CONTRATAPA

Las astas por el toro

 Por Rodrigo Fresán

UNO Aquí estamos otra vez y, sí, es esa época del año –los sanfermines– donde los alegres hombres y mujeres corren durante siete mañanas delante de los toros y ayer un bravo mihura, me pareció, hizo volar por los aires a un tan audaz como tonto hombre de negocios norteamericano de 69 años dispuesto a pasar unas vacaciones inolvidables. Lo consiguió, por supuesto. Habiendo sucumbido al Síndrome de Hemingway en Pamplona –del mismo modo en que otros se contagian del Síndrome de Stendhal en Florencia y la emprenden a martillazos con un mármol de Miguel Angel o quien sea– el tipo, muy parecido a Papa Hem, ahora luce bonita y anecdótica cicatriz para mostrarles a sus compatriotas jubilados en las barbacoas de Miami mientras ahí nomás, cerca, Mickey Mouse se prepara para un próximo ataque bacteriológico.

DOS En cualquier caso, el ritual vasco de –por una vez al año– convertir al toro en una especie de torero y que sea lo que Dios quiera, puede ser leído como una especie de semana franca o de revancha parcial donde se invierten los términos de la ecuación y el resultado resulta completamente distinto. Ahí están los toros resbalando en el empedrado con cara de “pero qué cuernos pasó aquí” y las personas vestidas de blanco y boina y pañuelito rojo al cuello protagonizando y gozando –esto es lo más importante– de una momentánea quiebra de la lógica narrativa, una súbita alteración de la historia, un inesperado y mutante desvío de la trama.

TRES Y será idea mía o cada vez pasa pasa más seguido esto del cambio de polaridades de los factores participantes en lo que –a falta de una palabra mejor– hemos dado en llamar realidad. Así, ya saben, el Vaticano asegura que el Papa goza de perfecta salud mientras hombres de largas sotanas se entregan al curioso hobby de acariciar niños. Semanas atrás una mujer guardabosques despechada quemó una carta de su marido y, ¡ups!, ese pequeño papel encendido acabó provocando el peor incendio en la historia de Colorado. Hace un par de días fui a la Cumbre Internacional del Sida: allí se anunciaba la próxima salida a la venta de un casi milagroso medicamento y la nueva fue recibida por los antiglobalizadores Act Up! con protestas y boicot al stand de Roche que, claro, va a cobrarlo un poquitito caro. Antes, aviones americanos bombardeaban con puntería y eficacia una linda boda afgana y después alguien explicaba que “es muy difícil controlar un armamento tan poderoso”. Y hoy –aquí y ahora– me despierto y descubro sin previo aviso que hubo una crisis en el gobierno de Aznar, que unos cuantos de mis ministros favoritos volaron por los aires. Adiós a la de Salud con sus consejos gastronómicos para combatir el Mal de las Vacas Locas; adiós a la de Ciencia y Tecnología siempre con ese aire de estar copiándose en un examen Física y Química; adiós al de Trabajo quien la semana pasada se jugó cantando un tango en la tele con voz finita y argentina y adiós, adiós... Y así son las cosas en el mundo hoy: los guardabosques incendian, los sacerdotes pecan, los remedios son tan caros como las enfermedades, las crisis ocurren recién cuando han sido “solucionadas”, y los toros salen a meterle los cuernos a gente que corre riendo y de qué se ríen, se preguntan los toros. La ilusión dura poco: los prelados vuelven a ser santos, las enfermedades incurables, los guardabosques heroicos y muy pronto estos mismos toros se enfrentarán a un tipo adentro de un traje de luces. Y todo volverá a ser parte de aquello que –a falta de una definición mejor– conocemos como la realidad.

CUATRO Nada de esto conmueve demasiado a los argentinos, claro; porque nosotros nacimos, vivimos y moriremos en una situación permanente de zozobra donde en el acontecer permanente de desgracias nada cambia ni sorprende y la tormenta se ve venir, siempre, desde muy lejos. Nuestros intentos por unirnos al des/concierto de las naciones son bastante tristes y pasan por intentar creernos el glamour palermitano del trueque y la metamorfosis permanente (los restaurantes que se convierten en boutiques; las estaciones de servicio que pronto funcionarán como colonia de vacaciones o algo así y ¿recuerdan cuando los médicos se convertían en taxistas?). Lo más gracioso y triste de todo es comparar “la mayor crisis de gobierno desde la llegada del PP” con nuestro –Duhalde dixit– “derrumbe épico”: el jefe de gobierno español cambia piezas por fatiga de materiales y refrescar un poco los dos años que le quedan en el ruedo luego de una huelga general y otros síntomas más o menos preocupantes; el “prescindente” argentino sólo puede permitirse pensar en lapsos de 48 horas máx. porque más allá queda el Más Allá. Para los políticos españoles una crisis es cambiar ministros, mientras que para nosotros practicar el trueque de presidentes ya es rutina.
Al final, en el resto del mundo, todo lo aparentemente raro se vuelve común –como el pasado Mundial que arrancó freak para terminar clásico con un Alemania-Brasil– para así poder seguir manejando y disfrutando del ocasional concepto de raro, de fuera de lo común, de bizarro. Aquí hace tanto que no ocurre algo así. Aquí nos la pasamos todo el año corriendo delante de los toros, soñando con algún pequeño y contado y único día de gloria en que, con brilloso trajecito ajustado y coleta matadora, dejaremos de correr por las calles, esquivando cornadas, tomando las astas por el toro en lugar del toro por las astas, y aullando esa rara canción de moda que habla del “gran pueblo argentino, salud”.

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