EL PAíS › UNA FABULOSA BIBLIOTECA PARA CHICOS EN PELIGRO DE EXTINCION POR FALTA DE RECURSOS

Para subirse a una nube de libros y juguetes

La Nube es un centro cultural infantil que cada año recibe la visita de 5 mil chicos. Tiene 60 mil volúmenes, pero no tiene espacio para exhibirlos. El docente que armó la colección espera hace años que el gobierno porteño concrete la cesión de un edificio.

 Por Nora Veiras

“A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil o puede parecerlo. ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?”
Jorge Luis Borges eligió esas palabras para introducir a los chicos en El libro de los seres imaginarios (1954). Casi las mismas palabras podrían elegirse para describir el asombro que provoca entrar a la desatinada variedad de libros, discos y juguetes que ofrece La Nube, una especie de biblioteca y centro de documentación e investigación sobre la infancia y la cultura donde pelean por espacio más de 60 mil volúmenes.
En la vieja casona alquilada de Venezuela al 3000, los libros rebasan de las estanterías. Después de años de mimos al ego pero demoras en la concreción de una solución, el maestro Pablo Medina, quien en 1975 empezó a armar esta colección “pensada, no encontrada”, tiene esperanzas de que el inmueble ofrecido por la Dirección de Bienes del gobierno porteño en el Pasaje Laredo, Díaz Vélez y Medrano, se transforme en el lugar donde poder mudar esos miles de cuentos, libros y juguetes. El problema es la falta de recursos para reciclar el predio donde funcionaba una fábrica. El peregrinar viene de años: la Legislatura porteña aprobó la cesión de un inmueble a principios del año 2000. “S.O.S: la memoria de la infancia en peligro de extinción”, es el título de la carta abierta a la que apelaron los integrantes de La Nube para intentar acelerar los tiempos.
Memoria
A los 65 años, Pablo Medina habla con una pasión calma de los orígenes de la colección. En 1975 fundó junto con Marcela Silberberg y Marta Dujovne –actual directora del Museo de Antropología– la primera librería para chicos de la Argentina, La Nube. Al poco tiempo él fue uno de los cientos de maestros cesanteados por la dictadura y sus socias tuvieron que exiliarse. Pudo conservar parte de los libros y siguió buscando, buceando en cuanta feria y librería encontró y así La Nube siguió creciendo sólo limitada por los escasos recursos y las infranqueables paredes. “Acá se habla mucho de los niños pero se hace poco. Existe un gran descuido y desconocimiento de la importancia de la infancia. Ningún cambio real será posible si no se valora a los chicos”, dice mientras sueña con lo que vio hace pocos meses en Bilbao, España: “Hicieron un museo de la historia del País Vasco y del juguete. ¿Por qué? Porque así los chicos pueden acompañar a sus padres en el recorrido. Se tiene que recuperar al niño que está en el adulto”, repite. En la casona, antiguos juguetes de madera, títeres y marionetas se mezclan entre los libros y dan cuenta de que sólo necesitarían un lugar para poder mostrarse también como un museo del juguete.
La difusión boca a boca le alcanza a La Nube para que pasen cinco mil chicos por año a disfrutar de sus libros. Más de 1500 investigadores se acercaron también a hacer consultas bibliográficas y cientos de docentes participaron en talleres de capacitación sobre promoción del libro y la lectura. “Desde acá se pueden abrir caminos laborales. En España y Francia es impresionante el desarrollo de actividades culturales con niños y ancianos. En lugar de ver cómo los viejos se juntan en las plazas para gastar lo que les queda de la vida, se pueden organizar talleres de cuentacuentos, que los abuelos les relaten las historias a los chicos. Hay tanto por hacer. Acá, nosotros tenemos todo este ‘paquete’ para ofrecer: no hay lectura posible si no hay libros’”, repite Medina junto a su hijo Pablo y María Canevari, otra de las integrantes de la asociación civil en que se transformó La Nube. “Un chico que no lee también está en emergencia”, dice María, y añora que “el Estado asuma que la cultura es un derecho que debe garantizar”.
Sorpresas
Apenas egresó como maestro normal en Corrientes, Medina se fue a trabajar a Chaco con los tobas y wichis. Con la ayuda del cacique Catán empezó a elaborar la idea de crear un museo en el límite con Santiago del Estero. “Con él salíamos a buscar cosas, nada vivo, juntábamos plumas, nidos abandonados, las pieles de víbora... un buceador empieza por algún lado, por alguna cosa”, recuerda Medina, y enhebra la búsqueda de aquel joven maestro con el permanente buceo que lo ha llevado a descubrir publicaciones increíbles de los clásicos infantiles. Trescientas ediciones de Pinocho, la primera de 1883 ilustrada por D. E. Mazzanti con un muñequito flaquito que nada tiene que ver con la imagen de las ediciones de Walt Disney. “Las primeras de Disney, en 1939, se hicieron en la Argentina y las ilustró un maestro, Germán Berdiales”, cuenta Medina y sorprende con otra edición de las aventuras del muñeco de madera dibujado por Alberto Breccia.
Hundirse en las habitaciones de La Nube es un placer y esa es la propuesta que reciben los chicos que visitan el lugar. “Cada uno tiene que buscar lo que le interese y si no lo encuentra nos tiene a nosotros como ‘referencistas’”, explica Pablo Medina Geymonat, quien oficia de guía para provocar el asombro ante los libros troquelados que arman escenarios de fantasía, las infinitas ediciones de Alicia en el País de las Maravillas o de los cuentos de Las Mil y una Noches. Un Robinson Crusoe traducido por Julio Cortázar, cuentos para chicos de Jacques Prévert y El príncipe feliz de Oscar Wilde traducido por Borges a los 10 años son algunas de las perlas de La Nube junto a textos alemanes, japoneses, franceses, italianos que Medina empezó a comprar en París cuando viajó invitado a mostrar su colección en la época en que la escritora Hebe Clementi estaba al frente de la Dirección del Libro, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Un recuerdo menos grato le quedó del contrato que había firmado con Oscar Sbarra Mitre cuando fue director de la Biblioteca Nacional: La Nube tuvo que iniciar un juicio porque “alguien” cobró por ellos el trabajo.
Los chicos, formados en la cultura de la imagen, a veces entran y se preguntan qué hacemos acá. La desazón deja paso al entusiasmo apenas empiezan a dejarse llevar por los mitos y leyendas que encuentran en los textos y los cuentos que les hacen conocer los “referencistas”. Medina sigue buceando y acaba de terminar de escribir una historia de la calesita que lo ha llevado a indagar desde el origen turco de ese juego hasta su adaptación alemana, francesa y argentina.
“Todo esto no sirve de nada si no se usa”, dicen a coro María y los dos Pablo. Ellos disfrutan abriendo sus tesoros a los chicos y a los grandes. Por eso se acercaron al Centro de Gestión y Participación del barrio y como en abril se celebra el mes de Balvanera, La Nube va a organizar “Balvanera para los chicos”. Carlos Martínez, el titiritero creador de Soquete; Silvina Rinaudi, directora del murgón Asomados y Escondidos, la contadora de cuentos Diana Tarnosky y magos se sumarán a la propuesta de los talleres y visitas guiadas el 12 de abril, entre las 14.30 y las 18.30, en la cuadra de Venezuela al 3000, el lugar donde los libros y juguetes claman por otro espacio donde poder desparramarse.

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El maestro Pablo Medina empezó en 1975 a armar una colección “pensada, no encontrada”.
 
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