EL MUNDO › OPINION

Crispación electoral

 Por Adolfo Sánchez Rebolledo *

En cierta forma, estamos ante un resultado que ya se había dibujado por la polarización de las campañas. Ningún conteo de votos, vale decir, ninguna cifra definitiva va a calmar por sí sola las aguas. Haría falta, además, algo que por desgracia sigue ausente en la autoridad electoral y, de otra manera, en los partidos: sentido de Estado, voluntad de anteponer la transparencia a las pequeñas formalidades que nublan el buen entendimiento de las cosas. Vocación democrática para que se cuente hasta el último voto, sin dejar la menor sombra de duda acerca de quién ganó la Presidencia.

El Instituto Federal Electoral (IFE) creyó que dando largas a la información de los conteos rápidos quitaría fuerza al conflicto latente, pero ha sido al revés. Siempre es así: cuando las explicaciones de la autoridad no son precisas y claras, el vacío se llena con desconfianza, que es el enemigo latente en nuestros comicios. ¿Por qué la autoridad electoral no se tomó la molestia de informarle a la ciudadanía que a las cifras conocidas del Programa de Resultados Preliminares (PREP) había que sumar los votos de las casillas apartadas por “inconsistencias”? ¿Por qué dejaron correr las horas sin salir a responder las imputaciones que ya se hacían la misma noche de la elección? ¿Por qué no se esclarecen las críticas al PREP con argumentos pedagógicos en vez de salir con un silencio peligroso y comprometedor?

Sin los conteos rápidos, las cifras del PREP se hicieron pasar como resultados más o menos definitivos cuando no lo son. En esas circunstancias, pedir silencio a los candidatos y partidos no pasó de ser una buena intención de la autoridad. Es verdad que la escena de los candidatos proclamándose ganadores antes del cómputo fue patética, pero dada la estrechez del margen anunciado ninguno estaba dispuesto a dejarle la plaza al adversario para que se declarase ganador “de hecho”. Está claro que cada uno peleará por sacarle votos a las piedras y aprovechará la menor irregularidad para avanzar siempre y cuando lo permita la ley. Así funciona la democracia y no deberíamos asustarnos por ello.

En cuanto a la elección como tal merece subrayarse la participación ciudadana que a todas luces superó la más optimista de las expectativas.

El PRI se derrumbó como nunca y el país vio consolidarse una nueva fuerza encabezada por Andrés Manuel López Obrador que ya no cabe en las siglas del PRD, cuyo futuro dependerá de lo que pase en las próximas horas y días. El frente antilopezobradorista, encabezado por Felipe Calderón, espera que ocurra el milagro de los votos para no bajarse del poder, pero ahora sin el “bono democrático” y enfrentado a un país dividido e irritado. Hay riesgos evidentes en el horizonte

que no se disuelven apelando a la retórica moralizante, pero sí obligan, como nunca, a un ejercicio de transparencia, a saber dónde está cada uno de los votos emitidos, sin dejar espacios a la sospecha. Asimismo, hay que temer a los puristas que ya piensan en las “urnas quemadas” como solución al problema y también a los que apuestan a una lucha extralegal con aires levantiscos sin considerar el curso previsto por la ley. La última palabra de estas elecciones no está dicha, pero ya puedo asegurar que, para mí, lo mejor fue la movilización de millones de ciudadanos que votaron por López Obrador, a pesar de las campañas sucias y las bajezas del gobierno.

* De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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