ECONOMíA

Enfermedad holandesa

 Por Alfredo Zaiat

La “enfermedad holandesa” fue mencionada en las Jornadas Monetarias y Bancarias realizadas en el Banco Central, notable espacio de interpelación al pensamiento convencional teniendo en cuenta que la entidad monetaria ha sido por décadas un reducto de la ortodoxia más fanática. Esa referencia es importante porque define el tipo de diagnóstico sobre la economía y, por lo tanto, la estrategia a implementar para contrarrestarla. La presidenta del Central, Mercedes Marcó del Pont, afirmó en su discurso de apertura el jueves a la mañana que “está la necesidad de salir de la trampa que genera la enfermedad holandesa. Porque es mucho más difícil para los países en desarrollo avanzar en la industrialización en momentos, en una fase de la economía mundial de fuerte alza en los términos de intercambio”. Abordar ese fenómeno económico implica debatir sobre el nivel de la paridad cambiaria, las tensiones inflacionarias, el tipo de crecimiento y la dinámica del empleo y distribución de la riqueza. Es relevante que se haya abierto ese debate en el ámbito del Banco Central, institución que las corrientes conservadoras le asignan el exclusivo papel de preservar el valor de la moneda, que es importante pero no único como objetivos de la autoridad monetaria. Marcó del Pont lo explicitó al afirmar que su tarea en el BC es “reconciliar la problemática monetaria y financiera con lo que ocurre en la esfera de la acumulación y la distribución de la riqueza”.

El concepto económico “enfermedad holandesa” surge en la década del 60 cuando los ingresos de los Países Bajos aumentaron repentina y considerablemente a partir del descubrimiento de grandes yacimientos de gas natural cerca del Mar del Norte. La explotación de esas riquezas provocó un fuerte incremento de las exportaciones de esa materia prima, con la consiguiente entrada de divisas en cantidad. Ese flujo positivo derivó en que el florín, moneda holandesa, se fortaleciera en relación a otras divisas. Esa apreciación del tipo de cambio puso en riesgo la competitividad externa del resto de la producción de bienes y servicios que exportaba ese país. Esto derivó además en que la importación resultaba más conveniente para los agentes económicos. Sin una intervención activa para contarrestarla, los efectos hubieran sido la caída del nivel de actividad interna y pérdida de empleos. Se ha denominado entonces “enfermedad holandesa” el impacto adverso que sufren diversos sectores de una economía como resultado de la apreciación de la moneda.

La revaluación de la paridad cambiaria provoca el deterioro de la competitividad internacional, que puede precipitarse por el descubrimiento de recursos naturales, como el caso holandés, o por un fuerte aumento de la cotización en el mercado mundial de las materias primas. También se puede verificar por el ingreso masivo de capitales financieros de corto plazo, como el que está registrando Brasil. Aldo Ferrer explica que “esa apreciación, a su vez, aumenta la tasa de interés en divisas de los países afectados atrayendo, en consecuencia, capitales especulativos de corto plazo y agravando la tendencia a la apreciación”. A mediano y largo plazo, la “enfermedad holandesa” desalienta el desarrollo de nuevas actividades, particularmente las de mayor valor agregado e intensivas en contenido tecnológico. El economista Roberto Frenkel reafirma esa idea al afirmar en una reciente investigación que “el impacto negativo de la apreciación cambiaria en la industria es mayormente irreversible y la pérdida de competitividad resultante de varios años de apreciación produce destrucción de capital”. Basado en estudios disponibles sobre los efectos de la “enfermedad holandesa”, pregunta: “¿Podríamos recomendar a un país de mediano desarrollo industrial aceptar pasivamente los efectos de la enfermedad holandesa, desarticular el sector industrial y apostar a que un volumen importante de empleo desplazado se reubique en los servicios y las actividades extractivas o agropecuarias? ¿Debería un gobierno acometer esa aventura, aún si sus autoridades estuvieran convencidas de que las condiciones externas favorables serán perdurables?”. Frenkel brinda su respuesta: “El principio de prudencia lo desaconseja, no solamente por la incertidumbre de los efectos de la enfermedad holandesa, sino también porque el contexto global es novedoso y apenas empezamos a entenderlo”.

En el caso argentino, la tendencia a la apreciación proviene de la mejora de los términos del intercambio por el alza de los precios internacionales de los principales productos de exportación. Esa dinámica es compensada en parte por la persistente fuga de capitales, que actúa como amortiguador, aunque no suficiente pese a la magnitud de esa obsesión por el dólar, que desde 2003 acumula unos 60 mil millones.

Por ese motivo durante ese período el Banco Central ha sido un actor relevante en la compra de dólares para mantener la paridad cambiaria. Implementando una política de tipo de cambio administrada aplica pequeños ajustes al alza. Sin esa intervención oficial, el valor del dólar en relación al peso disminuiría, contradiciendo la corriente de opinión alimentada por usinas del rumor de la city sobre una eventual devaluación fuerte luego de las elecciones.

El comportamiento del tipo de cambio en términos nominales ha transitado a contramano de lo sucedido en muchos países de la región, que han registrado apreciación de sus respectivas monedas. El argumento de la ortodoxia y también de cierta heterodoxia refiere a que Argentina también ha revaluado su moneda por el alza de los precios internos. Esa supuesta pérdida de competitividad estaría motivada por la inflación interna. En una evaluación más compleja, en especial sobre los efectos de la “enfermedad holandesa” en el sector industrial, se observa que la competitividad relativa sigue siendo positiva. En un informe del Banco Central se detalla que el tipo de cambio real deflactado por salarios, indicador aproximado para medir la competitividad en la industria, se mantiene en marzo de este año 45,7 por ciento por encima del promedio de la última mitad de la década del noventa. En relación a Brasil, uno de los principales socios comerciales, ese índice se ubica 53,2 por ciento más elevado en esa misma comparación.

Otro indicador para evaluar si la moneda se está apreciando con impacto en la industria es el comportamiento de las exportaciones sectoriales, que se mantienen en alza. También el resultado de la balanza comercial, que sigue siendo positivo, y el saldo de la cuenta corriente, que se está erosionando por fuga de capitales y remisión de utilidades de empresas extranjeras, más que por una tendencia a la apreciación de la moneda. En una región donde predomina la revaluación de monedas y con el FMI proponiendo la apreciación para enfrentar presiones inflacionarias motivadas por el alza de las materias primas, la irrupción del debate en esferas oficiales sobre los riesgos de la “enfermedad holandesa” resulta una oportuna política preventiva.

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