MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

Grandes rasgos

Las chances de esta nueva América latina en el medio de la tormenta que trae algo más pesado que granizo.

 Por Sandra Russo

El 2 de marzo empecé a trabajar en Radio Nacional, en un programa que se llama El nombre de las cosas. Esta nota arranca como una gacetilla, pero no lo es, ya verán. En nuestro universo diario de 12 a 14, América latina es nuestra casa grande, por la que hemos vuelto a sentir un amor como el que nos perforó la adolescencia. En el programa hay una sección diaria, “Enforados”, que mantiene abierta la agenda del Foro Social Mundial. A mí me pegó fuerte ver en Belem do Pará a cinco presidentes que saludaron a otros tres ausentes (Michelle Bachelet, Cristina Fernández, Tabaré Vázquez), y que eran, los ocho, un bloque de matices, ¡de Bachelet a Chávez! Pasando por Evo, a quien todo el mundo, ese mundo mejor es posible, reconoce como el mejor, el más puro, el más audaz. Pero Evo no sería posible sin el indio que se despertó. Bolivia, tan ignorada, tan maltratada por los grandes medios, está a punto de erradicar de su territorio el analfabetismo. Y en lo que me toca, lo que me toca de muy cerca, en las ideas y en las emociones, ése es un buen ejemplo de aquello en lo que creo, aquello que yo asocio con el bien.

Pero no sólo es amor, también realismo. En un análisis reciente del profesor brasileño Emir Sader sobre la crisis global y sus consecuencias en la región, leí esto: “En América latina, los efectos son más pesados y directos para los países que siguen dependiendo en mayor medida del comercio con los Estados Unidos: México, América Central y el Caribe en primer lugar. En segundo lugar, los países con pautas exportadoras menos valorizadas o aquellos que hubiesen tenido su ciclo de expansión económica excesivamente centrado en las exportaciones, especialmente las economías más abiertas, entre ellas las que tienen tratados de libre comercio con los Estados Unidos, como Chile, Perú, México, Costa Rica y otros países centroamericanos y caribeños. Deben ser relativamente menos afectados los países con pautas exportadoras más diversificadas –ya sea en los productos, ya sea en los mercados–, como Brasil, en parte la Argentina, y los que participan del proceso de integración regional –ya sea el Mercosur, ya sea en ALBA-Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, R. Dominicana, Honduras–. Para éstos, las crisis son una oportunidad especial para acelerar e intensificar los procesos de integración, del comercio, así como los planos financieros y energéticos”.

Quiero decir: se trata de una esperanza con anclaje en lo ya recorrido. A veces los débiles pueden coincidir en una comunión que incluso rebase las visiones rasgadas de sus representantes. Por buenos que sean, los representantes no siempre captan profundamente a quienes tienen que representar. Esto que nos pasa con América latina es muy intenso, porque está íntimamente unido a que la esperanza tenga chances de supervivencia. La esperanza en cuestión no es algo perfecto, es algo posible y mejor. La esperanza de algo perfecto, hasta en psicoanálisis, es una trampa del deseo. Algo no consumable.

Mirado desde esa perspectiva, esta lectura rebasa, y bastante, al peronismo. El peronismo es lo que leemos en casa, pero si leemos en América latina, lo que hay son trabajadores y excluidos, de un lado, y fuerzas que han hecho postas cíclicas en el régimen cualquiera que los oprimió hasta hoy. Amén de que pensamos a su favor y votamos a su favor sectores que podríamos llamar progresistas, la cuestión no somos nosotros, son ellos, que comprendemos tanto que somos también nosotros. Yo creo que se entiende. Y que sería atentar contra este proceso de integración vital privilegiar los matices por sobre los grandes rasgos que hoy unen a América latina. Es en esos grandes rasgos en los que podemos mirarnos. En nada más.

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