ECONOMíA › OPINION

El Fondo ataca de nuevo

 Por Raúl Dellatorre

Cuatro días después de que culminara la reunión de ministros del Grupo de los 20 en París, el Fondo Monetario Internacional emitió, el miércoles último, una controvertida propuesta en la que instaba a los países miembros de aquel nucleamiento a apoyar la caída del valor del dólar frente a las otras monedas. Así, sugería la nota, se aceleraría la recuperación económica mundial por el impulso que recibiría la economía estadounidense. Lo que no dice la nota del organismo que encabeza Dominique Strauss-Kahn es qué costo pagarían los países emergentes por revaluar sus monedas y abaratar así las importaciones en dólares, una medida claramente perjudicial para su producción local.

La nota del FMI sorprendió por la oportunidad en que fue distribuida –con destino a cada uno de los ministros que participaron en la reunión del G-20–, pero no por su contenido. En definitiva, el criterio defendido es la continuidad de la fracasada intentona de ponerles techo a los precios de las materias primas, que el gobierno de Nicolas Sarkozy llevó al encuentro del pasado fin de semana pero que no pudo hacer pasar. Ponerles precios máximos a los commodities agrícolas significaba sacrificar precio para los países exportadores en beneficio de sus compradores. Es decir, la Unión Europea y sus asociados asiáticos y africanos se iban a ver beneficiados por pagarles menos a los países sudamericanos y oceánicos que les venden los granos. Eso sí, decían hacerlo “en beneficio de los hambrientos del mundo”.

Como no resultó, cuatro días después el Fondo volvió a la carga, pero por vía del manejo de la paridad cambiaria. Pero en este caso, aparecía un beneficiario directo, Estados Unidos, y un socio que recibiría un beneficio indirecto, la Unión Europea. Si los países de América latina, por ejemplo, accedieran a que sus monedas se revalúen para que el dólar convierta a la economía estadounidense en “más competitiva”, el resultado sería que los productos de Estados Unidos tendrían más facilidad en ingresar a los mercados domésticos de nuestros países, ya que al ser más “baratos” (porque el dólar sería más barato) desplazarían a la producción local. A los exportadores latinoamericanos se les tendría reservado el impacto inverso: más dificultades para entrar en países del “área dólar” porque sus productos se encarecerían respecto de los locales en esos mercados.

¿Los países de la zona euro convalidarían esta propuesta de “uno de los suyos”, el francés Strauss-Kahn? El documento que envió a los ministros del G-20 expresa sin vueltas que, según los cálculos de los economistas del FMI, así como “la tasa de cambio del dólar está sobrevaluada”, la del euro y el yen son “globalmente coherentes” con los parámetros económicos (“fundamentals”), mientras que varias monedas de países emergentes se encuentran “subvaluadas”. Más claro: a estas últimas está orientado el ataque. Con lo cual, las economías europeas resultarían ser las beneficiarias secundarias de la ingeniosa propuesta del Fondo, en su intercambio con los países emergentes (latinoamericanos y asiáticos), ya que al euro y al yen no se les pediría la revaluación que sí se reclama a las monedas de los emergentes.

La propuesta del FMI no sólo evidencia el riesgo latente de un ataque sobre las monedas latinoamericanas, sino que además echa luz sobre el criterio dominante en los organismos internacionales en cuanto a cuál es el camino de salida de la crisis: la transferencia de ingresos en favor de los países centrales. Cuando el mecanismo de transferencia era la deuda externa, con intereses que no permitían jamás saldar la deuda y encima con planes económicos condicionados a cumplir prioritariamente con el acreedor, no hacían falta más argumentaciones adicionales. Más atrás en el tiempo, la forma de apropiación de ingresos por los poderosos eran los términos de intercambio: los países centrales les vendían a los periféricos productos manufacturados que se encarecían constantemente, mientras que la periferia producía materias primas que les vendía a los países centrales sin ningún valor agregado (trabajo) y a precios estancados o en retroceso frente a los industriales.

Por diversos factores, pre y post crisis, la ecuación cambió. Ni las materias primas agrícolas son ya tan baratas ni estables, ni la deuda resulta ser ya la gallina de los huevos de oro de la que se aprovecharon y abusaron los acreedores. Tampoco son éstos los tiempos más florecientes para el dólar. Con su propia política monetaria, la que ejecuta a través de la Reserva Federal (la “FED”), a Estados Unidos ya no le alcanza para manejar las finanzas mundiales ni obligar al resto del mundo a pagar los platos rotos de su propia crisis.

Veamos un ejemplo, el último de una operación varias veces repetida en la administración Bush y en la actual de Obama. Para apagar el incendio que se devora a su sistema bancario, la FED resuelve “estimular” a las entidades en crisis volcando gruesas sumas de efectivo que sacan a flote sus balances en bancarrota. Inunda de dólares la plaza (la última emisión con este fin fue por 600 mil millones de dólares), pero los bancos no los retienen en el mercado local sino que los orientan a la especulación en los mercados internacionales (financieros, de materias primas, bursátiles, etc.).

Al volcarse sobre las economías del resto del mundo, el impacto de depreciación de la moneda que tendría si se mantuviera dentro de las fronteras estadounidenses, se pierde. Pero los países del resto del mundo, que reciben la oleada de dólares especulativos, toma recaudos para no verse sumergido en una nueva burbuja: impone controles a la entrada y salida y levanta una barrera de defensa de sus propias monedas, que se revaluarían si a la abundancia de dólares (sin fines productivos) se la dejara ingresar libremente. Los fondos así librados por la FED quedan girando en los mercados especulativos, inflan los precios de materias primas y derivados, salvan a los bancos estadounidenses pero no estimulan a su economía real.

El mecanismo corrector que propone el Fondo es que los países que han logrado salir indemnes o poco golpeados de la más reciente crisis (Argentina, China, Brasil y otros emergentes) hagan la vista gorda y dejen que el dólar haga de las suyas, permitiendo que sus respectivas monedas se revalúen (un dólar a 3,20 pesos sería “un buen aporte” de Argentina a ese propósito, por ejemplo).

Proviniendo del FMI, nada para sorprenderse: es la receta del ajuste por otros medios. Lo que cambia es el contexto. Hoy hay una necesidad y urgencia de las economías centrales de pasarles la factura a los emergentes. Y si esta nueva propuesta falla, vendrán otras. Habrá que estar atentos.

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Imagen: AFP
 

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