EL MUNDO › ESCENARIO

Santa Marta

 Por Santiago O’Donnell

La favela promueve sus encantos en dos idiomas, inglés y portugués, a través de un folleto brilloso y multicolor, el “Mapa turístico de Santa Marta”. Dos vecinas lo reparten al pie del morro vestidas de promotoras, con remeras y gorritas blancas de “Rio Top Tour”, en un puesto callejero de Botafogo. Detrás se alza el morro de Doña Marta y la favela con sus diez mil habitantes, con sus casitas de material apretadas alrededor de senderos sinuosos que trepan hasta perderse.

Hasta hace dos años Santa Marta era territorio narco, gobernado por “el poder paralelo”, como lo describe con respeto Jose Mario, 50, presidente de la Asociación de Moradores del Morro de Santa Marta, mientras sorbe una cerveza helada en un barcito frente al local de su agrupación. “Durante décadas no había luz, ni gas, ni venían los médicos. La basura era un problema complicado”, explica. “Todo había que pedírselo al poder paralelo.” Las cosas cambiaron con la llegada del programa de Policía Pacificadora, un cuerpo de seguridad creado especialmente por el estado de Río para recuperar las favelas, tropas frescas de policías jóvenes sin los viejos vicios de la policía carioca, formados y entrenados por el Pronasci, un programa federal del Ministerio de Justicia. Estos policías ya controlan más del diez por ciento de las favelas de Río, casi todas en la zona sur, la más turística. El gobernador Sergio Cabral, aliado de Lula, ya anunció que antes de fin de año la policía pacificadora llegará a Roçinha, la favela más emblemática y complicada de la ciudad. Para el 2014 todas las favelas del estado estarán pacificadas.

Los policías pacificadores no llegaron solos a Santa Marta, la primera en recibirlos. Detrás llegaron funcionarios nacionales, estatales y municipales para pavimentar, recoger basura, extender cableados, abrir guarderías y salas de primeros auxilios. Pusieron un cablecarril para que los turistas puedan apreciar la vista desde la punta del morro, que también hace cuatro paradas para que las señoras puedan subir con sus compras. El viaje es gratis. Y el año pasado Santa Marta se convirtió en la primera favela completamente cableada con conexión wi fi gratuita, un programa con equipos que sobraron de los Juegos Panamericanos de 2007.

“Cuando llegó el Estado, el poder paralelo no pudo seguir con sus negocios. Las bocas de venta de droga cerraron y tuvieron que mudar sus negocios a otra parte”, dice Mario. “Antes había que suplicar por todo, Ahora el Estado garantiza nuestros derechos y no tenemos que suplicar, porque el Estado somos nosotros.”

Detrás del Estado llegaron los empresarios, dice el líder comunitario. “Abrieron negocios porque pasamos a ser parte del mercado.” Hoy Santa Marta está lleno de verdulerías, barcitos, pequeñas despensas, cibercafés. El metro cuadrado en Santa Marta subió a más del doble este año, lo mismo que en los barrios clasemedieros de Botafogo y Laranjeiras, que rodean el morro. Detrás de los empresarios llegaron los turistas. Despliegan sus cámaras de última generación sin ningún miedo, filman adolescentes sonrientes que juegan al ping pong al aire libre en una mesa que pertenece al centro comunitario.

El Estado llegó a Santa Marta de la mano del llamado Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC). El PAC es, junto al famoso plan Bolsa Familia, el estandarte de la política social del gobierno de Lula. Es también el plan que la candidata de Lula, Dilma Rousseff, administró como jefa de Gabinete y la principal carta de presentación que usa el presidente para presentar a quien eligió como su sucesor. “Dilma es la madre de los PAC”, se cansa de repetir en cada presentación de campaña.

El PAC no ha estado exento de críticas. El Correio Brasiliense demostró, en una minuciosa investigación, que los estados más ricos y más poderosos se quedaron con una parte desproporcionada del presupuesto total y también documentó algunas obras que se prometieron pero nunca se hicieron o se hicieron con mucho retraso. En Río, también critican la elección de las favelas a ser pacificadas, siempre priorizando las más cercanas a las zonas turísticas, con la mente puesta en las Olmpíadas de 2016 y el Mundial de Fútbol de 2014, que tendrán a Río como sede. También hay quejas de algunos residentes por el encarecimiento súbito de la vida en la favela, porque es más caro alquilar y ya no es posible colgarse gratis a líneas de teléfono y electricidad.

Pero las señales de progreso son tan evidentes que no parece lógico apostar a un cambio de rumbo. Lo notable no es el apoyo casi unánime a la gestión de Lula, sino la ignorancia casi total que sus habitantes tienen de la candidata Dilma, salvo por el hecho crucial de que ella es la candidata de Lula. Santa Marta está cubierta de propaganda electoral, como el resto de la ciudad. Como en todos lados, la foto que aparece junto a la de los candidatos locales es la de Lula y no la de su candidata. Si hay algún lugar donde es fácil apreciar la luna de miel que el presidente vive con su país, ese lugar es Santa Marta. “Voto a Dilma porque Lula lo apoya”, dice Lucinda Ferreyra Pereyra, empleada doméstica de 27 años, mientras toma sol frente a su casita. “Si se pudiera votar a Lula los votos serían para él. Fue el único que hizo alguna cosa. Dilma no es conocida, pero como va detrás de Lula, me parece muy bien.”

Unos metros más abajo, en la peluquería, Edesio Angel, 56, le corta los rulos al guardia de seguridad privada Edivaldo Santos, 44. Pero la sola mención de Lula lo lleva a interrumpir su trabajo. “¡Show de bola! (¡El más grande!)” lo define. “Lula es del pueblo. El vino acá no una, muchas veces. Venía antes de que el morro fuera pacificado, antes y después de ser presidente. De Dilma poco se sabe. Pero ella es la continuidad.” Edivaldo no se quiere quedar atrás. “Lula nos dio mucho. Dilma va a continuar la corriente. No la conozco pero él es la garantía.”

¿Y Marina Silva, la candidata verde que viene en alza? “No creo mucho en ella. Puede tener buenas intenciones, pero va a ser manipulada. No va a poder hacer lo que ella quiere”, dice el peluquero. “Mejor Dilma, que va ser manipulada por Lula”, bromea el cliente.

Al pie del morro tres jóvenes agentes de la Policía Pacificadora charlan despreocupados, pistolas a la vista, pero bien guardadas en el cinturón. Dicen que el barrio está muy tranquilo, que al principio hubo problemas pero ya no. Cuando se unieron a la fuerza, Río estaba en guerra con los narcos, eligieron un oficio más que peligroso. ¿Por qué lo hicieron? Los agentes se miran, sonríen. “No sé, tal vez por la vocación de servir”, contesta uno.

“El programa de turismo Rio Tour es un proyecto gratuito que entrena a los moradores como monitores locales de turismo y emprendedores en esta actividad”, dice el folleto de pobreza chic. Ahora que hay seguridad, servicios, empresas y turismo, la favela es parte de la ciudad. Por eso Santa Marta tampoco es una isla en cuanto a las preferencias políticas de sus residentes. Aquí en Río, donde la popularidad de Lula supera el 80 por ciento, se espera otro cómodo triunfo del oficialismo en las elecciones de hoy. A pocas cuadras, José Leopoldinho, portero, aportaba una razón de peso para apoyar la candidata del presidente, la misma que ha convencido a amplios sectores de la clase media en esta ciudad y todo el país: “Con Lula hay más platita en el bolsillo”. Cuando se le pregunta por quién va a votar, repite el mismo latiguillo escuchado una y otra vez en el morro. “Dilma da continuidad. No la conozco mucho, pero Lula cree en ella.”

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Imagen: Télam
 
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