EL PAíS › OPINIóN

El guión de la realidad

 Por Eduardo Aliverti

Las movidas ajedrecísticas en el tablero electoral pusieron una pausa de última hora que será solamente eso, una pausa, en el curso de una sociedad que a través de la acción multimediática ya venía en campaña desde el retorno veraniego. Las especulaciones, las críticas de unos y otros, las lupas más precisas sobre los candidatos potenciales serán un suspiro al cabo del cual, salvo por un algún imprevisto, se volverá a unos escasos ejes temáticos que retomarán el dominio de la escena.

¿Qué cuenta hay que sacar cuando se habla nada más que de unos pocos temas muy puntuales? Sencillísimo: la de cuáles otros se ignoran. ¿Así de fácil? No, por lo visto o por lo que se intuye. Que cada quien conteste preguntas como las siguientes, que de tan elementales generan mucho pudor al formularlas. Y que se limitan a recorrer el tratamiento periodístico de esos temas.

¿Por qué será que no se lee ni escucha a experto alguno respecto de la ola de inseguridad que viven los porteños y los habitantes del conurbano bonaerense (demos por sentado que efectivamente pasa eso; o sea: no nos permitimos dudar ni por un instante de que estamos, en efecto, en el peor de los mundos)? ¿Por qué será que quienes lideran lo que dice sobre el punto la “opinión pública” –a sus anchas en la acepción de que eso es la suma de las opiniones que se publican– son Susana Giménez, Marcelo Tinelli, Sandro, Moria Casán, Mike Amigorena y, caramba, ¿Luis Alberto Spinetta? ¿No hay ningún artista ni figura de renombre que piense lo contrario? ¿Ninguno? ¿Puede ser que absolutamente ninguno? ¿Puede ser que nadie, pero nadie, se acuerde de que durante los largos meses del pico conflictivo con “el campo” desaparecieron de los medios todos los asesinatos habidos y por haber? ¿Y es probable que tras haberse destapado la conexión entre laboratorios farmacéuticos y “ruta de la efedrina”, y entre mafias policiales y un ¿secuestro? resonante, la policía aparezca repentinamente como víctima casi principal del estado de las cosas? ¿Sí? ¿Es probable?

¿Y es fehaciente como casualidad que el asentamiento de este clima denso, muy denso, se dé justo cuando por fin se decidió presentar el proyecto de una ley de radio y televisión que acabe con la pornografía de estar regidos por la sancionada en la dictadura? ¿Es concebible que no haya un solo periodista, un solo intelectual, un solo analista, casi ni siquiera para disimular que hay alguito de honestidad profesional, capaz de rebatir técnicamente la propuesta? ¿Ni uno solo hay, como para que todo se remita a ponerles altoparlante a Gerardo Morales, Patricia Bullrich y Federico Pinedo, entre otros connotados especialistas en el área? ¿Ni uno solo hay en ninguno de los diarios, radios, canales abiertos, canales de cable, portales, de todos los medios de las grandes corporaciones? ¿Y es verosímil que se haya producido sólo por esas cosas de la vida la aparición del secretario del Episcopado, para afirmar que la corrupción está “institucionalizada”? ¿Justo ahora tiene el monseñor la ocurrencia de aparecer para decir eso?

El Gobierno también se cuenta, y vaya cómo, entre quienes no contribuyen a entender nada, haciéndole el juego a la des-conciencia. Un oficialismo que se autovictimiza cargándoles a terceros, sin un gramo de autocrítica, la factura de los ataques que sufre. Lo que hizo Kirchner en Catamarca –sólo por tomar un dato de la coyuntura– es inenarrable, pero no porque lo sucedido en esa provincia vaya a ser decisorio respecto de nada en términos electorales. Es porque actúa como un angurriento coyuntural. Pierde de vista que cualquier cálculo que haya sacado, como para aliarse con Saadi y Barrionuevo, debe medirse con cómo influye lo que hace no sólo hacia mediano plazo, sino en torno de las grandes batallas conceptuales que se libran en el corto. Probablemente, su cuenta haya sido que ese acuerdo con semejantes impresentables le permitió subsistir en la repartija parlamentaria provincial; y que los muchos miles de votos perdidos en la escenografía nacional habrá de recuperarlos porque, finalmente, el voto progre le será fiel. Mentira. Los progres no son fieles en este país y la unión con esos mostrencos es susceptible de volcarlos hacia Carrió o cualquier opción de derecha “presentable”. Esa irreflexividad lo llevó a comerse con plus las portadas en contra, y en consecuencia a todas las radios y canales que obedecen a esas portadas. Supongamos que su matemática política le da que, de todas formas, los medios lo harán pelota. Y que por lo tanto, perdido por perdido, es mejor jugarse a todo o nada. Es válido, pero, ¿con quiénes se juega así? ¿A quiénes moviliza de su lado? ¿Con quiénes articula? Con nadie o muy pocos, parece, como no sea la construcción de un Gran Relato de “nosotros contra ellos” reposado en nada más que él y Cristina. Simplifiquemos: chocar contra Clarín y La Nación y la Sociedad Rural & Cía., más Susana y Tinelli y, encima, el espectacularismo mediático global de que se pudre todo, es respaldable a dos manos pero requiere de inteligencia, cuadros políticos y vocación movilizadora. ¿Se dedican a eso los K? ¿O sólo quieren protagonizar luchas de estrellato progre personal?

Pero bueno: ésa es una disquisición que viene dialécticamente paralela o, a posteriori, de si primero esta sociedad tiene claro que el ridículo debate sobre la pena de muerte no lo puede conducir Cacho Castaña. De si entiende que asustarse y sufrir por los delitos no se arregla con salir a ajusticiar con sangre y fuego a cualquier morocho que ande por ahí. De que la policía es parte del problema y no de la solución, como elemento constitutivo de la represión de clase y de la corrupción que ignoran los obispos. Los medios han logrado legitimar un discurso, mediante el cual ocultan que, además o en lugar de reflejar la realidad, la producen. Lo hacen a través de una construcción de sentidos por la que, sin ir más lejos, uno mismo se pone a escribir para retrucar a esa bajada de línea hegemónica, que no es otra cosa que la lógica de la dominación porque los medios no son otra cosa que el poder mismo. ¿Cuántos y quiénes reparan en eso?

Hay un chiste que de tal no tiene nada, adjudicado a diversas fuentes según la navegación y recepción por Internet que cada quien escoja. Resulta que Evo Morales y Bush (a este último habría que cambiarle el nombre pero no el simbolismo) se quieren juntar a solas. Lo hacen en un bote en un lago sudamericano, pero los medios se enteran y miles de periodistas de todo el mundo se ubican en la orilla. A Bush se le vuela el sombrero texano y Evo salta del bote, camina sobre el agua, recupera el sombrero, vuelve –siempre caminando sobre el agua– y se lo entrega. ¿Qué titulan los diarios y los noticieros?: “Evo no sabe nadar”.

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