ECONOMíA › LA FISCALIZACION CAMBIARIA Y EL BLANQUEO NO ALCANZAN A LOS MAYORES RESPONSABLES DE LA FUGA DE CAPITALES

Concentrados, evasores y fugitivos

La baja de la evasión impositiva en los últimos años no fue pareja para todos. La persistente fuga de capitales revela una conducta empresaria que no se detiene ni en épocas de crecimiento. El problema excede, por dimensión, al de la deuda externa.

 Por Raúl Dellatorre

Los niveles de recaudación impositiva han seguido, en los últimos años, una evolución a tasas por encima del crecimiento y la inflación, lo que estaría revelando una reducción de la evasión en términos reales. Sin embargo, otros indicadores evidenciarían que esta buena conducta fiscal no es generalizada. La fuga de capitales, que ha sido una constante a lo largo de los últimos treinta y cinco años en la economía argentina, no se detuvo ni siquiera en los últimos seis años de fuerte recuperación de la actividad. Esta otra forma de evasión (ilegal) o elusión (eludir compromisos mediante argucias legales) suele ser más propia de los grandes capitales y, en particular, de empresas extranjeras, que de comerciantes o de pequeñas unidades económicas en general. No es un dato menor, a la hora de explicar la persistencia de la fuga, el profundo proceso de desnacionalización de la economía acontecido a lo largo de las últimas décadas. Pero quizás lo más preocupante sean las implicancias de este proceso: una economía sometida a una constante fuga de divisas no sólo pierde capacidad de consolidarse sino que además limita severamente “el ejercicio del poder estatal”.

La última frase encomillada pertenece a Jorge Gaggero, economista e investigador en el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de Argentina (Cefid.ar), que en un reciente trabajo reseña el proceso de fuga de capitales a lo largo de las últimas tres décadas y media. En 1974 el “stock fugado” (capitales emigrados de la Argentina) ascendía a 3800 millones de dólares, equivalentes al 50 por ciento de la deuda externa de ese momento. En 1982 ya ascendían a 34 mil millones (75 por ciento de la deuda); en 1989, a 53 mil millones (80 por ciento); y a fines de 2001, a 138 mil millones (98 por ciento de la deuda). Es decir, no sólo por su evolución sino también por su volumen, la fuga de capitales se transformó en un problema de mayor dimensión que la deuda externa.

Pero esas fechas de referencia reflejan momentos de fuerte inestabilidad política (muerte de Perón la primera, crisis de la deuda de Latinoamérica y guerra de Malvinas la siguiente, primera hiperinflación argentina y derrumbe de la convertibilidad, las dos últimas), que se supone que “invitan” a sacar los capitales del país. Sin embargo, recuperado el sendero de crecimiento y la normalización institucional, a partir de 2003, el proceso no se detuvo: en 2006 los capitales fugados se estimaban en 175 mil millones, y tan sólo entre mediados de 2007 y julio de 2009 se habían sumado otros 43 mil millones a los capitales emigrados, superando largamente, casi en un 50 por ciento, el volumen de la deuda externa.

Fueron años de fuertes ganancias empresarias, crecimiento sin antecedentes de las exportaciones, pero también de consolidación de un proceso de concentración económica, sobre todo en las áreas más rentables de la economía. En no pocos casos, esta concentración se dio en favor de empresas extranjeras. Sobre la incidencia de esta situación sobre la fuga de capitales va un solo dato: en 2005, uno de los años de mayor nivel de ganancias empresariales, del total de utilidades obtenidas por empresas extranjeras en el país, sólo el 16 por ciento se reinvirtió y el 84 por ciento restante se remitió al exterior. Se trata de 600 millones de dólares que salieron del país por vías legales. Pero no fueron los únicos.

Existen otras formas de evasión y fuga que, no tan legales ni explícitas, también suelen ser práctica habitual de grandes empresas. Un ejemplo: una de las principales exportadoras del país registra las ventas al exterior con Uruguay como destino, y hace figurar a su filial en ese país como el importador al que le vende. El importante volumen de la transacción, obviamente, no tiene como destino final Uruguay, sino que se reexporta. Lo paradójico es que, al final del ejercicio, la exportadora argentina declara pérdidas y la filial uruguaya, importantes ganancias.

Dos factores explican el fenómeno: las tasas impositivas son mucho más bajas en Uruguay que en Argentina, y los precios a que la filial argentina le vende a su hermana uruguaya no son controlados. Es decir, que son fácilmente subfacturados. El producto en dólares de las exportaciones a otros confines (Unión Europea, China, Rusia) no llegan al país (fuga de divisas) y los impuestos se pagan sobre valores declarados inferiores a los reales (evasión en Ganancias y retenciones a la exportación). Paradójicamente, cuanto más crecen las exportaciones, más tentador es el negocio. Las conductas evasivas no siempre van de la mano de la inestabilidad en los negocios.

La historia indica que la fuga de divisas no suele ir de la mano sólo de la inestabilidad en países periféricos. La corrupción y la evasión impositiva suelen ser factores aun más tentadores que aquélla. Los mecanismos utilizados hasta ahora por la AFIP por desalentar la fuga (medidas de fiscalización sobre el mercado de cambios) o revertirla (perdón fiscal mediante el blanqueo) no han arrojado resultados significativos. Quizás, valdría repasarlo, porque el torniquete no se está aplicando sobre las heridas que más sangran. No resulta muy atractivo para una gran empresa confesar sus pecados. Sobre todo, si piensa seguir cometiéndolos.

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En 1974 los capitales fugados eran el 50 por ciento de la deuda. A fines de 2001 la habían igualado. Hoy la superan en casi 50 por ciento.
Imagen: Alejandro Elias
 
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