EL MUNDO › GILLES KEPEL, ARABISTA FRANCES, EXPLICA LA LOGICA NORTEAMERICANA

“Parece que gobernara el Pentágono”

El investigador francés Gilles Kepel cree que el plan de George W. Bush para atacar Irak esconde el deseo de cambiar completamente la estructura de alianzas y de poder en Oriente Próximo, pero no está seguro de que no se trate de la visita de un elefante a un bazar. Para Kepel, la apuesta de Estados Unidos es ambiciosa, pero también muy arriesgada.

Guillermo Altares *

Gilles Kepel es uno de los más prestigiosos estudiosos europeos del mundo musulmán y, sobre todo, del Cercano Oriente. Sus trabajos sobre el islamismo radical –como La Yihad– intentan describir, más allá de los estereotipos y de los choques de civilizaciones, los orígenes y la evolución de un fenómeno que, como quedó demostrado el 11 de Setiembre, puede alcanzar un poder de terror inmenso y marcar la agenda mundial.
–¿Cree que el 11-S ha significado un cambio total de la política de Estados Unidos, una nueva forma de concebir sus relaciones en el Cercano Oriente?
–La voluntad actual de EE.UU. sólo es comprensible si nos remitimos al 11-S. Tras los ataques, la Administración de EE.UU. llegó a la conclusión de que el sistema de alianzas en Oriente Próximo, creado tras la II Guerra Mundial, ya no funcionaba. La alianza privilegiada con Arabia Saudita, forjada en 1945, ya no funciona porque de los 19 piratas del aire, 15 eran saudíes. Para EE.UU., todo el sistema de Oriente Próximo aparece como patológico. Las decisiones tomadas justo después del 11-S –perseguir a la red Al-Qaeda, desalojar a los talibanes del poder– son medidas de cirugía; pero, para ellos, es importante buscar las causas. Estiman que si la organización general de Oriente Próximo no es transformada en profundidad se producirán otros fenómenos terroristas del mismo orden y la seguridad de Israel nunca estará realmente garantizada. Para ellos, el ataque contra Irak es una forma de responder al 11-S y de cerrar algo que se abrió en 1979, cuando se produce la revolución islámica en Irán. EE.UU. reaccionó de dos maneras: por un lado, animó a Saddam Hussein a luchar contra Irán, entre 1980 y 1988. Lo arman, le dan dinero, le aconsejan. Por otra parte, está la yihad (guerra santa) en Afganistán, que pretende convertir en un Vietnam para la URSS, y, además, es una forma de proporcionar una alternativa a la propaganda iraní, que quiere lanzar al islam contra EE.UU.. En 1989 podemos creer que esta guerra por persona interpuesta ha sido un éxito: Irán firma un armisticio con Saddam en 1988, en febrero de 1989 el Ejército Rojo deja Afganistán. Se puede pensar que, 10 años después de la Revolución iraní, el peligro está controlado, que una especie de orden americano saudí reina en la región. Pero EE.UU. ha alimentado una serpiente que va a morderlo. Saddam Hussein, que fue animado a hacer la guerra, está arruinado, y, ante las constantes reclamaciones económicas kuwaitíes, acaba por invadir este país en 1990 y esta invasión va a dar a los militantes de la yihad, formados en los campos de Afganistán y Pakistán, la voluntad de romper con Arabia Saudita. Los noventa son la expresión del conflicto no arreglado de los ochenta: Irak arruinado, que ataca Kuwait, se convierte en un problema mayor y los yihadistas se enfrentan a EE.UU. y Arabia Saudita. Todo esto acabará en el estallido del 11-S de 2001. Cuando EE.UU. dice que hay una relación entre Bin Laden y Saddam no convence a nadie, salvo a Aznar y Blair. No hay lazos concretos fuertes, pero, desde el punto vista estadounidense, tiene un sentido relacionar a los dos: para ellos, suprimir a Saddam significa terminar el trabajo que no concluyeron en 1991, y quiere decir crear un orden nuevo en Oriente Próximo cuya dinámica significaría acabar con los factores económicos y sociales que provocaron el 11-S. La ofensiva estadounidense, en la mente de los neoconservadores, significa acabar un proceso que comenzó con la Revolución iraní, es cerrar una caja de Pandora.
–La guerra puede ser fácil, pero no la posguerra. ¿Existe la posibilidad de que Irak se convierta en un Afganistán para Estados Unidos?
–Sí, en un nuevo Vietnam. La cuestión de Irak es la de un Estado que puede parecer tan balcanizado como la antigua Yugoslavia. Desde 1920, la única forma en la que se ha conseguido hacer funcionar un Irak independiente es dando el poder a la minoría suní por encima de los kurdos y los shiíes. Pero Irak, definido desde el exterior, es una entidad muy antigua. Es Mesopotamia, es un país que ha sido siempre la zona disputada entre el Este y el Oeste. Es una zona muy rica, única en el Cercano Oriente, con tres elementos esenciales: el agua, con el Tigris y el Eúfrates; el petróleo, con las segundas reservas probadas tras Arabia Saudí, muy poco explotadas por el momento, y una clase media muy formada hasta el embargo posterior a la primera guerra del Golfo. En el Cercano Oriente había un dicho que decía: Egipto escribe, Líbano imprime e Irak lee. La apuesta estadounidense es que la población iraquí en su conjunto no puede más con el régimen de Saddam. El problema no es la guerra.
–¿Por qué?
–Porque Irak lleva 20 años en guerra y la población quiere que pase algo para acabar con este sistema. Los neoconservadores están convencidos de que, si hacen un ataque sobre Irak lo suficientemente fuerte, la población va a levantarse y acabar con Saddam. En el plano estratégico tiene sentido, pero, al mismo tiempo, Washington no tiene un crédito extraordinario en Irak porque en 1991 incitó a la población shií del sur a levantarse, y, como la Guardia Republicana no había sido destruida por el ejército de EE.UU., se produjeron masacres terribles. La rebelión sólo ocurrirá tras un ataque devastador, y esto quiere decir que habrá muertos, víctimas, que Al Yazira emitirá imágenes y que los aliados de EE.UU. en la zona tendrán que lidiar con una situación muy difícil. De hecho, la dificultad en la que se encuentra EE.UU. es que todo el mundo piensa que tiene la capacidad militar suficiente para hacer lo que quiera en Irak o en cualquier otro lugar, pero el problema es que Washington puede hacer la guerra solo, pero no puede estar solo para hacer la paz, y ése es su gran fracaso diplomático.
–¿Cómo será la posguerra?
–Si Estados Unidos hace la guerra sin el apoyo de la ONU, va a encontrarse en una situación extremadamente complicada en la posguerra, no puede ocupar Irak solo. Tiene que haber árabes, europeos, porque es una situación extremadamente compleja de gestionar. Desde que empezó esta historia, da la impresión de que es el Pentágono quien gobierna. Pero las alianzas deben hacerse a través del Departamento de Estado y parece que sólo es el auxiliar del Pentágono. En términos diplomáticos, no han logrado que sus aliados acepten su supremacía militar, aparte de Aznar y Blair. Lo único que le queda a EE.UU. es la apuesta de que la población iraquí va a recibir a las tropas con banderas de barras y estrellas. No es imposible, pero la parte diplomática de preparación de la guerra ha sido llevada a cabo de forma muy torpe.
–Pero, aunque se produzca este apoyo, ¿no cree que una invasión de Irak producirá imágenes muy inquietantes para el Cercano Oriente: los turcos entrando en el Kurdistán iraquí, los carros de combate de EE.UU. en Bagdad...?
–Es algo muy difícil, porque el problema es que las relaciones internacionales están marcadas por la fuerza, pero tiene que existir también un elemento de confianza. Y el problema de hoy en Irak es la palabra de Estados Unidos. Países que han sido aliados de EE.UU. tienen la impresión de que van a ser abandonados. Si Arabia Saudita es abandonada, eso significará que nadie querrá aliarse. Los kurdos viven hoy bajo el temor de que el ejército turco invada el Kurdistán y recupere la vieja ambición otomana de 1925 de controlar el petróleo de Kirkuk. No sabemos dónde está la palabra de EE.UU.. Washington debería esperar que la operación militar sea tan eficaz que no habrá ninguna otra posibilidad más que capitular; pero veo muy mal cómo esta especie de mezcla va a ser gestionada.
–En su libro La revancha de Dios, publicado en 1991, hablaba del resurgimiento no sólo del radicalismo islámico, sino también del cristianoy del judío. Eso es algo que ahora, bajo la presidencia de Bush, se toma en serio mucha gente.
–En los años noventa ese libro fue muy atacado porque se dijo que sólo tenía sentido en el mundo musulmán. Efectivamente, ahora todo el mundo está destacando la dimensión religiosa, de cristiano renacido, de la Administración de Bush. Pero no estoy seguro de que sea un elemento fundamental en la toma de decisiones estadounidense: la economía es mucho más importante. A pesar de su riqueza petrolífera, todos los indicadores económicos del Cercano Oriente están en rojo: la desocupación sube, los ingresos disminuyen, la demografía sigue explotando. Es la misma situación que el Africa subsahariana, pero con petróleo. Pero esta región debe poder ser insertada en una especie de globalización virtual porque se necesita el petróleo. Hay que encontrar una forma de insertar a Oriente Próximo en las relaciones internacionales, bajo la dominación de EE.UU.. La principal amenaza es el terrorismo y la desestabilización. Una operación en Irak permitiría llevar a las clases medias al poder, como en Turquía. En el fondo, Erdogan es lo que EE.UU. considera como mejor. Es una política compleja, cuyos determinantes son económicos. La dimensión religiosa es secundaria; es, sobre todo, retórica.
–Se ha dicho una y otra vez, con la primera guerra del Golfo, los bombardeos en Afganistán, las dos Intifadas, que los régimenes árabes moderados, como Egipto, se encontraban en el filo de la navaja, al borde la explosión popular. Pero, al igual que en 1979 pocos anticiparon la caída del sha, ¿podrá ocurrir algún día una revolución de este tipo en otros países de la zona?
–Es difícil hacer previsiones, pero con la guerra la tensión será muy fuerte. En Egipto, por ejemplo, el régimen de Mubarak está canalizando las manifestaciones populares: primero, en un estadio para la oposición, y luego, el partido en el poder organizó una protesta en la calle. Es un signo de que el gobierno de Egipto tiene que hacer funambulismo, porque Estados Unidos recuerda constantemente que, sin los 2000 millones de dólares anuales, no podrá sobrevivir. La otra apuesta de EE.UU. es lograr que las clases medias tomen el poder en Irak y que cunda el ejemplo en todo el Cercano Oriente. Con una nueva prosperidad, se frenará, entre otras cosas, la emigración masiva. Pero el problema está en que, para alcanzar este objetivo, Washington necesita el apoyo de los regímenes autoritarios: es necesario que Arabia Saudita proporcione mucho petróleo, y no podemos pedirles que hagan esto y, a la vez, anunciar que va a suprimirse la monarquía de los Saud y alzar a las clases medias. Es una situación muy compleja, porque nos dicen que van a revisar las alianzas, pero son tributarios de las alianzas existentes.
–Sin embargo, hay mucha gente en las clases medias de los países árabes, en el Magreb o en Oriente Próximo, que no tiene nada que ver con el wahabismo que predica Osama Bin Laden, pero que es profundamente antiamericana. ¿Se debe esto al conflicto israelopalestino?
–La lógica de los neoconservadores de Estados Unidos, que se encuentran muy cercanos a Israel, es pensar que estamos en el período que sigue al fracaso del proceso de paz. Desde el principio de la segunda Intifada, el sentimiento dominante es que Israel está en una situación crítica, aunque su superioridad militar sea apabullante. La idea que hay detrás de la intervención es que la prosperidad de un Irak proamericano, basado en las clases medias y en la riqueza del petróleo, creará un proceso que permitirá aligerar la presión que sufre Israel. La Administración de Bush cree que Clinton gestionó el conflicto israelopalestino de una forma muy negativa, porque no vio la perspectiva en su conjunto. Se parece a la forma en que actuó Bush, padre: en 1991, tras la derrota de Saddam Hussein, Shamir y Arafat fueron obligados a entrar en el proceso de negociaciones que arrancó en Madrid. El sentimiento en el Pentágono es que, si hay una victoria rápida y espectacular, la moral de los árabes estará a cero. Como la primera Intifada, la segunda ha perjudicado mucho políticamente a Israel, pero también arruinó a los palestinos.
–¿De qué manera?
–Ahora están agotados y no tienen la capacidad de negociar nada. Cuando Arafat lanzó la segunda Intifada, estoy seguro de que creía que la presión lo ayudaría a negociar con Israel y, a la vez, le permitía demostrar a su población, que cada vez lo veía con peores ojos, que seguía encarnando la resistencia. Al principio, la Intifada no era popular y estaba muy organizada. Pero el resultado fue que Sharon logró tomar el poder y el primer ministro israelí estaba en la misma lógica que Arafat. Estados Unidos está convencido de que la solución a este conflicto no puede producirse ya en el marco israelopalestino y de que necesita un arreglo global que pasa por la eliminación de Saddam. Durante una reciente visita a un país de la zona, un profesor me dijo: “Estados Unidos es muy buen estratega, pero no conoce los detalles”. La estrategia estadounidense tiene una gran coherencia cuando es explicada, pero su aplicabilidad plantea numerosos problemas. En un viaje a Estados Unidos hablé de todo esto con varios halcones y me di cuenta de que el equipo que hay alrededor de Bush no lo convertía en Bush II, sino en Reagan II. No tienen un conocimiento profundo de la situación real en el Cercano Oriente. No conocen bien lo que ha ocurrido en esta zona en los últimos años. La gente del Pentágono piensa en el Cercano Oriente como en el fin de la URSS: es una lógica estratégicamente atractiva, pero las sociedades no tienen nada que ver. La sociedad soviética y comunista estaba agotada y se identificaba con Occidente. Pero creer que ocurre exactamente lo mismo con las clases medias árabes es una apuesta muy arriesgada.
–Bernard Lewis prologó uno de sus primeros libros, Faraón y profeta. ¿Comparte la teoría que relata en ¿Qué ha fallado? sobre el momento en el que el mundo musulmán se quedó atrás con respecto a Occidente?
–La fuerza de la sociedad musulmana nació cuando vivió una hibridación cultural extraordinaria. Se hablaba la misma lengua desde España hasta India y había un espacio gigantesco de circulación cultural. Pero cuando el mundo musulmán se cerró sobre sí mismo comenzó a perder su creatividad científica e intelectual. Pero creo que esta teoría no funciona porque se inscribe en una lógica similar a la de Huntington y su Choque de civilizaciones, es una teoría muy esencialista porque cree que el mundo musulmán es homogéneo. Pero son sociedades muy heterogéneas. La personalidad de un joven egipcio se forja en las mezquitas, pero también en la MTV y en que su ambición es emigrar a Chicago. Creo que, más que preguntarse qué fue mal, el problema del mundo musulmán es que no sabe cómo integrarse en una modernidad de la que intenta controlar los instrumentos.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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