Viernes, 23 de septiembre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › MEIR MARGALIT, DIPUTADO DE LA MUNICIPALIDAD DE JERUSALEN
Analiza las contradicciones en Israel, como ser que la gente esté cansada de la ocupación pero vote a los partidos de derecha. Y reconoce la crisis que puso en una situación más que minoritaria a la izquierda de su país.
Por Eduardo Febbro
Desde Jerusalén
Hay hombres que no pierden sus convicciones ni su lucidez aunque la sociedad en la que viven y el mismo planeta estén en contra de los valores que ellos defienden o hagan oídos sordos a la voz de la historia. Meir Margalit pertenece a ese rango. A su manera jovial y comprometida, Margalit es un sobreviviente político activo en un contexto en donde la opción que defiende, la izquierda, suscita pocas expectativas. Legislador de la municipalidad de Jerusalén, secretario general del Movimiento Israelí contra la Demolición de Casas (palestinas), Icahd, Margalit es un pacifista en un país armado cuya calma y determinación fuerza muros infranqueables. Nació en la Argentina pero vive en Israel desde 1972. A los 18 años integró la sección de infantería del ejército israelí y un año más tarde resultó herido en la guerra de Yom Kippur. Desde entonces dejó las armas por una estrecha colaboración con los palestinos a fin de hacer posible la convivencia pacífica, terminar con la colonización y favorecer un contexto de entendimiento entre las dos partes. A él se le debe la fundación de la organización Peace Now. Historiador y hombre político, Margalit tiene una mirada extensa de la sociedad israelí y una lucidez forjada en la acción del presente. De origen argentino, Margalit ofrece aquí su análisis sobre el Israel de hoy, habla sobre la forma en que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, puso a Israel en un gran aprieto con su pedido de reconocimiento del Estado palestino ante la ONU, analiza las contradicciones en las que está inmersa la sociedad israelí y reconoce la crisis que puso en una situación más que minoritaria a la izquierda de su país.
Quedan muy pocos, hay que buscarlos con insistencia pero están allí, presentes, solidarios, fieles a sí mismos, dignos, activos, militantes, encauzados en el humanismo que sustenta su tradición política y comprometidos con la acción: son los hombres y mujeres que representan a la izquierda israelí, aquellos que, en un momento en que a la izquierda de Israel se la tragaba el remolino electoral, ganaron un mandato en las urnas.
–Cómo analiza hoy el pedido de reconocimiento del Estado palestino que Mahmud Abbas formaliza ante la ONU. ¿Es un error estratégico, un gesto desesperado o apenas un mero gesto simbólico que no saca ni pone nada?
–No, no, no es para nada un fracaso de Abbas. Mucho antes de que el pedido de Mahmud Abbas llegara a las Naciones Unidas los palestinos ya habían ganado. Y ganaron porque es la primera vez, desde hace mucho tiempo, que ellos marcan el rumbo geopolítico de la agenda y de la zona. Es también la primera vez que logran poner a Israel en un aprieto. Hace mucho tiempo que Israel no conoce una situación semejante. Los palestinos acorralaron a Israel, lo han obligado a explicarle al mundo por qué se niegan a reconocer un país. Los palestinos pusieron a Israel en una situación grotesca. Yo creo que, desde esta perspectiva, los palestinos han ganado. Israel se está desgastando de a poco. A pesar del veto de Estados Unidos al reconocimiento del Estado palestino, cuando hay más de 130 países que votan a favor de Palestina ello equivale a un mensaje muy claro dirigido a Israel. Se le está diciendo al país: señores, si siguen este camino ustedes dejarán de formar parte de la gran familia de países civilizados. Se trata entonces de un gran éxito de los palestinos. Hay que mirar hacia lo imposible para lograr algo posible. Lo que hoy parece imposible será posible tarde o temprano. Mahmud Abbas tuvo mucho coraje. Decirle no a los Estados Unidos como lo hizo Abbas es un acto de salubridad mental. No conozco muchos líderes en el mundo que sean capaces de decirle a los Estados Unidos “lo lamento amigo, pero no estoy de acuerdo con lo que ustedes hacen”. Estoy convencido de una cosa: si Israel sigue en este camino va a colapsar. No sé si en 20 o 30 años, pero este camino nos lleva a un precipicio. Si alguien no nos para, y digo alguien porque nosotros no tenemos ni la motivación ni el incentivo para parar, terminaremos destrozándonos en un precipicio.
–Quien parece haber cometido una falta estratégica es el primer ministro Benjamin Netanyahu. En vez de aceptar la posibilidad de un Estado palestino y acompañar la decisión imponiendo condiciones básicas para Israel, el Ejecutivo se cerró en la amenaza y la ceguera.
–Por ser tonto Netanyahu cayó en la trampa. Pero esta es la tontería propia de todos los nacionalistas. Cuando en algún momento se deja que el nacionalismo te invada se pierde un poco la sensatez. Netanyahu y el gobierno israelí la perdieron. Bajo la influencia de grupos extremadamente derechistas Netanyahu erró el cálculo: en vez de hacer un cálculo nacional hizo un cálculo electoral.
–La sociedad israelí parece tener una mirada doble que, por curiosa que parezca, revela un cambio: por un lado tiene miedo de que Israel pierda iniciativa y legitimidad y, por el otro, observa los fenómenos que se producen con una posición menos intransigente que antes.
–Es cierto que existen cambios sustanciales en la sociedad israelí. El más fundamental es que hoy, en el discurso nacional, se están diciendo cosas que hace diez años no se podían decir. Por ejemplo, hace una década la postura israelí consistía en decir: no se devuelven territorios. Hoy, en cambio, la cuestión ha mutado para convertirse en una pregunta: ¿qué porcentaje de territorios hay que devolver? Esta pregunta es muy trascendente y si la observamos bajo una mirada a largo plazo vemos enseguida que se ha producido entonces un cambio sustancial. Si antes la gente se negaba a contemplar la posibilidad de devolver territorios, hoy comprende que esos territorios hay que devolverlos y la discusión se concentra en saber en qué porcentaje. Aquí, sin embargo, se producen cosas contradictorias. Por un lado, la sociedad israelí está dispuesta a considerar la posibilidad de terminar con la ocupación. La gente está muy agobiada por la ocupación. Por el otro lado, y esto es lo paradójico, sigue votando por los partidos de derecha, mientras que la extrema derecha es cada vez más fuerte y cada vez más fundamentalista. Debo admitir que, aquí en Israel, los procesos no son blancos o negros, hay situaciones paradójicas, contradictorias. Estamos entonces ante procesos que tiran para direcciones distintas. Fíjese una cosa: nunca antes la izquierda israelí había estado tan mal en el Parlamento y, sin embargo, se nota que el discurso nacional acepta o repite lo que la izquierda viene diciendo desde hace muchos años. ¿Y qué dice la izquierda israelí?: dice que hay que acabar con la ocupación. Hoy, la mayor parte de la gente, incluido el primer ministro Benjamin Netanyahu, dice que esta ocupación tendrá que acabarse en algún momento. Encontramos entonces otra paradoja: la izquierda nunca había estado peor, y tampoco nunca antes había estado mejor.
–Acaso el surgimiento de ese frente interno que nació con los jóvenes israelíes, los “indignados”, puede modificar el peso de la balanza o esto fue sólo un fenómeno de paso.
–Creo que esto será absolutamente insignificante. no trascendental, en nada cambiará el panorama político, porque las elecciones son dentro de dos años y la memoria del israelí medio es demasiado corta. Esta gente ha sido demasiado pacífica como para que el gobierno la tome en serio. Aquí no hubo piqueteros y ni siquiera se quemó un neumático en el curso de dos meses. Ante manifestaciones de esta índole al gobierno le resulta muy fácil manipularlas y dejarlas pasar. De pronto hay algún arreglo cosmético, pero en regla general no veo que los “indignados” dejen una huella en la sociedad israelí.
–¿Cómo se puede explicar hoy el abismo en el que cayó la izquierda israelí? Ha desaparecido prácticamente como actor político, carece de credibilidad y de capacidad de movilización, es una voz ausente en el juego político nacional. Desapareció como discurso, como peso político, como mensaje y como sentido.
–Si hablamos del laborismo esto es cierto. Más que un cambio el laborismo se ha degenerado. Hoy sabemos que el laborismo nunca fue de izquierda, usaban slogans izquierdistas pero llevaban a la práctica una política capitalista y nacionalista. No se puede ser socialista y también tan sionista como lo es el laborismo. ¿Qué queda entonces de la izquierda aquí? En última instancia quedamos nosotros, el Meretz. Mi pequeño partido tiene hoy tres miembros en el Parlamento, que consta de 120 bancas. Estamos al borde de desaparecer porque fuimos leales a nuestras consignas. Era mucho más fácil tomar un camino más derechista y nacionalista y, de esa forma, ganar algunos votos más. Nosotros fuimos consecuentes y pagamos el precio. A partir del año 2000, este país se derechizó. Es más de derecha, más fundamentalista, más religioso. De pronto, la presencia de un personaje tétrico como el ministro de Relaciones Exteriores, Lieberman, me hace decir que nos hemos convertido en un país fascista. Esta es la mejor prueba de que Israel se ha degradado mucho. ¿Por qué? Pues algunos dirán que es una reacción lógica a los atentados palestinos de los años 2000, otros dirán que esto tiene que ver con complejos que vienen de la época del Holocausto, otros dirán que persisten cuestiones que están en las raíces mismas del movimiento sionista. Sea como fuere, está claro que la izquierda israelí está en crisis.
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