Jueves, 10 de julio de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
“Lo más difícil es ser víctima de las víctimas”, decía Edward Said para expresar una de las dimensiones de los obstáculos que encuentran los palestinos para luchar contra la ocupación israelí de sus territorios.
La soledad actual de los palestinos demuestra cómo esa era apenas una de las tantas dificultades que ellos tienen que enfrentar para poder sobrevivir. El derecho elemental, aprobado hace décadas por las Naciones Unidas, de tener un Estado palestino, al igual que existe el Estado de Israel, es bloqueado por el voto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad y la ONU no hace nada para esquivar la actitud norteamericana.
Palestina sigue siendo dos territorios discontinuos –Cisjordania y Gaza–, el primero descuartizado por los muros, violado por asentamientos judíos y ocupado militarmente. Gaza, cercada y atacada cada tanto, impunemente. No existe como Estado y se intenta que deje de existir como territorios aislados al hacer que sea económicamente inviable y humanamente insoportable.
Todos deberían ir a Palestina –a Cisjordania y, si lo logran, también a Gaza– para tener idea de lo que es vivir bajo ocupación de un ejército racista. Para ver lo que significan cotidianamente los muros que separan a vecinos, a parientes, a niños que antes jugaban juntos en la calle. Cómo las señoras palestinas tienen que caminar kilómetros para poder cruzar hacia el otro lado, sometidas al arbitrio de jóvenes militares racistas de Israel, que controlan los pasos.
Para ver cómo ese mismo tipo de jóvenes anda por las noches, protegido por fuerzas militares de Israel, para destruir bienes de los palestinos, incluidos los olivos, que tardan un siglo en crecer. Que tiran basura sobre calles de palestinos, que tienen que poner redes de protección para defenderse.
Para sentir cómo los palestinos son atacados también en su orgullo, en sus espacios mínimos de vida, hay que ir a Palestina, a Cisjordania y, si es posible, a Gaza.
Nada de todos estos sufrimientos justifica acciones violentas, aunque uno piensa, cuando está allá, ¡¿cómo hacen los palestinos para no reaccionar al terrorismo cotidiano que se ejerce en contra de ellos?!
Incluso, porque lo primero es la unidad nacional de Palestina, porque se trata de una lucha contra el invasor, hay que unir el país para expulsarlo. En segundo lugar, dada la correlación de fuerzas internacional, hay que contar con sectores en Israel que se convenzan de que no vale la pena la ocupación permanente de Palestina y las incertidumbres que ello trae para los mismos israelíes.
Hoy se puede decir que la construcción de un Estado palestino está en punto cero. Hay un acuerdo de reunificación entre Gaza y Cisjordania, pero Israel afirma que no negocia con un gobierno nacido de ese acuerdo, porque Hamas no reconoce al Estado de Israel. Mahmud Abbas ya dijo que el nuevo gobierno sí lo reconocerá, pero Israel usa cualquier pretexto para no avanzar en negociaciones, que sólo pueden conducir al reconocimiento del Estado palestino.
La nueva ofensiva brutal de Israel sobre la desprotegida Gaza revela, una vez más, la soledad de los palestinos. No pueden contar con nadie que detenga a Israel. Nadie que se juegue, en contra de los Estados Unidos, por la existencia del Estado Palestino.
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