CONTRATAPA

¿Qué hacía usted a los 36 grados?

 Por Enrique Medina

Apenas hay un hombre nadando, los demás sólo están metidos en el agua; charlan obviedades y de tanto en tanto flexionan las rodillas para hundirse y sacar la cabeza chorreando. Algunos chicos se atreven a jugar bajo el sol; corren alrededor de la piscina y se zambullen de cabeza o se tiran de un salto recogiendo las piernas. Bajo una sombrilla desde la que campanean a sus respectivas familias, Toledo y Galván beben cerveza fría y transpiran correctamente, pero sin la mínima elegancia. Groseras, sin ninguna duda, las gotas de sudor se deslizan desde la cabeza hasta la panza. El locutor de la radio avisa que la temperatura ha llegado a los 36 grados, pero escandaliza y sanatea con la mentirosa sensación térmica. Metiéndose la mano en la malla, Toledo eructa y dice:

–Perdón... Che, se me pegan los huevos... ¿A vos, no?...

Dejando de leer el proyecto que le ha dado Toledo para que se lo evalúe, Galván, observando el proceder de su amigo, le responde:

–¿No te es más fácil quitarte el pantaloncito y sacudir las bolas frente al ventilador?...

–... Mirá vos, no se me había ocurrido...

Y amaga levantarse para cumplir lo dicho, pero no es más que una broma, así que agrega:

–Ves, por eso quiero que le eches una leída, porque sos más inteligente que yo...

–Al menos no me rasco las bolas delante de la gente...

–Dale, ¿a quién le importa?... La verdad es que ya deberían existir las piletas francas, ¿no te parece?... Habría que avisarle a la Moria para que se ponga en campaña...

Galván no responde porque el diálogo es irrelevante, sigue leyendo. Toledo sirve los dos vasos y la botella se vacía. Le hace señas al mozo para que traiga otra, y bebe. En el lapso en que el mozo trae el pedido y Toledo pasa revista a todas las mujeres del club, sin perdonar edad para arriba o para abajo, Galván termina su lectura y devuelve la carpeta. Hay un silencio que para Toledo es imbancable:

–¿Y?... ¿No te gustó?...

Galván adopta una postura de pensador tolerante que no encuentra la palabra:

–... No es que no me gustó... ¿Cómo decirte...?

–¡Diciéndolo!, dale che... ¡Es un proyecto fenómeno, no me jodas! Lo que pasa es que sos un sentimental... El proyecto es re-realista, es re-repráctico, todo el mundo sale ganando, incluso salen ganando los pichichos abandonados...

–¿Qué salen ganando?...

–¿Cómo qué?... Salen ganando que no sufren más, pobrecitos. La eutanasia tiene sus beneficios. Primero se reglamenta el largo de las correas, sólo 50 centímetros para que el animalito vaya pegado al amo y no jodan a los humanos, y anulamos, se prohíbe la correa extensora por ignorancia de la gente que no sabe que es para usarla en las plazas. El asunto es imponer la disciplina necesaria, ni más ni menos. Y se termina con los arrastraperros dictadores de veredas. Tendrán que llevar a la jauría dentro de un vehículo para que la gente pueda caminar decentemente por las calles. Todo pichicho suelto será secuestrado por personal al efecto y enviado al depósito para su posterior análisis, y de inmediato al frigorífico. Solucionamos el problema de la falta de carne y evitamos la sorpresa de pisar mierda de perro y el temor de que se nos venga encima el malón perruno cuando estamos paseando. A todo pichicho que se lo encuentre sin bozal y adornando la vereda, ¡ipso facto se lo secuestra y punto! Y vas a ver cómo todos cumplen la ley y nadie saca a pasear el pichicho fuera de horario. ¡Hasta un tapón en el culo deberían llevar! A mí, ponerles horario me parece ¡fun-da-men-tal! De 12 de la noche a 6 de la matina me parece un horario posta. ¿No te parece?... No, no te parece... Ya veo, sos un sentimental impráctico, vos no visualizás el futuro. ¿No te das cuenta de que cada vez hay más perros que humanos?, viejo. Es una avanzada oriental mi proyecto. La cultura china se viene con todo. Pregunto: ¿si se puede comer vaca, caballo, chancho, oveja, por qué no perro?... ¿O tienen coronita?... ¿O no son todos animales? El proyecto es bueno, creéme. ¿O es mejor proclamar un feriado en homenaje al salamín, eh?

Con parsimonia, como si estuviera contracturado, Galván sirve los vasos y, de improviso, se estremece:

–¡La puta, me apreté un huevo!

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