destruidos antes de que causasen más problemas a nivel cósmico. “Desde el espacio exterior… ¡Una advertencia y un ultimátum!”, se leía en el póster original de The Day the Earth Stood Still…

DOS …y esa misma mañana de ese día tan paralizante como todos los suyos, en el fragor de una tertulia política, Rodríguez había oído a alguien decir –con marcial dicción Klaatu– que “el daño que se puede hacer a sí mismo un partido político es muy superior al que le puede hacer cualquiera de la oposición”. Y se refería, claro, a la tan turbulenta como paralizada situación que vivía el PSOE (o, para Rodríguez, el Psé) con un secretario general, Pedro Sánchez, sitiado por los suyos cansados de sucesivas e históricas y para él triunfales derrotas electorales. Más películas: ApocaliPSOE Now y Un día y tarde y noche en el PSOE. “¡Golpe de régimen! ¡Fraude democrático!”, aullaron los cada vez más lunáticos que selenitas de Podemos, también metidos en sus propias star wars internas y obviando el hecho de que no apoyaron a Sánchez en su investidura. Y Sánchez negándose a irse porque fue “por primera vez elegido por el voto directo de la militancia” y todo eso. Y porque seguía diciendo “no es no” a que por fin Rajoy fuese investido y se desparalice a España cortesía de la paradoja de aprobar (absteniéndose) para pasar a la oposición. Y así Sánchez continuaba proponiendo comités y congresos y buscando un hasta ahora inhallable “gobierno alternativo transversal” junto a otras fuerzas. A agrupaciones que rompían pactos de gobierno con el PSOE o le pedían mucho (cosas como referéndums independentistas) y a las que no ofrecía nada. Y Sánchez no parecía preocuparse por lo que preocupa a sus compañeros y compañeras: caer aún más y ya ni siquiera ser “determinantes” luego de unas cada vez más cercanas terceras elecciones con un Rajoy que no deja de subir por inercia propia y entropía de los demás. Y el tiburón feroz Felipe González dijo sentirse “engañado” por el delfín Sánchez. Y la orca sonriente Susana Díaz –experta en el arte de la autocrítica de los demás– declaró que “donde quieran que sea útil, en la cabeza o en la cola, allí estaré” para “coser el partido”, seguro, hilando muy fino. Y la idea de los “barones” del PSOE (y a Rodríguez siempre le intrigó un poco el uso de títulos aristocráticos en el socialismo) fue la de eyectar al flotante e ingrávido cadáver político de Sánchez. Y teletrasportarlo a una galaxia lejana. Y que su sitio lo asumiera una gestora. Y así todos –en comité federal que se imagina como ese bunker al final de Dr. Strangelove– se arrojaron por la cabeza estatutos y artículos y leyes y cláusulas y garantías éticas y mociones de censura mientras en la calle aullaban los extras indispensables para todo film con invasores e invadidos. Y Sánchez –con ese look un poco como el de los anteriores Klaatus Michael Rennie y Keanu Reeves, con ese aire muy de vendedor de Hugo Voss– queriéndose como una especie de enviado celestial al que sólo le quedaba el mítico martirologio. O –como el abandonado Matt Damon en The Martian– el milagro interdimensional de ser rescatado por los votantes que no piensan políticamente sino ideológicamente. “Este chico no vale, pero nos vale”, dicen que dijo Díaz. Y les valía para frenar al entonces favorito, Eduardo Madina, a quien imaginaban tan incontrolable para y por ellos. Y no lo imaginaron a Sánchez tan megalómano o último romántico o, incluso, socialista. O con tantas ganas de no entender que –a la hora de la verdad, del cielo al suelo, dimitido con fiebre de sábado por la noche, abandonando la casa como en Gran Hermano– lo único que aquí importa es mantener la armónica alternancia bipartidista yin-yang y hoy por ti mañana por mí…

TRES …porque la Izquierda cree en lo que podría ser y la Derecha cree en lo que es y siempre fue. La Izquierda no sabe qué va a pasar y la Derecha está segura de lo que ya pasó. La Izquierda es literatura de anticipación utópica y la Derecha tradicional novela histórica. Y por primera vez en mucho tiempo fuera de cámara, un feliz Mariano Rajoy en funciones y apoltronado y fumándose un puro y viéndolo todo por la tele durante el entretiempo de los partidos de la Champions y de la Liga. Y así, cuando días atrás le preguntaron qué pensaba de Sánchez, Rajoy respondió: “¿Han cenado alguna vez ustedes con un marciano?” Y, sí, la de ellos fue la incomunicación total: nada de la vieja política entre rivales pero coleguitas. De pronto, los supuestos aires nuevos en los que el PSOE estaba obligado (o no) a dar un poco más la talla mientras Podemos le iba robando votantes de a miles con cada elección frustrada y frustrante. De ahí que Sánchez –acorralado por ajenos y por propios– se soñara como action-figure genial que resolvería el problema de los tres cuerpos y se proyectaría hacia un armónico mañana rebosante de rosas, larga vida y prosperidad spockiana. ¿Y aquí y ahora qué? ¿Reblandecidos o a endurecerse? ¿Investir o embestir? ¿Será capaz el desgarrado PSOE de remendarse o Sánchez de bordarse en próximo congreso para candidatearse a su propio remake?

Ahí fuera, suspendido y desorbitado, no te pueden oír cantar ni gritar ni –mucho menos– suspirar. Y suspirar –principal actividad de Rodríguez, perdido en el espacio– es un desperdicio de oxígeno.

Para bien o para mal –y luego de esa decepción maya del 2012 en la que volvió a no pasar nada– los “expertos” ya anuncian nuevas noticias del fin del mundo y fechas para próximos armageddones en los que perder el juicio final: entre el 21 de agosto y el 23 de septiembre de 2017 habrá eclipse solar y alineación de planetas y se acabará lo que se daba, truenan. Otros, más prudentes, predicen que el último acto será largo y se extenderá hasta el 2024 con siete años de catástrofes surtidas y efectos especiales hasta apagar la última luz.

Pero Rodríguez no se hace ilusiones. No va a pasar nada porque todo está paralizado. Hasta el fin del mundo.

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